Discurso de introito al acto de presentación del libro de la historia de la Iglesia de San Pedro



Fue en el largo y cálido año de 2007 cuando el nunca trivial novelista Juan José Millás ganara el flamante Premio Planeta con una novela –entera y enteriza- que tituló –de manera muy sintética- ‘El Mundo’.

El argumento, la trama, la sinopsis partía y se emboscaba en un hilo conductor sencillo, amén de sugerente: ‘El Mundo’ en efecto no sería sino la realidad que encontramos en derredor cuando nacemos. Ese paisaje o paisanaje cuya arquitectura física y sentimental forman parte de un decorado –diario o nostálgico- pero ya machihembrado definitivamente a los engranajes de nuestra propia autobiografía.

Las calles y callejuelas de nuestra niñez, la atmósfera vivificante de los nunca cesantes capítulos de la infancia, el espacio físico de los recuerdos: ese marasmo retrospectivo donde la intrahistoria y la leyenda de cada cual se funden y se pertrechan en un común fondo primigenio.

‘El Mundo’, la novela de Juan José Millás, testifica cómo lo universal –el concepto, insisto, de lo universal- sólo existe –o al menos se fragua- en lo particular. Es decir: la universalidad de la vida sólo encuentra su mejor definición en la particularidad del yo. O dicho de otro modo: En el magma, en los afluentes, en la eternidad de aquello que Caballero Bonald definió como “los resortes épicos de lo cotidiano”.

Quienes han/hemos frecuentado la poesía de Pablo García Baena asumimos a ciencia cierta la función vital –la adecuación existencial, las prerrogativas incluso psicológicas, el modelado o el modelaje del carácter- que apriorísticamente ejerce la localización geográfica, el reducido entorno espacial y personal en el que nos movemos e incluso removemos (entendido éste como la confidente belleza sensorial que a la corta edifica –sin restricciones- la personalidad de todo hijo de vecino).

Es aquello que, por usar el tono discursivo de Vicente Aleixandre, podríamos calificar como “el fondo ético y estético de nuestra conciencia intrahistórica”.

Y precisamente de libros –en este caso de género ensayístico-, de mundos e infancias y nostalgias y presentes y futuros adheridos a la ambivalencia de un barrio, de una parroquia, de una iglesia… hablaremos hoy en este acto que nos congrega y nos acoge.

La historia de la iglesia de San Pedro es –fue y sigue siendo-, por decantación y asimismo por interacción, la simultánea reseña de vidas y hechos múltiples de un Jerez circunscrito -de muchos interactivos modos-

 a una parroquia (que constituye poderoso entronque y centro neurálgico de la avidez humana, humanitaria e incluso humanista de los hijos de esta bendita tierra).   

El autor del libro, Eduardo Velo –mi hermano mayor por partida doble- ha consignado un postulado dable y viable: la evitación y la erradicación de la amnesia colectiva en torno a todo cuanto estos muros encierran. La destrucción de un olvido que sepulte la nunca verosímil levedad del ser. El enterramiento –en suma- de la memoria.

A partir de la hora presente no valdrá decir aquello de… “si estas paredes hablasen”.  Porque  ya lo han hecho –y muy coloquial y verazmente- en la perennidad de las páginas de la obra que aquí –como copias rescatadas del natural- presentamos cuando precisamente el peso y el poso del tiempo ya anuncia el bautismo de un nuevo año.  

El acto será bien sencillo. Dos consignaciones o matizaciones al respecto:
Primero: Al término de la sesión podrá adquirirse el libro en la antesacristía al muy módico precio de 15 euros. Es de Perogrullo consignar que su contenido y continente comportan un inmejorable regalo de Reyes para propios y extraños. Una apuesta a caballo ganador y una elección sobreasegurada. Además, y de manera original y originaria, Eduardo se presta –como no podía ser de manera otra: nobleza obliga- a rubricar o a dedicar de su puño y letra cuantos ejemplares sean necesarios.

Segundo: A continuación, y por esta orden, harán uso de la palabra el profesor Eugenio Vega Geán –presidente del Centro de Estudios Históricos Jerezanos, conocedor al dedillo del latido costumbrista de este barrio y prologuista del libro-, seguidamente hará lo propio el autor de la obra Eduardo Velo –quien esbozará a grandes rasgos el índice estructural de la misma- para cerrar el acto nuestro querido párroco don Luis Delgado.

Nos dejó dicho Miguel de Unamuno que “hay personas instruidas y hasta muy inteligentes que no oyen lo que leen”. Que no oyen lo que leen. Pues no así nosotros cuando nos sumerjamos en el aguamarina de la nostalgia de este libro que posee –por derecho propio- la banda sonora de nuestros recuerdos, de nuestro ayer inmediato y de aquellas perceptibles  y particulares sensaciones universales que Juan José Millás describiera en las ya míticas páginas de ‘El Mundo’, nuestro mundo.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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