Renovación y remembranza de una tradición genuina sobre las
tablas de Villamarta
Crónica
de Marco A. Velo
Como una lengua de fuego que
se aposenta sin mejillas sobre el fulgor de los ancestros jerezanos. Como el
revés de la más cenicienta modernidad. Como aquella virginal paginación de la
teoría de los duendes y las musas suministrada cuando entonces en la deriva de
un azul crujiente. Como una infiltración en las calendas del ayer. Como la toná
que prorrumpe –cascada fértil- desde la primigenia solapa del cante flamenco.
Como un telón –rojo de sangre urgente- que se alza así resuenen las ocho y
media en los relojes indivisibles de la fragua del Tío Juane. Como una
abrumadora domesticación del lenguaje navideño antaño expresado nunca al
ralentí en los patios y traspatios de las casas de vecinos. Como un espasmo
severo y benevolente de los escalofríos más nostálgicos. Así aconteció este
pasado fin de semana la celebración de la zambomba de Jerez –casi a compás de
su declaración de Bien de Interés Cultural- sobre las tablas del Teatro
Villamarta. Otra vez la adscrita hazaña, el rubicón de nuevo traspasado, la
proeza limpia, de esta convocatoria que, por la gloria de Parrilla, despeja las
sierpes de la memoria cada año merced a la infatigable y pujante iniciativa de
la Federación Local de Peñas Flamencas de esta Muy Noble y Muy Leal
Ciudad.
Un elenco de artistas –los
Méndez, los Carpio, los Vargas…- clareaba la blanca entrada de las
expectativas. Todo se erizaba ya como aquella indescifrable piel nocturna de lo
inequívocamente racial. Coronas de viento bajaban en tropel para aposentarse
–luz tras luz- sobre las sienes de los cantaores. De los guitarristas. De la
gráfica del instante. Y un olor de impaciencia y colonia fresca se apoderó en
un santiamén del patio de butacas. El martinete de la fragua a secas. O sea la
banda sonora de Jerez otrora martillo pilón de la virtud hecha candela y
gitanería. A golpe de yunque. A golpe de quemazón y garganta. A golpe de
desgarro y retina entornada.
Voces alineadas que se suceden
en contradanza. Antídoto atemporal. La Paquera agranda su figura en la plazuela
verde de la pantalla de fondo. Francisca Méndez Garrido o unos ojos de coral
que “vuelan ya confundidos”. ¿Verdad, Emilio Prados? ¿Verdad, Fernando
Fernández Monje y Fernando Fernández Pantoja, terremotos de aquí y de
ahora?
Manuel y Pedro, Pedro y Manuel
Garrido Fernández: dos quejidos mellizos cuyo sacrosanto arranque siempre se
debate, cernudianamente, entre la realidad y el deseo. Don supremo, aldabonazos
de entrañas que crujen como pulsos de cristal. Preguntémonos con el poeta
entonces -hacedlo vosotros, tan hermanos- “dónde palpita el hielo si no es
aquí: dentro de la vida”. Domingo Rubichi mira de reojo enamorado a la Eva
mujer que modula el aire con el cimbreo aleve de sonajas y cascabeles. La forja
de la guitarra nunca es pretérito imperfecto. Rubichi edifica así el embrujo de
una lírica que se adjetiva con la rima de seis cuerdas. Las palmas indican la
acústica enseguida retroactiva de la enseñanza matriz –ese manual tácito- de
nuestros antecesores. Legado y herencia que no desencola ni arquea ni abomba el
arco del triunfo de este cortejo de camisas templadas y villancicos en
ebullición.
Juanillorro, ímpetu de regate
corto, gracia en galanura, pujanza siempre estimulando “la lenta rotación de la
faena”. Juanilloro o el arte de sí mismo como espejo lunar de una heráldica que
se acrece y se alza verticalmente a la manera antigua. El fotograma –la
secuencia fija- de los hermanos José y Ángel Vargas Vargas tiñe de ocre y sepia
las bambalinas del tiempo que pasa –tempus fugit- como un vendaval de profecía
y hueso de tus huesos. Ángel –tan fieramente humano- de pie en medio de la
cuadratura ya tersa como la bruñida presencia del hermano ido. Y una aclamación
al unísono y un vozarrón que rasga y aquilata la dimensión del arte… Jerez en
estado de gracia. Jerez a la buenaventura. Jerez a la hierbabuena.
Dale que toma, toma que dale,
Manuela Carpio y su gente al baile. Coral de los Reyes o el verde menta del
color de la esperanza que son labios confesos en calle Medina. José Méndez o el
jaleo, anda jaleo, jaleo, tan rubio y tan lorquiano como las marismas de su
padre allá por una jerezanísima collación de la Albarizuela.
Y Fernando de la Morena, Juan
Lara, José ‘el Pañero’, tía Salvaora, Manuela de Pastilla, Ana de los Reyes,
Tamara Tañe, Triana de los Reyes, Manuel Cantarote, Juan Manuel Moneo, José
Rubichi, Lorenzo de la Victoria Lo dijo
Vicente Aleixandre: el mundo vibra. Villamarta no necesita cielos ni
firmamentos para que, sobre la dermis de su aforo, brille un edén de estrellas.
Esta tierra de fandangos se basta y se sobra para alcanzar el cénit de su
Navidad. Para verter el alma de sus genes en el anhelante lienzo de la pureza.
Para gritar en lontananza: ¡Zambomba! ¡Zambomba de Jerez: tú sí que vales!