“Quien conozca la cultura clásica no puede dejar de reír como
Demócrito (por no llorar como Heráclito) de nuestras actuales tonterías”
El destacado filólogo, académico, miembro del CEHJ, investigador
y colaborador de Diario de Jerez Francisco Antonio García Romero protagoniza
una nueva sesión del ciclo ‘Diálogos en Bodegas Álvaro Domecq’ incluido en la
programación cultural Cultusema
“Muchos de la profesión docente, y yo desde luego,
nos afanamos en ser sembradores. Los años de docencia, ya treinta y uno, me
dicen que a menudo no importa tanto la calidad de la tierra como la pericia del
sembrador. Lo que pasa es que las ventoleras modernas dificultan sobremanera la
siembra. Hoy se tiene mucha prisa (la
del homo “zappiens”, el que hace zapping continuamente) para ejercicios
tan serenos y profundos como la lectura y la reflexión”
“En el caso concreto de nuestro vetusto y riquísimo idioma, no
debemos permitir que se degrade por mera dejadez o pereza un sistema complejo
que siglo a siglo han venido elaborando nuestros antepasados en el suelo patrio
y en las otras tierras que acogieron, de una u otra forma, esta herencia. Esa
degradación paulatina era lo que sacaba de sus casillas a don Fernando Lázaro
Carreter”
“Casi todo (y no sé si sobra el “casi”) lo fundamentalmente
importante ya lo hicieron ellos, los clásicos: hablaron como nadie, escribieron
como nadie, meditaron como nadie, organizaron como nadie, construyeron como
nadie, sintieron como nadie…”
“Ars longa, vita brevis, decía
Hipócrates refiriéndose a la medicina. Aquí, en Bodegas Álvaro Domecq, entre
soleras y criaderas, percibimos historia y arte: las viejas entrañas de nuestro
pueblo (desde aquel vinum ceretanum de
Marcial y Columela), las de
vendimiadores, vinateros, toneleros, arrumbadores, vidrieros, escribientes,
impresores…”
Texto: Marco A. Velo
Dialogar con el
preclaro filólogo Francisco Antonio García Romero comporta una suerte de
libertador sosiego personal acaso a veces demasiado adormecido o adormilado en
nuestro fuero interno. Las reflexiones de García Romero –que brotan al hilo del
pensamiento- nos remiten en un amén a cuanto Ortega y Gasset escribiera en el
extenso artículo –con asomos ensayísticos- ‘Ética de los griegos’, a su vez
incluido en la obra -compilación de colaboraciones periodísticas del eminente
filósofo- ‘Espíritu de la letra’: “¡A tu lado se siente uno bueno, porque cae
en la cuenta de que no sabe uno nada y habla de lo divino y lo humano, con
irrisoria petulancia, en los folletones de los rotativos! Pero tú lo ves claro:
más que petulancia es la alegría de ejercitar la operación intelectual –la
alegría del músculo sano cuando camina elástico por el caminito largo, entre
fondas-. Tú adviertes que todas mis negras líneas de prosa llevan una filigrana
parecida a aquellas palabras usadas por Lotze al fin de su ‘Metafísica’: “Dios
sabe de esto mucho más”.
Docente por vocación
y por convicción, investigador incansable, Académico de Número de la Real
Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras y también miembro de Número
del Centro de Estudios Históricos Jerezanos –con amplia experiencia dirigente
en ambas instituciones culturales-, humanista y humanitario, colaborador de
Diario de Jerez, investigador de larga y fecunda trayectoria, autor de una
considerable ristra de libros en el mercado editorial, hombre de veras
familiar, sereno y muy dado al fino sentido del humor, cofrade y jerezano de
pura cepa, Francisco Antonio –cuyo aspecto físico mantiene una terca y nunca a
contrarreloj impecable conservación juvenil (herencia a no dudarlo genética)-
es un intelectual en la clásica cimentación del término. ¿Un posmoderno
grecolatino del siglo XXI? Juzguen
ustedes mismos a partir de los plurales diagnósticos que emanan y dimanan,
fluvialmente, de sus respuestas…
- Unamuno nos dejó dicho
que “sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe… Sólo la cultura da
libertad… No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar,
sino dad pensamiento: la libertad que hay que dar al pueblo es la cultura”.
¿Piensa usted que las nuevas generaciones no terminan de asociar, de digerir,
de somatizar la configuración -el logro- de una personalidad enteramente libre
desde el pódium de la cultura, del estudio, de la formación permanente, de la
lectura como modus vivendi?
- Unamuno era colega
de Clásicas, como sabes, y en esto desde luego, como en tantas cosas (a pesar
de sus dudas en otros terrenos), lo tuvo claro. Cultura es “cultivo” en latín, es el eje en torno al cual gira
todo: aunque parezca mentira, “polo” tiene su misma raíz indoeuropea (*kwel- / *kwol-) y
también “ciclón”; y es que la cultura lo revuelve todo (“revolver, mover
alrededor” es el sentido primario de dicha raíz). Muchos de la profesión docente, y yo desde luego, nos afanamos en
ser sembradores. Los años de docencia, ya treinta y uno, me dicen que a menudo
no importa tanto la calidad de la tierra como la pericia del sembrador. Lo que
pasa es que las ventoleras modernas dificultan sobremanera la siembra. Hoy se
tiene mucha prisa (la del homo “zappiens”, el que hace zapping continuamente) para ejercicios
tan serenos y profundos como la lectura y la reflexión.
-
Valle-Inclán, en su arrolladora –por luminosa- obra 'La lámpara maravillosa.
Ejercicios espirituales' escribió lo siguiente: "Cuando mires tu imagen en
el espejo mágico, evoca tu sombra de niño. Quien sabe del pasado, sabe del
porvenir". Esta conclusión -de aparente yuxtaposición de instantes- puede
extrapolarse, Francisco Antonio, al concepto mismo de Historia, de la Historia.
Como consumado investigador también de Historia, ¿qué importancia concede -para
afrontar el futuro- el conocimiento -exhaustivo, contrastado- del pasado?
- Ya decía el gran
Rilke (el que en su Epistolario español menospreció
a Sevilla, pero siempre amó a Ronda), que la patria del hombre es la infancia.
Yo, un consumado curioso ignorante, siempre he tenido como norma la definición
de Tucídides: la historia es ktêma es
aieí (I 22), “una adquisición, un
tesoro, una posesión para siempre”. Luego Goethe insistió en que hay que llevar
tres mil años de “contabilidad” para no vivir a oscuras. Y Ortega ponía la
imagen de Lagartijo, “retrogradando” para tirarse a matar: dar un paso atrás
para lanzarse adelante. En fin, el ser humano debe conocer su infancia, aunque
esta “niñez” con frecuencia y en muchos aspectos haya sido más madura, más
consciente y, paradójicamente, más moderna que nuestros tecnológicos siglos.
- ¿Por
qué solemos recurrir a manidos personajes de medio copete relacionados con la
cultura menor -la mayor de las veces escrita con letras minúsculas- y sin
embargo mediatizados (a menudo post
mortem) por corrientes más asidas al marketing
de masas que al valor cualitativo de la obra legada y, por el contrario, apenas
se valorizan, se parafrasean, se rescatan pensadores como Sócrates, Homero,
Cleóbulo de Lindos, Hesíodo, Píndaro, Quilón de Esparta...?
- “Clásico ‘eh’ lo que no se ‘pue’
‘hasé mejón’ ”, sentenciaba Rafael el Gallo. Yo también creo, como pensaba
Schiller, que con mucha frecuencia los clásicos, y los griegos en concreto, nos
apabullan, nos abochornan con esa simplicidad y esa modernidad, insisto, que
demuestran en sus obras de cualquier tipo. Son nuestros modelos y, en no poca
medida, nos sentimos acomplejados y nos condicionan, así que intentamos
sobrevalorar nuestros torpes méritos. Casi todo (y no sé si sobra el “casi”) lo
fundamentalmente importante ya lo hicieron ellos: hablaron como nadie,
escribieron como nadie, meditaron como nadie, organizaron como nadie, construyeron
como nadie, sintieron como nadie… Quien conozca la cultura clásica no puede
dejar de reír como Demócrito (por no llorar como Heráclito) de nuestras
actuales tonterías, como ya hizo Erasmo en su Elogio de la estupidez (Stultitiae laus). Y es que para colmo: “Los
griegos no son nuestros clásicos (…); más bien somos nosotros los griegos”,
afirmaba Zubiri (en Naturaleza, Historia,
Dios). Y continuaba así: “Grecia” —o “la cultura grecolatina”, diría yo—
“constituye un elemento formal de las posibilidades de lo que somos hoy”.
- ¿Qué
podemos destacar de un memorable (e inmortal) defensor de la cultura clásica
-desde la pulcritud del castellano correcto- como Fernando Lázaro Carreter?
- Hace años, tras fallecer el
maestro Lázaro (de quien conservo una carta de puño y letra), escribí un
articulito que me permitirás, amigo Marco, que aproveche aquí. Epicuro,
escribía yo entonces, creía que los dioses hablaban en griego y es conocido
aquel dicho atribuido, aunque sin mucho fundamento a Carlos V: el emperador
usaba la lengua italiana con las damas, la francesa con los hombres, la alemana
¡con su caballo! y la castellana la dejaba para hablar con Dios. O griego o
español, no importa. Lo que sí importa, y ya en el caso concreto de nuestro
vetusto y riquísimo idioma, es no permitir que se degrade por mera dejadez o
pereza un sistema complejo que siglo a siglo han venido elaborando nuestros
antepasados en el suelo patrio y en las otras tierras que acogieron, de una u
otra forma, esta herencia. Esa degradación paulatina era lo que sacaba de sus
casillas a don Fernando Lázaro Carreter. Los auténticos sabios siempre aúnan la
humildad del genio y el inteligente humor. Escucharlos o leerlos siempre es un
bálsamo muy resolutivo contra la vanidad. Si queremos pasar un buen rato,
apaguemos la televisión y leamos por ejemplo algunos de sus imponentes,
magistrales artículos de El dardo en la
palabra: por ejemplo, el titulado
“Instrucciones en español” o aquellos otros, muchos, en los que ridiculiza la
intemperancia o la sandez de las crónicas deportivas (“Épica y deporte”, “Desmesuras
deportivas”, etc.), o la extrema y peligrosa hambruna mental de jóvenes y no
tan jóvenes, denunciada por el uso impenitente y extemporáneo de un recurso tan
sano, cuando bien empleado, como es el “taco”. Además, don Fernando muy pronto
anunció que la gloriosa reforma educativa de la LOGSE nos mandaba a la
cuneta y se quejó sin descanso, pero a oídos sordos, de aquella proclamación
del “derecho a ser mal enseñados, mal o nada examinados y en modo alguno
exigidos” (“Brindis triste”).
- Aquella
Babel, en las escientes palabras de don Fernando…
- En efecto. El castigo de la
bíblica Babel, bromeaba razonadamente Lázaro, “consistió en que si alguien,
pongamos el capataz de la célebre Torre, ordenaba a un peón que puliese un
pedrusco, el pobre esclavo se quitaba una sandalia; y si este pedía el botijo
al vecino de andamio, recibía una soga de esparto. Tal teoría expone bien el
porqué del derrumbe de aquella famosa máquina: el cielo pudo haberla destruido
de un hálito, pero prefirió que mediara el lenguaje” (“Babel”). No hay nada más
útil que hablar bien y mostrarse inflexible ante el “supermoderno” guirigay que
se nos impone. Algo así, aunque en otro sentido, defendía el fabulista latino
Fedro. Yo,
al menos, intento hacerle caso y procuro no olvidar que “casi todo puede
decirse, como mínimo, de otra manera que tal vez sea mejor, más clara, más
rotunda, más irónica, menos enrevesada, más ajustada al asunto”. Y si no me
bastaran sus palabras, mi propia experiencia o, más bien, mi propia ineptitud
como escritor me convencería de esta inconcusa verdad. Sí, yo quisiera escribir
como él y no “con brocha gorda”, pero “lo que no puede ser no puede ser y,
además, es imposible”, patochada atribuida al Guerra, pero que ya apuntó un
loco personaje del Buscón quevedesco (léase “Rumorología”). En fin, que “Dios ayude” (es lo
que significa “Lázaro” en hebreo) al idioma español, porque sus hablantes nos
quedamos hace años sin el escudo más firme y sin el dardo más agudo para
defenderlo.
- ¿Qué
reporta la Filología
Clásica a los alumnos, a los docentes, que se sumergen en su
estudio (permanente) allende las modas y los modismos de cualquier época?
- Pues también sobre esto he
llegado a algunas conclusiones que presumo suficientemente firmes. Son fruto de
mi humilde experiencia y de la ayuda de no pocas y valiosas lecturas, entre las
que destacaré las riquísimas líneas que al tema han dedicado Italo Calvino
y los profesores García Gual y Javier
del Hoyo, de cuyas sesudas apreciaciones aquí beberé. Por lo pronto, estoy seguro
de que las lenguas clásicas aportan lo que debería aportar el bachillerato. Un
matemático afirmaba que de sus alumnos bachilleres no quería que supieran más
matemáticas sino solo que fueran aptos para “pensar mejor”, que no tuvieran más
conocimientos sino únicamente las cabezas “bien organizadas”. Y eso lo consigue
la cultura clásica y el estudio del griego clásico y del latín, porque nos
proporcionan una capacidad real de estructurar el pensamiento; una visión más
global de los problemas que la que dan los estudios técnicos; el interés por lo
humanístico y la lucha, por tanto, contra la deshumanización actual; el
desarrollo del juicio crítico; un muy notable aumento del vocabulario y de la
propiedad en la expresión; una mayor facilidad para aprender otras lenguas,
además de las románicas; y, en resumen, un buen conocimiento de los orígenes y
raíces de nuestra lengua, cultura y costumbres, o sea, de nosotros mismos, de
lo que hemos sido, lo que somos y seremos. Espero no olvidarme de nada. Además, aparte del docere está el delectare, en
palabras de Horacio, y de deleite literario las clásicas lo tienen todo.
-
También los clásicos, la generación del 98, los miembros del novecentismo e
incluso los poetas del grupo del 36 establecieron ciertos paralelismos, ciertas
urdimbres, entre la cultura del pensamiento y la práctica del deporte. Usted es
un fiel exponente de ambos cultivos. ¿Qué retroalimentación o qué relación (de
salubridad mental) establecen sendas prácticas?
- Desde los griegos a la Institución Libre
de Enseñanza (por no irnos al Oriente) el deporte y el ejercicio físico han
sido básicos en la formación de los jóvenes (también la música, como la
literatura). También por mí mismo he podido comprobarlo desde mi juventud y,
como sabes, continúo ligado al mundo deportivo (fundamentalmente al insuperable
invento de un canadiense, profesor por supuesto, llamado James Naismith: el
baloncesto). El buen deportista es ejemplo de educación, de superación, de
integridad, de amistad, de entrega. En el mito se hace deporte, los héroes
homéricos lo practican con ardor, en Grecia fueron una institución… Por otra
parte, siempre me ha llamado la atención el que los primeros cristianos
entendieran determinadas metáforas deportivas y las usaran con frecuencia. Por
ejemplo, en la Segunda
carta a Timoteo (2 Tim 4, 7) Pablo (o quien fuera su autor) describe su
actividad de la siguiente manera: “He competido noblemente, he llegado a la
meta de mi carrera, he mantenido la fe”. Y, luego, los primeros Padres de la Iglesia , para referirse a
su tarea como cristianos o al martirio, emplean términos como “atleta”,
“campeón”, “gimnasio del alma” o “palestra de virtudes” (“atletas” son los
monjes cartujos en la célebre oración de San Bruno: “Aquí concede Dios a sus
atletas, por los esfuerzos del combate, la ansiada recompensa…”).
- Mens
sana…
- Así es. También pronunciamos, a
manera de máxima, aquello que aludes de las Sátiras de Juvenal, Mens
sana in corpore sano (Sátiras X 356), aunque en su sentido primario
estaba lejos de significar lo que nosotros queremos entender, pues el satírico
romano solamente pretendía pedirle a los dioses la salud de alma y de cuerpo,
no una forma física envidiable. Y abundando en la cuestión, en el propio
lenguaje baloncestístico, he querido descubrir (y que se perdone la boutade) un uso latino. Los que
practicamos el baloncesto sabemos lo que, en pleno juego, quiere decir
“¡botó!”: el jugador contrincante que estaba botando el balón lo ha cogido y no
puede volver a botarlo, y es entonces el momento de presionar para cortar o
impedir el pase. O sea, con “¡botó!” queremos decir precisamente que ya no
bota. ¡Qué curioso! Pero cuál no es nuestra sorpresa cuando comprobamos que la
sintaxis latina, sin recurrir a otras, nos da la solución. Es lo que se llama “perfecto
de estado alcanzado negativo”, valor que en determinados contextos sigue
teniendo nuestro pretérito indefinido (el actual pretérito perfecto simple). Es
el mismo valor de la lacónica respuesta de Cicerón al salir de la cárcel
Tuliana, tras asistir a la ejecución de los secuaces de Catilina: Vixerunt (o
Vixere; gr. Ézēsan, según Plutarco, Cicerón 22),
“Vivieron”, o sea “ya no viven”, están muertos y bien muertos. ¡Que hay que ver
los intríngulis lingüísticos en que nos metemos los jugadores de baloncesto!
- Usted
es Académico de Número de la
Real Academia de San Dionisio de Ciencias Artes y Letras y
Miembro de Número del CEHJ -con experiencia dirigente además en sendas
prestigiosas instituciones-. ¿Qué papel han de desempeñar a día de hoy -en una
sociedad tan desestructurada como la nuestra donde la cultura además parece que
se considera como la hermana menor de todas las prelaciones- instituciones
culturales como las mencionadas?
- Desde las instituciones que has
mencionado nuestro grupo se empeña, obstinadamente diríamos, en ofrecer a los
ciudadanos interesados los temas más variopintos y los encuentros más
fructíferos que puedan satisfacer sus ansias culturales. Citaré el curso anual
de historia que desarrolla el CEHJ; las jornadas que dedicamos a personajes (a
Hipólito Sancho o Manuel Esteve) o temas de la historia de nuestra ciudad y
nuestra comarca; el ciclo “Jerez siempre” de la Academia , las
conferencias semanales en la sede académica… Y por supuesto ofrecemos nuestra
continua disposición a colaborar con otras asociaciones culturales jerezanas:
el Ateneo, los Amigos del Archivo, la Biblioteca y el Museo Arqueológico municipales,
la propia Delegación de Cultura del ayuntamiento, las hermandades, etc. De una cosa estoy seguro: la
unión, también en el mundo cultural, hace la fuerza y, aun respetando los fines
específicos de cada institución, “hemos nacido para colaborar”, pròs synergían, como aseguraba el
emperador filósofo, Marco Aurelio.
- Al
margen de su labor como docente, usted también propaga la cultura desde el
altavoz o la azotea del papel prensa. ¿Considera que los medios de comunicación
ejercen o deben ejercer de meridianos catalizadores del conocimiento destinado
a un mayor segmento de público?
- Durante muchos años hemos
colaborado con los diarios locales, incluso con secciones fijas semanales, con
notable aceptación por los lectores, lo que, aparte de llenarnos de alegría y
sano orgullo, nos convence de que esta manera de llegar al público es
importante, amena y muy productiva. Desde ahí se puede llegar a objetivos,
digamos, más altos y a participaciones más inmersas en el tejido social. Es
imprescindible que la Cultura
(con mayúsculas) forme parte del propio día a día de cualquier ciudad que se
precie y todos los medios son pocos para este fin.
- ¿Qué
próximos proyectos trae entre manos?
- Aparte de las actividades
culturales a las que me he referido tenemos algún que otro trabajillo en
preparación o en prensa. Con Eugenio
Vega (mi inseparable compañero, por no llamarlo “estrella polar” de mi
singladura cultural) y con Antonio Ruiz Castellanos (de la Universidad de Cádiz)
colaboro en un libro, Inscripciones latinas de Jerez de
la Frontera. Epigrafía y
contexto,
que seguramente vea la luz el próximo año. Y está en prensa, en una editorial
madrileña, para igualmente salir también en el 2016, una traducción y
comentario de la obra griega Historia
eclesiástica de Sócrates Escolástico (con los hechos desde el emperador
Constantino a Teodosio II), un proyecto para el que modestamente he coordinado
a un equipo de profesores (algunos de ellos también de la UCA ).
- ¿Qué
opinión le merece las instalaciones de las Bodegas Álvaro Domecq?
- Ars
longa, vita brevis, decía
Hipócrates refiriéndose a la medicina. Aquí, entre soleras y criaderas, percibimos
historia y arte: las viejas entrañas de nuestro pueblo (desde aquel vinum ceretanum de Marcial y Columela), las de vendimiadores, vinateros,
toneleros, arrumbadores, vidrieros, escribientes, impresores… De todo hay en
nuestras familias jerezanas, de todo lo que ha rodeado y sigue rodeando al
mundo del vino. Y
debe ser un orgullo, como en efecto lo es, para estas históricas bodegas el
mantenimiento de un legado cultural tan profundo y auténtico. El vino es
cultura. Ya lo era, lo aseguraba el geógrafo Estrabón, para los antiguos
turdetanos, nuestros antepasados. In
vino, veritas, según el refrán que Erasmo recogió a partir del acervo
clásico.
- ¿Qué
desea añadir?
- Simplemente me gustaría
agradecerte tu imperecedero afán cultural, en tantos y tan variados campos, las
facilidades y apoyo que siempre nos ofreces, tu incondicional respaldo a
nuestras actividades. Somos
amigos y, por tanto, sabes que lo digo de corazón. Desde luego tú sí puedes
grabar en la meridiana de tu reloj aquello de Amicis quaelibet hora, “Para los amigos cualquier hora es buena”.