En Villamarta hemos podido
asistir a la verificación in situ del fenómeno fan. Hasta límites de llanto
antecedido. La pubertad también abre puertas de sensibilidad color rosa. María
Parrado se ha hecho con una amalgama de entusiasmos circundantes de idéntica
edad e idéntico sexo. No fanatismo histérico ni histriónico. No. Sino la suave
cadencia de un seguimiento tan leal, tan desprendido, como legítimo, mágico,
loable, sincero y transparente. Niñas de entre diez y quince años que quieren
con locura a su ídolo. Que adoran su música, la identificativa letra de sus
canciones, su manera de ser. Una interconexión y una identificación plausible e
incluso harto saludable. Aplaudimos la fijación de referentes de semejante
índole. La chisposa alegría de la vida que comienza a despertar en la unicidad
de sensaciones compartidas. Fue bella esta entrega de las chiquillas a la
artista que entonces pisaba las tablas con un dominio fuera de todo
cuestionamiento. María Parrado, la industria
que late a su alrededor y encamina con acierto su carrera musical, ha sabido
canalizar los intereses del target de público (propio). La joven cantante
cuenta con innumerables incondicionales. Miles. Y todas de la misma edad,
presumiblemente del mismo perfil social e incluso, insistimos, de la misma
sensibilidad femenina que asoma -con avispados ojos despiertos- la mirada a los
prefacios de la adolescencia. Un coliseo lleno a rebosar donde los gritos de
admiración ya antecedían a la subida del telón. La fiesta estaba asegurada.
La televisión, los concursos de voz y triunfo, fabrica la repercusión mediática que a la corta recoge esta densa cosecha del impacto catódico. ‘Abril’ es un trabajo discográfico acorde. En la doble significación de la terminología. Letras que trasminan toda la realidad visible y tangible a la esponjosa edad de catorce años. Lenguaje afín para quienes poblaban el patio de butacas bien entre compañeras y amigas bien junto a padres igualmente metidos en la balada o en el electrizante tono rítmico del concierto. Una hora agradable, movida, bailable. Dinamismo y cegador juego de luces. Un único pero: la voz de María quedaba sepultada, apenas susurrada, bajo la fuerte sonoridad –volumen atronador- de guitarras y batería. ¿Error de cálculo en la prueba de sonido? En una fenomenología de fan adolescente importa más la voz de quien se erige en epicentro de todos los afanes que incluso el acompañamiento musical. Costaba a menudo identificar –hacerla perceptible- la voz de tan muy profesional –lo es con creces- artista/artista. Pero este detalle técnico tampoco importaría demasiado cuando los sentimientos emergen a flor de piel y las letras renacen coreadas al unísono desde el patio de butacas. Lleva razón María Parrado cuando asevera que comenzar con canciones inéditas es partir de cero. Por supuesto. Y con la quinta marcha, eso sí, a velocidad de relámpago.
La televisión, los concursos de voz y triunfo, fabrica la repercusión mediática que a la corta recoge esta densa cosecha del impacto catódico. ‘Abril’ es un trabajo discográfico acorde. En la doble significación de la terminología. Letras que trasminan toda la realidad visible y tangible a la esponjosa edad de catorce años. Lenguaje afín para quienes poblaban el patio de butacas bien entre compañeras y amigas bien junto a padres igualmente metidos en la balada o en el electrizante tono rítmico del concierto. Una hora agradable, movida, bailable. Dinamismo y cegador juego de luces. Un único pero: la voz de María quedaba sepultada, apenas susurrada, bajo la fuerte sonoridad –volumen atronador- de guitarras y batería. ¿Error de cálculo en la prueba de sonido? En una fenomenología de fan adolescente importa más la voz de quien se erige en epicentro de todos los afanes que incluso el acompañamiento musical. Costaba a menudo identificar –hacerla perceptible- la voz de tan muy profesional –lo es con creces- artista/artista. Pero este detalle técnico tampoco importaría demasiado cuando los sentimientos emergen a flor de piel y las letras renacen coreadas al unísono desde el patio de butacas. Lleva razón María Parrado cuando asevera que comenzar con canciones inéditas es partir de cero. Por supuesto. Y con la quinta marcha, eso sí, a velocidad de relámpago.