La eñe desalmada

Por Luis María Anson
Gabriel García Márquez, escritor al que gusta fracturar el idioma y que se chotea a veces de la ortografía, escribió para reflexión de muchos: “La ñ no es una antigualla arqueológica sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otros lugares sigue expresándose con dos”.

Franceses e italianos, para conseguir el sonido de la ñ tienen que escribir gn; los portugueses, nh. Los españoles, como ha escrito Gregorio Salvador, hicieron en el castellano -no así en el catalán- la gran aportación al descubrir por vía lúdica la diferencia fonológica entre una nasal alveolar -la n- y una nasal palatal -la ñ-. En la Edad Media se avanzó y, mediante una tilde, se redujo el dígrafo a una sola letra.

Los talibanes de la identidad catalana defienden como panteras de Java el retraso lingüístico de emplear dos letras para un sonido que se puede expresar con una. No hay por qué criticar esa defensa, siempre y cuando no vaya unida a considerar la ñ como una reliquia, como un resto arqueológico que arrastra el castellano de forma tórpida. Es todo lo contrario. Se trata de un avance idiomático que nos sitúa en la vanguardia de la lengua. El gallego, el vascuence, el araucano, el zapoteco, el tagalo, el guaraní, el aymara y el qechua utilizan la ñ. También el chamorro, aunque los bárbaros estadounidenses han suprimido la tilde de la capital de Guam, que ahora suena Agana en lugar de Agaña. Visité las Marianas hace más de treinta años para emocionarme en el centro del Pacífico con un idioma nativo -el chamorro- en el que el 40% de las palabras cultas son españolas. De la base de Guam, por cierto, salían en aquella época los pájaros negros de la muerte, los B-52 que bombardeaban Vietnam mientras el pueblo annamita se inmolaba leyendo el Kim van Kieu, el largo poema de amor y de guerra de Nguyen Du.

Pocas palabras empiezan en castellano por la ñ, aunque, desde aña a zuño, son muchísimas las que asientan entre sus letras la que ofende a los talibanes de Cataluña. Los ordenadores han incorporado ya la ñ. 500 millones de hispanohablantes así lo han exigido. La letra más emblemática del alfabeto castellano no peligra. Como he dicho en alguna ocasión, es un ñacanguazú y se emplea desde el araucano al que gusta la ñajañaja hasta el ñamiñami cubano aunque esté ñangado o se vista de ñangrío y no se ande con ñique y ñaca.

La ñ, letra que tengo el honor de representar en la Real Academia Española, está más firme que nunca y los trabajos de Carlos Joaquín Córdova o Luis Cordero así lo demuestran. La ñ desalmada, frente a las cándidas Erenditras de ciertos intelectuales, pone todos los días en evidencia la ignorancia de algunos políticos catalanes que hablan de lo que no saben, zarandeados por el delirio secesionista con el que tratan de deformar y manipular a una de las más cultas regiones españolas.
ZIGZAG
Francisco García Marquina es un poeta de ávido aliento lírico. Mantiene con tenacidad su esfuerzo de creación poética. Su último libro Esto no es una pipa se mueve en una medida vanguardia. “El tiempo de los dioses y los héroes -me escribe- fue una antigua quimera trabajosa que nos dio de vivir en un desvelo”. Premio Gerardo Diego, esta obra de García Marquina destaca en su copiosa creación poética. “Solo el hombre se apaga en pie sobre la arena”, escribe el poeta que mantiene encendidas las brasas del amor: “Es en el nombre propio donde se hornea tu cuerpo y en mi boca entreabierta donde el amor aguarda la voz que lo instituya”. Y así le escribe a la amada: “Recuerdo aquellos ojos donde amanecías copiando la inocencia de la primera luz”. La poesía de García Marquina se nutre de claridad. Fuera de los circuitos excluyentes, el poeta es un caso admirable de independencia y calidad.

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