Cela dijo que
Madrid era un poblachón manchego. Ahora es una cosmópolis. Esta novela, puesta
en castellano actual por Andrés Trapiello y editada por Destino, dice en su
primera línea que "en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo
antiguo, rocín flaco y galgo corredor". Les propongo un acertijo muy fácil
de resolver: Trapiello ha sustituido tres palabras en esa frase: una
preposición, un sustantivo y un adjetivo... ¿Cuáles son?
Mes de junio del año en curso. El
barómetro del CIS revela que el 40'9 por ciento de los españoles no ha leído un
solo capítulo del Quijote, el 21'3 por ciento asegura haber leído algunas
páginas y el 21'6 por ciento dice que lo ha leído completo. ¿De verdad?
Sospecho que muchos mienten. Y, aunque así no fuera, los datos son demoledores.
El 54'3 por ciento confiesa que nunca oyó hablar del cuarto centenario de la
publicación de esa obra pese al aluvión cultural, social, académico,
informativo y festivo con el que se celebró. Entre los que no la han leído, el
31'9% explica que el motivo principal ha sido que no les gusta leer; el 14,8% alega falta de tiempo
para leer un libro tan largo; un 11,4% dice que no le interesa la obra; y un
10,4% afirma que le aburre la literatura clásica. Y entre los que sí la han
leído o dicen que la han leído, más de la mitad lo ha hecho en el colegio o en
la facultad, por prescripción docente, y sólo un 30% del 21% la ha leído por
interés personal. O sea: alrededor del 7 por ciento de la población de España.
Mal andamos.
En un libro de Santiago Alba Rico -Leer con
niños, Random House- que apareció en 2007 y acaba de reeditarse, se
lee lo que sigue: "Mientras aumenta el número de títulos y las cifras de
venta, disminuye el de lectores efectivos. Mientras se mantiene el
analfabetismo real en los países pobres, aumenta el analfabetismo funcional en
los países ricos. Mientras se multiplican los medios tecnológicos de registro y
archivo de la humanidad, flaquea y agoniza la memoria individual de los
humanos. Mientras se multiplican las palabras en todos los formatos, se
extinguen las frases largas. Pocos somos ya capaces de recordar un poema, una
canción, una cita de memoria; pocos somos capaces de recordar los
acontecimientos más recientes: la caída del muro de Berlín es para las nuevas
generaciones tan antigua, tan inexpresiva, tan irrelevante como la caída de
Roma. La Historia ha desaparecido en el instantáneo y sucesivo consumo de
imágenes muy intensas, muy solubles, que no dejan más rastro que el apetito de
una imagen nueva, de una visualidad ininterrumpida; la mirada se ha convertido
en una extensión del sistema digestivo. En estas condiciones los libros no hace
falta ni quemarlos: se descatalogan solos a medida que salen de la
imprenta". Y un poco más adelante: "La lectura hace pensar, pero
¿quién quiere pensar? La lectura puede cambiar el mundo, pero hoy casi nos
conformaríamos con conservarlo. La lectura ayuda a conservar el mundo, pero
mucho me temo que no podremos conservarlo sino con las manos y todos juntos.
Entonces, ¿para qué leer? ¿Para qué narrar?". Se lo pregunto a un hombre
de letras... De letras leídas y de letras escritas.