El fonendo ciudadano del latido popular
Una sección periodística es algo así como el fonendo ciudadano del latido popular. La concomitancia distributiva de cuanto se cuece a pie de calle. El aguijoneo del oxígeno urbano. El malecón del murmullo a discreción. El ceceo y el seseo según los protagonistas y la moldura de los eventos. Puede que, acatando sin miramientos la máxima de don Ramón María del Valle-Inclán, el periodismo avillane el estilo. Pero esta aseveración siempre queda interpuesta en solfa cuando aludimos al corolario literario de articulistas tales César González-Ruano, Francisco Umbral, José María Pemán o el mismo Antonio Burgos. A veces, algunas veces, el cantor tiene razón, y una imagen vale más que mil palabras. E incluso que ciento volando. Sobre todo si aterrizamos sobre la planicie –y a menudo la molicie- de los ecos de sociedad. Ser periodista de sociedad se ha reconvertido en un género provisto de identidad propia. Una especie de barroquismo andariego siempre atento al pim, pam, pum fuego de los saraos festivos, de los cónclaves de gente bonanzosa y de las citas con la convocatoria de excepción. En cualquier caso, y para quien guste de las relaciones humanas (¡y hasta humanistas!), una gozada comunicativa. Porque precisamente de comunicación andamos escasos, por no decir raquíticos, de un intenso tiempo a esta desnaturalizada parte. Un servidor –que labora a diario al frente del departamento de comunicación de un pujante grupo de empresas por veces más creciente (encomienda con cuya concesión disfruto a tutiplén)- escribe prácticamente un día sí y otro también, ininterrumpidamente de martes a sábado, la sección titulada ‘La Sacristía’ en el periódico ‘La Voz’. Aparte los honorarios mensuales que recibo al efecto, la sección de marras me sirve para esa rara avis, para esta consumación inhabitual, para aquella ejecución a doble banda que hemos dado en llamar ‘hacer amigos’. Un textito a vuela pluma, apenas quince renglones, a modo de pie de foto engatillada. Y cinco, seis o siete instantáneas nutrida y trufada y poblada de rostros amigos. O conocidos o desconocidos. Qué más da. El intríngulis radica en la barandilla publicada del termómetro social así que pasen veinticuatro horas. El invento está dando sus animosos resultados. Os regalo –sin precisiones específicas ni frases alusivas- el bulle bulle de las imágenes insertadas en los últimos días. Lo dicho: más que mil palabras.
Una sección periodística es algo así como el fonendo ciudadano del latido popular. La concomitancia distributiva de cuanto se cuece a pie de calle. El aguijoneo del oxígeno urbano. El malecón del murmullo a discreción. El ceceo y el seseo según los protagonistas y la moldura de los eventos. Puede que, acatando sin miramientos la máxima de don Ramón María del Valle-Inclán, el periodismo avillane el estilo. Pero esta aseveración siempre queda interpuesta en solfa cuando aludimos al corolario literario de articulistas tales César González-Ruano, Francisco Umbral, José María Pemán o el mismo Antonio Burgos. A veces, algunas veces, el cantor tiene razón, y una imagen vale más que mil palabras. E incluso que ciento volando. Sobre todo si aterrizamos sobre la planicie –y a menudo la molicie- de los ecos de sociedad. Ser periodista de sociedad se ha reconvertido en un género provisto de identidad propia. Una especie de barroquismo andariego siempre atento al pim, pam, pum fuego de los saraos festivos, de los cónclaves de gente bonanzosa y de las citas con la convocatoria de excepción. En cualquier caso, y para quien guste de las relaciones humanas (¡y hasta humanistas!), una gozada comunicativa. Porque precisamente de comunicación andamos escasos, por no decir raquíticos, de un intenso tiempo a esta desnaturalizada parte. Un servidor –que labora a diario al frente del departamento de comunicación de un pujante grupo de empresas por veces más creciente (encomienda con cuya concesión disfruto a tutiplén)- escribe prácticamente un día sí y otro también, ininterrumpidamente de martes a sábado, la sección titulada ‘La Sacristía’ en el periódico ‘La Voz’. Aparte los honorarios mensuales que recibo al efecto, la sección de marras me sirve para esa rara avis, para esta consumación inhabitual, para aquella ejecución a doble banda que hemos dado en llamar ‘hacer amigos’. Un textito a vuela pluma, apenas quince renglones, a modo de pie de foto engatillada. Y cinco, seis o siete instantáneas nutrida y trufada y poblada de rostros amigos. O conocidos o desconocidos. Qué más da. El intríngulis radica en la barandilla publicada del termómetro social así que pasen veinticuatro horas. El invento está dando sus animosos resultados. Os regalo –sin precisiones específicas ni frases alusivas- el bulle bulle de las imágenes insertadas en los últimos días. Lo dicho: más que mil palabras.