Amargura en la calle Medina - Columna de Marco A. Velo en Diario de Jerez





La vida es un corolario de proximidades. Un escamoteo no siempre furtivo con la emboscada de lo impredecible. La intersección de claroscuros: cantidades heterogéneas de dichas y desdichas. La muerte propaga a sus anchas la hipótesis de la fugacidad del ser. Acecha con la hostilidad perseverante del enemigo insidioso. Y atrapa a bocajarro a sirios y troyanos. A todo hijo de vecino. A levantiscos fanfarrones y a señores de bien. La muerte -nunca saturada de puntos suspensivos- nos cita de frente en el imperceptible ruedo del porvenir. No ejerce la medianía -ni siquiera la negociación bilateral- sino el totalitarismo de su ejecutoria. Inclemente e intolerante. Agazapada en la negación del calendario. Es pragmática como la rotundidad de su encomienda. Aliada sistemática de la atemporal relectura del inventario de los idos a perpetuidad. Somos sustancialmente tiempo. El hombre es tiempo acumulado que se reconcilia a ultranza -o no- con la medida tributaria de su misma existencia. A más años, mayor es el censo de los conocidos -no necesariamente íntimos- que engrosan el listado de “los monólogos de epitafio”. Lean, si no, el muy recomendable libro de Juan Ignacio Luca de Tena ‘Mis amigos muertos’. O el más ancho que alto volumen de las periodísticas necrológicas de César González-Ruano. O el barroco ensayo ‘Los muertos y las muertas’ -edición corregida y aumentada- de Ramón Gómez de la Serna

Yo hoy coloco el crespón negro de la inmediatez menos terrestre en la convencional introspección de la memoria de la calle Medina. Léase iglesia de Los Descalzos. Allí, como en la tesela de la ilusión infantil -color blanquiazul-, se alza una cruz de guía de cofrades de entonces: silencios de contraltos testimonios cristianos. La calle Medina, ahora, es una nostalgia que zigzaguea por los laberínticos vericuetos de mi remembranza. Una autodefinición -expurgada de laudatio- que pulula Jerez intramuros. La muerte de mi amigo Alfonso Carlos Orellana Cánovas me ha pillado a contramano. Quizá porque -ajeno a mundanos pruritos convencionales- Carlos encarnaba el optimismo a pruebas de diluvios de Noé y de batallas de San Quintín.
El mayor enemigo de la Parca es el hombre nacido con el don connatural de la sonrisa. Carlos, aparte cofrade de pro o precisamente por la somatización de tan nobilísimo título, cultivaba el don de gentes de la empatía asida a la todopoderosa alegría interior. Compartí con él, años ha, Pleno de Hermanos Mayores. Enseguida hicimos buenas migas pese a la considerable diferencia de edad. Vino a presidir una Hermandad de la Amargura en aquellas calendas enquistada en trances efímeramente convulsos. Y supo ganarse la adhesión de los hermanos con gestión y obras -que son amores- hasta el punto de ser reelegido para una segunda también provechosa legislatura.

Carlos era fijo en los actos convocados por el Consejo de José Alfonso Reimóndez ‘Lete’. El Hermano Mayor de la Amargura -esa torrencial confluencia de cómplice carcajada (alimentada sonoramente de muchas jotas) y de ética a mansalva-  jamás faltaba. Con sus elegantes corbatas, sus impolutas camisas a rayas, sus zapatos “castellanos” y su cazadora “de antes”. Corpulento y bonachón, Rey Mago de merecidísima designación antaño. Era sabio en escucha, en la chisposa vitalidad del diálogo, en la relativización de los extremismos incongruentes. En otros lares diríase que Carlos poseía un carácter corrongo, de puro simpático. Mientras algunos maliciosos parlanchines -lejanos a Dios gracias del mundo de las cofradías- impostan el rictus cortical de la apostura interesada, Carlos Orellana -incido- hizo un pacto de sangre con la fecunda persistencia de la sonrisa nunca estereotipada. Y es que de cuanto siente el corazón sonríe la comisura de los labios. Su característico “me alegro mucho de verte” era el himno hospitalario que abría de par en par las puertas del latido de su sangre. Para hacerte hermano en la Fe. La muerte jamás extirpa la capacidad asociativa de los finados cofrades. Tan sólo los cambia de firmamento. En otro también blanquiazul ahora Carlos Orellana “se alegra de ver” a Juan Pedro Cosano Alemán, Julio Lorente Prado, Pedro Simón Rodríguez Martínez… 

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