Por las más peregrinas razones…

Por las más peregrinas razones –sujetas quizás a los borrascosos efectos de la dispersión- abandonas la lectura de un libro que apriorísticamente habías perseguido sin descanso como sombras en la noche entre los escaparates de las novedades literarias (a veces determinadas obras crecen indómitas ante nuestras indecentes proposiciones). Se trata de un repentino acto de infidelidad porque, tan pronto te sumerges en el maremágnum de sus primeras páginas, en el coqueteo de una relación iniciática, abandonas el zambullido caprichosa e inmisericordemente. A mí me sucedió con el XI Premio Comillas de Autobiografía. El titulado ‘Tan lejos, tan cerca’ refleja de puño y letra –al pie del cañón y bajo el alveolo de una memoria prodigiosa y cuasi fotográfica- el pulso vital (paso a paso, destilando nervios de acero, sabiduría socrática y sin esconder en ningún capítulo el bulto de la indiferencia o de la subrepticia desmemoria), el rosario de recuerdos, el desglose de anécdotas y el psicoanálisis artístico de Adolfo Marsillach. Este pasado fin de semana he rescatado el volumen editado por Tusquets de los estantes del imponderable olvido. Ando metido hasta el gañote -y el gaznate- en novísimas andanzas teatrales y consiguientemente precisaba de la manivela doctoral de un catedrático de la escena. Soy dado a la lectura de biografías –género transmutado de suspiros sintácticos cuyo papel celofán enseguida transparenta la subordinación del destino, la fruición de la casualidad y la determinación del carácter- y la propia de Adolfo en ningún caso solaparía los índices de la más cimera y sorpresiva sinceridad. Enfrascado en su lectura me encuentro, en su hallazgo me redescubro. Un decálogo sentimental que multiplica su sonoridad dentro de las caracolas de mar de la remembranza. Recomiendo enérgicamente tamaña apología de la condición humana desde la atalaya de mimbre de un hombre introvertido, discursivo y ocurrente. Adolfo supo lucir como nadie su calva reluciente, su destreza dramática y su sintomatología emocional. Es probable que durante el verano salpique mi blog con perlas como la subsiguiente: “Hace ya muchos años que tomé una decisión: trabajo para mí y los éxitos, como los fracasos, no los considero otra cosa que los accidentes naturales de mi profesión. Digan lo que digan y opinen lo que opinen, yo sigo adelante. Entre todos los jueces posibles, me elijo a mí mismo: nadie tiene más datos para dictar sentencia”.

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