Con las botas puestas

Fue un actor libérrimo. Fue –trabuco en mano- ídolo ¿descocado? de una España cambiante. ¿Cambiante? Fue –finales de la década de los setenta- paradigma de valores perdidos por la escollera de la entonces progresía de barba frondosa y cazadora de pana. Fue un (ficcional) remanso de justicia con nombre propio. Un Curro que curraba lo suyo. Encarnó la televisiva probidad humanizada y trashumante, como quien adquiere el papel que el país –los españolitos de a pie- necesitaban cuando los cimientos de la estabilidad política no terminaba de cuadrar. ¡Ni de cuadrarse!  Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo se disfrazó de salteador a golpe de capítulo y 625 líneas. Fue el compañero de andanzas de Pepe Sancho ‘El Estudiante’ allá por las sierras de una bravura espontánea y concéntrica y fue el reñido discrepante de Pepe Sancho ‘el actor’ –con quien tuvo sus más y sus menos- a resultas de no sé qué cuota de protagonismo varonil/artístico. Ambos Sanchos –Pepe Sancho y Sancho Gracia- preguntaban al unísono: espejito, espejito… Sacudía la pantalla con ese destellante desparpajo que mochaba cualquier languidez del contraplano. Nunca languideció su optimismo vital ni la silva de su acento chulesco –en el sentido más saludablemente conquistador del término-. La voz, siempre la voz a modo de lenguaje del yo (como descascarillado de afonías y esmerilado de atonías). Iba del hecho al dicho. De la acción a la comunicación. Luchador hacia la exterioridad precisamente porque se sabía frágil de escoltas y apadrinamientos. En el primer presidente post-Franco lo encontró pared con pared. Sancho Gracia se disfrazaba de Papa Noel –interpretando cada Navidad al orondo y lirondo Santa Claus- para descender por la ancha chimenea de su vecino Adolfo Suárez. Allí jugueteaba con los hijos del hoy no del todo valorado ex presidente. De aquella amistad nació la propuesta y la aceptación de Curro Jiménez. Sancho Gracia fue un camionero –no necesariamente televisivo- que conducía a velocidad de vértigo el todoterreno de sí mismo. Eso sí: domeñando la estrategia interpretativa de quien conoce la tierra que sin vacilaciones pisa. Ha muerto con las botas puestas. Como mandan los cánones del más heroico bandolerismo andaluz.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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