Premio Nacional de Poesía para Luis
Alberto de Cuenca. Alegrón por mi parte. En España hay muchos y, a veces, muy
buenos poetas, pero Luis Alberto es, entre todos ellos, el que más de frente y
por derecho me llega. Alta es la amistad que le profeso y que me honra. Todos
los martes, a las nueve y media de la noche, hablamos él y yo de literatura en
el programa radiofónico de Luis Herrero. Vayan y valgan hoy aquí, como
testimonio del alegrón y de la amistad, dos textos. El primero, salido de mi
pluma, es de hace unos años, no muchos; el segundo es un poema, sobradamente
conocido, que Luis Alberto escribió in illo témpore (perdón por el acento,
latinista), pero que es de estricta actualidad...
1. "Si
yo fuese Luis Alberto no querría ser Dragó, porque saldría perdiendo, pero
siendo, como soy, Dragó, me gustaría ser Luis Alberto, porque saldría ganando.
Lo digo en serio. Pasaría yo de ser
un humilde prosista que yerra (de error y de errar) por el mundo y por la
literatura a ser el mejor poeta de cuantos hoy escriben en España.
Sigo hablando en serio. Nadie
atribuya a hipérbole, ditirambo o tropo la contundente opinión que acabo de
expresar. Luis Alberto no sólo alza la voz, sino que la sostiene, y no sólo
canta, sino que, además, cuenta.
Eso es extraordinariamente difícil:
bailar, sin caerse nunca, sobre el filo de la navaja barbera que sirve de
hilván, cicatriz y sutura a la lírica y la épica, a Horacio y Virgilio, al
haiku y la octava real, a la fantasía y el sentido común, a don Quijote y
Sancho, al amor y el humor, a la sátira y la ironía, al florete y el
martillazo, a la serenidad y la ebriedad, a la categoría y la anécdota...
Otros lo hicieron en el pasado, pero
sólo Luis Alberto lo hace hoy. Es ubicuo. Es multicéfalo. Es centrífugo y
centrípeto. Es aguja de navegar que señala a la vez todos los puntos de la rosa
de los vientos. Es como esas stupas del budismo que tienen ojos en sus cuatro
caras. Es poeta y veleta.
¡Qué milagro el de abrazar un libro
suyo, meterse con él en la cama y sentir lo que se siente al leer un poema
mientras el sol se pone y, al mismo tiempo, divertirse como divierten a los
quince años las novelas!
Insisto: eso, en la España zapatera,
zaragatera y hortera, que es la de hoy, nadie lo hace.
¡Ah, Luis Alberto, simultáneamente
sutil e inconsútil, narrador y poeta, juglar y clérigo! ¡Doble mester el suyo,
como mandan los cánones de la historia de nuestra literatura!
Y, encima, estudió clásicas, que es
lo que yo estudiaría ahora si estuviese en edad de hacerlo.
Lo diré en latín macarrónico: es
condición sine qua non conocer esa lengua, la latina, y no viene mal leer de
corrido el griego, para escribir como Dios manda en castellano.
Le guardo gratitud a Luis Alberto
porque me presta pacientes servicios de latinista y helenista. Soy capaz de
consultarle muchas veces cada día, a cualquier hora, y siempre me saca del
atolladero. Debería cobrarme. No lo hace. Estoy en deuda con él. Por navidad le
enviaré un Mercedes. Tiene un coche que da pena.
Le guardo gratitud a Luis Alberto
porque nunca habla mal de nadie y consigue que nadie hable mal de él. No sé lo
que es más difícil.
Le guardo gratitud a Luis Alberto
porque se atreve a decir que es de derechas y la izquierda se lo perdona. Eso
se llama cuadrar el círculo de la incorrección política.
Le guardo gratitud a Luis Alberto por
su buena educación, por su cultura concéntrica, excéntrica y enciclopédica, por
su constante atención a los raros y curiosos, porque sabe de todo y nunca
abruma, por su afabilidad y por ser un caballero en un país de escuderos.
Luis Alberto me honra con su amistad,
y eso es algo que debo agradecer a los dioses, pero a la vez los execro por
haber tardado tanto en propiciar nuestro encuentro.
Teníamos un destino común, nuestro
pasado lo era... Nacimos en el mismo barrio, fuimos al mismo colegio, pateamos
las mismas calles, leímos los mismos libros y nos gustan las mismas mujeres.
Seré tan políticamente incorrecto
como lo es su poesía: a mí me gusta la suya. Su mujer, digo. Su poesía,
también.
¡Malhaya! Él llegó antes, y eso que
es más joven.
Termino ya, y lo hago diciendo que
deberíamos poner escolta literaria a Luis Alberto porque sus dones, virtudes y
saberes, en un país donde la aristofobia es mal endémico (Ortega dixit), lo
convierten en blanco de malandrines. Es apuesto, es de buena familia, nació en
el barrio de Salamanca, estudió en colegio de mucho pago, llegó casi a
ministro, debe de ser hombre de posibles, su conversación es amena, sagaces sus
puntos de vista, originales sus juicios, extravagantes sus conjeturas, sabe
latín, tiene nociones de gramática parda, no carece de sentido del humor y
escribe tan luciferinamente bien como si fuese un ángel.
¡Guárdate, Luis Alberto, de los idus
de la envidia!
Agradecía Platón a
Zeus haber nacido hombre, varón, griego y ciudadano de Atenas en el siglo de
Pericles. Yo, que no soy envidioso, me conformo con ser amigo, per saecula saeculorum, de Luis Alberto
de Cuenca.
¡Caramba! ¿Lo habré escrito bien? Voy
a pegarle un telefonazo."
2. Political incorrectness
Sé buena, dime cosas incorrectas
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta. Otro: que el multi-
culturalismo es un nuevo fascismo,
sólo que más hortera, o que disfrutas
pegando a un pedagogo o a un psicólogo,
o que el Meditarráneo te horroriza.
Dime cosas que lleven a la hoguera
directamente, dime atrocidades
que cuestionen verdades absolutas
como: "No creo en la igualdad." O dime
cosas terribles como que me quieres
a pesar de que no soy de tu sexo,
que me quieres del todo, con locura,
para siempre, como querían antes
las hembras de la Tierra.
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta. Otro: que el multi-
culturalismo es un nuevo fascismo,
sólo que más hortera, o que disfrutas
pegando a un pedagogo o a un psicólogo,
o que el Meditarráneo te horroriza.
Dime cosas que lleven a la hoguera
directamente, dime atrocidades
que cuestionen verdades absolutas
como: "No creo en la igualdad." O dime
cosas terribles como que me quieres
a pesar de que no soy de tu sexo,
que me quieres del todo, con locura,
para siempre, como querían antes
las hembras de la Tierra.