Bis a propósito de la nueva ortografía. Sumo ahora el artículo de Antonio Burgos. Original y originario como de costumbre. Titula su columna ‘La I griega yeyé’ y reza así: “Con la ortografía me ocurre como con el inglés. A mí me pasa como a la mayoría de los españoles, que desde que empecé Bachillerato estoy estudiando inglés, y aún no he logrado aprenderlo. Y con la ortografía me ocurre igual. Desde que entré en la escuela de primeras letras estoy aprendiendo ortografía, y aún no he parado. Cuando logras aprenderte unas normas, viene la Real Academia y, zas, te las cambia. La misma monja que me enseñó que la preposición «á» no se acentuaba ya como en el Romanticismo consiguió que pusiera los acentos en «fuí», «fué», «dió» y «vió». Apenas me lucí diez años con esos conocimientos. Recién ingresado en la Facultad de Letras, tuve la suerte de tener en los Comunes como catedrático de Lengua y Literatura Españolas a don Francisco López Estrada, gran maestro que consiguió algo dificilísimo: que el curso entero se aprendiera al dedillo las entonces recién publicadas Nuevas Normas Ortográficas. Los acentos de «fuí», «fué», «dió» y «vió», tan trabajosamente aprendidos con la Hermana Matilde, se tuvieron que ir a tomar por saco inmediatamente si queríamos que Don Francisco nos aprobase el curso, porque al que ponía una sola falta de ortografía en el examen escrito, lo suspendía directamente, sin seguir corrigiendo el examen. Y también aprendí con López Estrada algo utilísimo: cómo un solo acento puede distinguir al adverbio «más» de la conjunción «mas», o al adjetivo «solo» del adverbio «sólo». Ea, pues a freír espárragos trigueros otra vez las normas ortográficas tan trabajosamente aprendidas, con la nueva edición de la «Ortografía de la Lengua Española». A partir de ahora, usted quedará como una antigüedad, como los decimonónicos que acentuaban la preposición «á», si le sigue poniendo tilde al adverbio «sólo». Hablando de la acentuación de «sólo»: si lo pone se quedará usted con su acento más solo que los de Tudela. Me da la impresión de que a la ortografía le ha llegado la igualación por abajo y hacia lo más facilongo y productivo que se impone en todos los órdenes de la vida española. La lengua no iba a ser una excepción. Esa lengua maltratada. La lengua, voz de género femenino, es una mujer maltratada. Hay maltrato de mujeres y maltrato de lengua española. Con la lengua hay maltrato de género. El otro día asistí en Jerez a una solemne ceremonia de maltrato de la lengua. Los Príncipes de Asturias entregaban las Medallas de Bellas Artes y, salvo en el inteligente discurso de Don Felipe, todas las otras intervenciones oratorias de la alcaldesa, de la ministra de Cultura y del consejero del ramo estuvieron almacigadas de esas mamarrachadas de «premiados y premiadas», «jerezanos y jerezanas», «ciudadanos y ciudadanas». ¿Cuándo va a conseguir la Academia erradicar este maltrato de la lengua, cometido además en nombre de la dictadura hembrista de la igualdad y la paridad? Parece que la Real Academia quiere ponerlo todo facilito, para que no la acusen de facha. A «truhán», sin que se sepa por qué, le quitan el acento. Como se lo quitan a «guión». ¿Qué daño hacían esos acentos, a quién molestaban? Hasta el nombre a las letras les cambian, para hacerlo más moderno. La i griega, cuyo solo nombre evocaba las raíces de nuestra cultura, ya no se llamará así: ahora es la «ye». ¿Un homenaje a Asturias, patria querida? ¿O un homenaje a Concha Velasco, en el difícil trance de la muerte de Paco Marsó? ¡Qué yeyé, llamarle «ye» a la i griega! Cuando escuche el mote de «ye» que le han puesto a la i griega, creeré que estoy oyendo a la plaza de toros de Pamplona, cantando por los sanfermines como la Velasco: «Que sea una chica, una chica yeyé». O a lo mejor lo de «ye» es inglés con falta británica de ortografía. Yes”.
Bis a propósito de la nueva ortografía
Bis a propósito de la nueva ortografía. Sumo ahora el artículo de Antonio Burgos. Original y originario como de costumbre. Titula su columna ‘La I griega yeyé’ y reza así: “Con la ortografía me ocurre como con el inglés. A mí me pasa como a la mayoría de los españoles, que desde que empecé Bachillerato estoy estudiando inglés, y aún no he logrado aprenderlo. Y con la ortografía me ocurre igual. Desde que entré en la escuela de primeras letras estoy aprendiendo ortografía, y aún no he parado. Cuando logras aprenderte unas normas, viene la Real Academia y, zas, te las cambia. La misma monja que me enseñó que la preposición «á» no se acentuaba ya como en el Romanticismo consiguió que pusiera los acentos en «fuí», «fué», «dió» y «vió». Apenas me lucí diez años con esos conocimientos. Recién ingresado en la Facultad de Letras, tuve la suerte de tener en los Comunes como catedrático de Lengua y Literatura Españolas a don Francisco López Estrada, gran maestro que consiguió algo dificilísimo: que el curso entero se aprendiera al dedillo las entonces recién publicadas Nuevas Normas Ortográficas. Los acentos de «fuí», «fué», «dió» y «vió», tan trabajosamente aprendidos con la Hermana Matilde, se tuvieron que ir a tomar por saco inmediatamente si queríamos que Don Francisco nos aprobase el curso, porque al que ponía una sola falta de ortografía en el examen escrito, lo suspendía directamente, sin seguir corrigiendo el examen. Y también aprendí con López Estrada algo utilísimo: cómo un solo acento puede distinguir al adverbio «más» de la conjunción «mas», o al adjetivo «solo» del adverbio «sólo». Ea, pues a freír espárragos trigueros otra vez las normas ortográficas tan trabajosamente aprendidas, con la nueva edición de la «Ortografía de la Lengua Española». A partir de ahora, usted quedará como una antigüedad, como los decimonónicos que acentuaban la preposición «á», si le sigue poniendo tilde al adverbio «sólo». Hablando de la acentuación de «sólo»: si lo pone se quedará usted con su acento más solo que los de Tudela. Me da la impresión de que a la ortografía le ha llegado la igualación por abajo y hacia lo más facilongo y productivo que se impone en todos los órdenes de la vida española. La lengua no iba a ser una excepción. Esa lengua maltratada. La lengua, voz de género femenino, es una mujer maltratada. Hay maltrato de mujeres y maltrato de lengua española. Con la lengua hay maltrato de género. El otro día asistí en Jerez a una solemne ceremonia de maltrato de la lengua. Los Príncipes de Asturias entregaban las Medallas de Bellas Artes y, salvo en el inteligente discurso de Don Felipe, todas las otras intervenciones oratorias de la alcaldesa, de la ministra de Cultura y del consejero del ramo estuvieron almacigadas de esas mamarrachadas de «premiados y premiadas», «jerezanos y jerezanas», «ciudadanos y ciudadanas». ¿Cuándo va a conseguir la Academia erradicar este maltrato de la lengua, cometido además en nombre de la dictadura hembrista de la igualdad y la paridad? Parece que la Real Academia quiere ponerlo todo facilito, para que no la acusen de facha. A «truhán», sin que se sepa por qué, le quitan el acento. Como se lo quitan a «guión». ¿Qué daño hacían esos acentos, a quién molestaban? Hasta el nombre a las letras les cambian, para hacerlo más moderno. La i griega, cuyo solo nombre evocaba las raíces de nuestra cultura, ya no se llamará así: ahora es la «ye». ¿Un homenaje a Asturias, patria querida? ¿O un homenaje a Concha Velasco, en el difícil trance de la muerte de Paco Marsó? ¡Qué yeyé, llamarle «ye» a la i griega! Cuando escuche el mote de «ye» que le han puesto a la i griega, creeré que estoy oyendo a la plaza de toros de Pamplona, cantando por los sanfermines como la Velasco: «Que sea una chica, una chica yeyé». O a lo mejor lo de «ye» es inglés con falta británica de ortografía. Yes”.
Bis a propósito de la nueva ortografía. Sumo ahora el artículo de Antonio Burgos. Original y originario como de costumbre. Titula su columna ‘La I griega yeyé’ y reza así: “Con la ortografía me ocurre como con el inglés. A mí me pasa como a la mayoría de los españoles, que desde que empecé Bachillerato estoy estudiando inglés, y aún no he logrado aprenderlo. Y con la ortografía me ocurre igual. Desde que entré en la escuela de primeras letras estoy aprendiendo ortografía, y aún no he parado. Cuando logras aprenderte unas normas, viene la Real Academia y, zas, te las cambia. La misma monja que me enseñó que la preposición «á» no se acentuaba ya como en el Romanticismo consiguió que pusiera los acentos en «fuí», «fué», «dió» y «vió». Apenas me lucí diez años con esos conocimientos. Recién ingresado en la Facultad de Letras, tuve la suerte de tener en los Comunes como catedrático de Lengua y Literatura Españolas a don Francisco López Estrada, gran maestro que consiguió algo dificilísimo: que el curso entero se aprendiera al dedillo las entonces recién publicadas Nuevas Normas Ortográficas. Los acentos de «fuí», «fué», «dió» y «vió», tan trabajosamente aprendidos con la Hermana Matilde, se tuvieron que ir a tomar por saco inmediatamente si queríamos que Don Francisco nos aprobase el curso, porque al que ponía una sola falta de ortografía en el examen escrito, lo suspendía directamente, sin seguir corrigiendo el examen. Y también aprendí con López Estrada algo utilísimo: cómo un solo acento puede distinguir al adverbio «más» de la conjunción «mas», o al adjetivo «solo» del adverbio «sólo». Ea, pues a freír espárragos trigueros otra vez las normas ortográficas tan trabajosamente aprendidas, con la nueva edición de la «Ortografía de la Lengua Española». A partir de ahora, usted quedará como una antigüedad, como los decimonónicos que acentuaban la preposición «á», si le sigue poniendo tilde al adverbio «sólo». Hablando de la acentuación de «sólo»: si lo pone se quedará usted con su acento más solo que los de Tudela. Me da la impresión de que a la ortografía le ha llegado la igualación por abajo y hacia lo más facilongo y productivo que se impone en todos los órdenes de la vida española. La lengua no iba a ser una excepción. Esa lengua maltratada. La lengua, voz de género femenino, es una mujer maltratada. Hay maltrato de mujeres y maltrato de lengua española. Con la lengua hay maltrato de género. El otro día asistí en Jerez a una solemne ceremonia de maltrato de la lengua. Los Príncipes de Asturias entregaban las Medallas de Bellas Artes y, salvo en el inteligente discurso de Don Felipe, todas las otras intervenciones oratorias de la alcaldesa, de la ministra de Cultura y del consejero del ramo estuvieron almacigadas de esas mamarrachadas de «premiados y premiadas», «jerezanos y jerezanas», «ciudadanos y ciudadanas». ¿Cuándo va a conseguir la Academia erradicar este maltrato de la lengua, cometido además en nombre de la dictadura hembrista de la igualdad y la paridad? Parece que la Real Academia quiere ponerlo todo facilito, para que no la acusen de facha. A «truhán», sin que se sepa por qué, le quitan el acento. Como se lo quitan a «guión». ¿Qué daño hacían esos acentos, a quién molestaban? Hasta el nombre a las letras les cambian, para hacerlo más moderno. La i griega, cuyo solo nombre evocaba las raíces de nuestra cultura, ya no se llamará así: ahora es la «ye». ¿Un homenaje a Asturias, patria querida? ¿O un homenaje a Concha Velasco, en el difícil trance de la muerte de Paco Marsó? ¡Qué yeyé, llamarle «ye» a la i griega! Cuando escuche el mote de «ye» que le han puesto a la i griega, creeré que estoy oyendo a la plaza de toros de Pamplona, cantando por los sanfermines como la Velasco: «Que sea una chica, una chica yeyé». O a lo mejor lo de «ye» es inglés con falta británica de ortografía. Yes”.