Media hora en las Mínimas 



Marco Antonio Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

Restan cincuenta minutos para la próxima reunión de la mañana. La agenda de trabajo va marcando el soniquete de las gestiones. Ahora se ha producido un ínterin. Un impasse. Gaudeamus igitur. El receso me pilla en la Plaza de San Marcos. La prisa no apremia. ¿Tomo café mientras continúo aporreando el teclado isla de la tablet, aprovecho la ocasión para las llamadas telefónicas pendientes, contesto los whatsapps exclusivamente profesionales o me reconvierto en un impasible paseante en Cortes y aguardo a la chita callando -manos clavadas al confín de los bolsillos- la hora prevista para la próxima negociación vis a vis? Cualquier opción es dable y viable a excepción de esta última. Porque el tiempo jamás de los jamases se mata: a todas luces siempre se aprovecha. Ningún día sin línea (escrita), recomendaba con fervor Camilo José Cela. Los intervalos, los intermedios, los entreactos, los interludios no suman derroches de solaz y distracción: tampoco  minutos muertos -desaprovechados, tirados al vacío por el desagüe de la pusilanimidad, de la coja aritmética del hombre que malbarata y disipa el reloj de arena de su propia existencia vital-. En pocas ocasiones se ha adelantado tantísima faena como durante el entretanto, como en la contrita estrechez de los compás de espera…

Busco y rebusco un rincón sosegado -una cafetería- para improvisar por estos lares la portátil oficina del currelo. La mañana permanece ayuna de ruidos estentóreos: suena unilateralmente la melodía del desierto del Sahara. Calma chicha. El silencio se hizo en la plaza. No chasquea la mínima jarana en derredor. Tan pronto te adentras por los proemios del casco antiguo de Jerez ya entonces… consummatum est. Y, por expresarlo en palabras de José María Izquierdo, “todas las cosas se contemplan como en peregrinaje, a guisa de peregrino (…) y con la nostalgia de la errátil inquietud”.

Me sale al paso la fachada siempre tímida, impoluta de dignidad atemporal, del monasterio de la Purísima Concepción. El convento de las Mínimas. Las metáforas de los fenómenos de convergencia (de los que me siento confeso defensor a ultranza). Sin pensármelo dos veces -al garete el descafeinado de máquina- doy pábulo a los sintagmas de mi espiritualidad. A Dios lo que es de Dios y al César el marketing, el DAFO, el brainstorming, el plan de Comunicación y la newsletter. La concatenación de causalidades deriva en nuestro desapego terrenal. Tan sólo ha de visibilizarse la estética medicinal -purgativa de los estratos y extractos materiales- de las señales de Cristo. El sol exterior da paso al sol interior de la penumbra en oración: apenas seis personas musitan rezos en este remanso de paz ante Jesucristo expuesto en la Hostia Pura de su Divina Majestad. Mi memoria dicta un subrayado reciente: “La gracia de la ciudad no se (me) reveló en su integridad sino cuando la vida exigió el sacrificio del ensueño”.

Tomo asiento -ya el teléfono móvil silenciado-: once de la mañana. Todo se aquieta, todo se templa, todo se equilibra: pax tecum. Recordé al punto el acento sonoro de San Juan de la Cruz: “Yo no supe dónde entraba,/ pero cuando allí me vi/ sin saber dónde me estaba/ grandes cosas entendí/ no diré lo que sentí/ que me quedé no sabiendo/ toda ciencia trascendiendo”. Aquí el aire jamás se espesa de miríadas de los mosquitos de la relativización de lo esencial en aras de lo accesorio. Aquí se garantiza -cover story- la primavera de la trascendencia. A mi izquierda se alza la portentosa imagen de San Francisco de Paula; bajo mis pies, una lápida que dicta: “Clotilde de Ruiz y Pérez de la Riva, viuda de Morales. Falleció 27 mayo 1959. Rogad por ella”. El silencio es todopoderoso. Entorno los ojos: fluyo. Nada temáis: el Señor hizo en nosotros maravillas. Pero… ¿acabo de sentarme y ya ha transcurrido media hora? ¿He de irme: cómo fue posible? Para Dios la medida del tiempo es muy otra. Tomo los bártulos en ristre. Salgo limpio -relimpio- de impurezas internas. Empuño el pomo de mi marcha. En lontananza las vocecillas de unas monjitas ensayan cantos de amor.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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