Javier Espinosa, en los cielos de la noche

(Tras la muerte del joven jerezano Javier Espinosa -de 16 años de edad- este pasado fin de semana en accidente de moto. El sepelio, el domingo a las tres de la tarde, fue todo un clamor de multitud y dolor en el Colegio de Los Marianistas)

Mil y pico de corazones en un puño. Una multitud de jerezanos agrietados por los iracundos cuchillos de la muerte contra natura. Esta misa de corpore in sepulto, de cuerpo presente, no estaba prevista en los anales del colegio Los Marianistas. Sin dobleces, sin máscaras de contención, sin privaciones de la naturalidad. Allí todos derramaron el grito amargo de la impotencia, el infausto armonio de la aflicción. Aconteció este pasado domingo. Cuando la silueta de Javier Espinosa tan sólo significaba ya trazo de recuerdos dentro de un ataúd impávido y quejumbroso.

Nadie asumía el significante de tan prematuro adiós. Ni siquiera cuando la esperanza de la vida eterna era pura exhortación desde el atril de los discursos, de las ofrendas, de las dedicatorias también rotas por la punzada de la sinrazón, por el martirio de un delirio menguado de respuestas.

Había dicho adiós orilleando el horizonte de su jovialidad. Ser y no ser a bocajarro de una motocicleta que derrapa, un giro maldito, un vehículo que se cruza, la amenaza del aire, las pezuñas del asfalto, trasunto de luz y sombra, angustia trocada por silencio, manual de sangre…

Observamos una esquela con sonrisas blancas, con lozanía de dieciséis otoños, con tez de niño aplicado, con ojos atónitos de muchacho huérfano de madre. ¿Dónde radica la segunda oportunidad que todo inocente merece? ¿Dónde el escrutinio de las décimas de segundo del milagro del aferro a la existencia terrenal? ¿Dónde los tratados de supervivencia? ¿Dónde la poesía de la curación? ¿Dónde el axioma de la vuelta atrás?

El orbe de los humanos desarrolla capítulos que la razón no conoce. Atendí cómo un padre cargaba el féretro de su hijo: ¿Cabe más fulminante contradicción en las secuelas de la evolución natural de nuestra concepción de la realidad? Y fue que los compañeros se desgañitaban en llantos de esdrújula compulsión. Cantos a la trascendencia, guitarras como melodías de un más allá, pañuelos empapados, histeria, incomprensión, aturdimiento, desconcierto.

Dios se hizo en medio del sufrimiento. El consuelo adoptaba quinceañeros en su regazo. La tragedia sobrevolaba con quebrantos de indócil catadura. Suceden hechos que trascienden a la comprensión, a la sumisión, a la resignación de la muchedumbre. Porque nos atenazan las entendederas del mero raciocinio. Nuestra habitualidad está expuesta a los zarpazos de lo imponderable, al sarcasmo de los desgarrones de lo fatídico, al santiamén de un accidente.

Javier Espinosa, el chiquillo, duerme un sueño de justos. La tortura de su ausencia allana los interrogantes de todos los amaneceres. Por las inmediaciones de Las Adelfas un revoloteo de mariposas dibuja los colores de la nostalgia, las ternuras de una voz sin garganta, los lamentos de los cielos de la noche…

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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