El crucifijo y Pedro Pacheco






Jerez íntimo – Marco A. Velo – Diario de Jerez


Caso verídico al soniquete de Paco Gandía. In illo tempore. Aconteció  una mañana un tanto neblinosa de Semana Santa. ¿Anno Domini? Tampoco importa ni mucho ni poco ni nada. Al estilo Joaquín Sabina, pongamos que hablamos de finales de los años noventa. Ya digo: ante meridiem: antes del mediodía. Prácticamente  after shave. Pedro Pacheco visitaba una de las Hermandades que harían estación  penitencial durante la noche de aquella jornada. De nuevo Dios inter nos, según los duendes inmutables de la semántica de Joaquín Romero Murube.

El alcalde de la Villa y la Corte despachó la visita -a pie de capilla- en apenas cinco minutos. En un visto y no visto. In ictu oculi. Pero jamás en un amén. Cuentan fuentes fidedignas que el edil de la urbe siquiera alzó la mirada centímetros arriba de canastillas y candelerías -posiblemente porque, de bóbilis bóbilis, confundió la erótica del poder escrita en volátil y efímera letra minúscula con el sempiterno Gran Poder de Cristo ahora sí transcrito en negro sobre blanco con capitulares letras mayúsculas-. Una sonrisilla socarrona, un chistecillo a destiempo y dos palmaditas en el espaldar de este quid pro quo de puro trámite.

Por aquellos entonces Pacheco jamás atisbó la finis gloriae mundi. Vade retro a Valdés Leal. No conjugaba ni por asomo “la insoportable levedad del ser”. ¿Había leído al escritor checo Milan Kundera? La cortesía cofradiera al uso obligaba a la invitación. ¿A qué  invitación? A café al todopoderoso máximo representante del Ayuntamiento. Ya dijo y redijo don Juan Delgado Alba que las formas eran lo único que jamás podían perder las cofradías. Así que dicho y hecho. Café para todos. También el café, por mantener el tono Sabina, “duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks”. Un sorbo. ¿A qué ton más?

El desafío, la infiel carantoña, el exabrupto -jamás malintencionado, apelemos a la presunción de inocencia o cuanto menos a la infusión de la inconsciencia- llegó a la hora (nona) de la despedida. Coloquialmente Pacheco hizo estallar una bomba fétida: literalmente: ad pedem litterae: “Bueno, señores, me marcho: a ver si esta noche me animo y os veo a todos disfrazados”. Así tal cual chirría: disfrazados. Lo desaprensivo e inoportuno del comentario no es achacable a ninguna suerte de dañar por dañar: antes al contrario Pacheco se mostró sin máscaras movido -incido- por una inconsciencia -¿ignorancia supina?- rayana a no dudarlo a la desconsideración e inclusive a la afectación irrespetuosa. Sin comerlo ni beberlo ni tampoco encomendándose ni a Dios ni al diablo. Los cofrades presentes sufrieron ipso facto una amabilis in gratia, una grata desilusión. Aquello retumbó en los tímpanos de la exigua concurrencia como un criptograma o como una aporía demasiado deshecha. Podría haberse liado el tsunami de la Atlántida pero se apeló -contenidamente, haciendo de tripas corazón, mordiéndose el respetable la comisura de los labios- a la salvaguarda de la máxima de don Juan Delgado Alba. Las formas, las formas…

Un sabio cofrade, ido ya el alcalde, musitó la sentencia ex cátedra: “Debemos perdonarle porque no sabe lo que ha dicho. Tiene sus valores, el hombre. No ha sido consciente. Pacheco lo que necesita es comprender la dimensión de un crucifijo”. Años después, en reunión de extranjis, una comisión del Ayuntamiento encabezada por Pedro Pacheco quiso imponer a bocajarro al entonces presidente del Consejo de la Unión de Hermandades José Alfonso Reimóndez ‘Lete’ la otrora nueva Carrera Oficial. ‘Lete’, aquel ángel de Cristo, respondió: “Tú eres mi alcalde, y como tal te debo respeto, pero yo sólo sirvo a un señor y es el que está clavado en la cruz”. Otra vez el crucifijo. Ahora el crucifijo vuelve al ex alcalde cuando éste más necesita abrazarse al magisterio de su madero. Pacheco, que es hombre inteligente, sabe que nadie -tampoco las autoridades penitenciarias- podrá arrebatárselo. Porque la cruz de Jesucristo anida en el músculo cordial del corazón. Ése que no traiciona ni se enmascara. Ni se disfraza. Y menos aún cuando se reviste del hábito nazareno en una noche cualquiera y única de Semana Santa.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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