La rebelión «beat» late en París


JUAN PEDRO QUIÑONERO – ABC CULTURAL - Corresponsal en París

El Centro Pompidou consagra una gran y pedagógica retrospectiva a la Generación Beat, uno de los movimientos culturales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, cuyas semillas contribuyeron a cambiar la poesía, la novela, el arte, la música popular, la fotografía, el cine, incluso el «arte de vivir», no solo norteamericanos. Antes de ser un escándalo «subversivo», el nombre mismo de la generación estuvo sujeto a varias tormentas de polémicas exégesis, desde que John Clellon publicó en 1952, en el «New York Times Magazine», su legendario artículo «Esta es la Generation Beat». «Beat»… «Redoble», «latido», «golpear», «tocar», «sacudir», «batir»… pero también utilizado como «cansado» o «abatido», «beat down». Muy pronto, dos de los patriarcas de la generación, Jack Kerouac y Allen Ginsberg, decidieron «recentrar» el nombre, insistiendo en que el «beat» generacional venía de «beatitud»… Beatitud laica, próxima al budismo zen.

La matriz original de la Generación se forjó en 1944, en Nueva York, en la Columbia University, donde se cruzaron William Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac. De la Columbia, la semilla verbal se extendió muy pronto por el Village neoyorquino, para propagarse como la pólvora, durante más de dos décadas, por California (San Francisco), París y Túnez. Todavía en Nueva York, el jovencísimo Bob Dylan participó en las acciones poéticas del grupo. En el Village neoyorquino se produce el encuentro no menos capital del fotógrafo Robert Frank con Kerouac. Desde las librerías de San Francisco, los «aullidos» poéticos de Ginsberg tuvieron un eco planetario, con la incorporación de nuevos colegas a la aventura generacional (Ferlinguetti, Corso, etcétera).

En el París de finales de los 50 y primeros de los 60, en los hoteluchos próximos a la plaza de Saint-Michel (canonizados por las fotografías y recuerdos de Harold Champan), Burroughs y Brion Gysin inventaron nuevas técnicas narrativas y artísticas, antes de continuar su peregrinaje celeste en un Túnez de leyenda. Con cierta precisión pedagógica y algunos huecos, la gran retrospectiva del Centro Pompidou permite reconstruir todos los grandes jalones de aquella formidable aventura «subversiva», un largo rosario de aldabonazos culturales que contribuyeron a cambiar el rumbo de todas las disciplinas artísticas. «Howl» (Aullido, 1956), el legendario poema de Ginsberg, fue una encrucijada en la historia de la poesía norteamericana. Su influencia poética, cívica, social, cultural, incluso sexual, se propagó como un incendio por Europa y las Américas.

«On the road» (En el camino, 1957), la novela iniciática de Kerouac, se convirtió muy pronto en una suerte de guía espiritual para varias generaciones de escritores. «The Americans» (Los americanos, 1958), el foto-libro de Robert Frank, descubrió unos EE.UU. sencillamente invisibles, abriendo rutas y caminos tan bellos como proscritos por el «orden visual» de su época. «Naked Lunch» (El almuerzo desnudo, 1959), la mítica novela de William S. Burroughs, consumó un aldabonazo purificador contra los decrépitos «órdenes novelescos» vigentes, roturando experiencias vírgenes. Hubo muchas otras obras y personalidades, dentro, fuera y al margen de la generación. Bob Dylan o Janis Joplin tuvieron otros «padres» y muchos otros herederos. Los hermanos Mekas y John Cassavettes quizá no fueron «beat»: pero su obra cinematográfica participa en la estética, como una película mítica, «Vanishing Point», de Richard C. Sarafian. Los artistas «pop» que vinieron poco más tarde siempre fueron gente más «civilizada»; pero muchos de ellos sufrieron la influencia del «cut-up» concebido por la pareja Burroughs-Gysin.

La guerra del Vietnam –la contestación radical de la guerra del Vietnam, para ser más exactos–, la liberación sexual, las drogas, el mestizaje cultural, el viaje iniciático a Oriente, el redescubrimiento del budismo zen, entre otros procesos históricos, dieron a la Generación Beat su definitiva dimensión cultural y universal. Las artes y las letras que vinieron se enriquecieron profundamente con aquella herencia seminal.

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