Emmanuelle o el carácter retroactivo de lo inacabable




Posó insinuante/incitante en sillón de mimbre allá cuando la almadraba de su cuerpo joven era moneda de cambio de un erotismo cinematográfico refinado y expresionista.  Besaba entonces con la hendidura de la mirada, ella tan aniñada y tan almibarada de sonrisas verticales. Tornó la lujuria carnal –el exabrupto de la libido- en acompasada tocata y fuga de la elegancia desnuda. Sus fotogramas proyectaban el barrunto de un ritual cadencioso y ablativo: el striptease de la inocencia reflejada en el espejo multiplicador del séptimo arte. Fue una muchacha en flor de los primeros setenta: década insurgente  y perturbadora de la liberación sexual europea. De tal forma se machihembró al sillón, como un engranaje de mimbre y piel, que ya bautizaría al sitial con el sobrenombre de Emmanuelle. Poltrona con seudónimo de película de culto. Francisco Umbral escribiría su más granada obra recostado en un sillonazo de semejantes características. Ha muerto Sylvia Kristel, la Mata-Hari de los entreactos del placer solitario. Supo rebañar los cuencos de la intensidad vital que, a tiro de piedra de un arbitrismo personal e intuitivo, derivó en densidad existencial. Holanda ha dado apenas ninguna actriz como ella: serpenteante candidez siempre culebreando al son de la danza de los siete velos de una sugerencia de pechos escasos y retina abrasiva como el asomo de una llama, como el dorso de una candela. No diré que ha nacido el mito porque los mitos hodiernos de seguro poseen fecha de caducidad. Emmanuelle fue mítica antes que cadáver. Su inmortalidad adquiere por tanto el carácter retroactivo de lo inacabable.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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