Jerez: Paco Cómez



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

Disfrutaba en lontananza de la vida académica. No faltaba un solo martes. Empero jamás ansió el ya vitalicio tratamiento de ilustrísimo. Lo que traducido macarrónicamente resulta: no aspiraba a la nómina de Académicos de Número. Al estilo de San Francisco Javier: sencillamente adoctrinaba humana y humanísticamente a través del fulgor plácido de su presencia apenas entrevista. La tez blanquecina casi pálida. El ademán hierático. La sonrisa innegociable: como la localización nunca hirsuta de la paz interior. Risueño hasta el corvejón. Siendo octogenario, estaba enamorado aún platónicamente de su mujer -la siempre bella Mercedes Gil Ibáñez-.

El amor no tuesta edades. El amor no hacienda débitos sentimentales. El amor no cuestiona. Ni engría las admiraciones -que no los alelamientos- recíprocos. Así fue Paco, don Francisco Cómez Mori. Solía invitarme a café en los preámbulos de las sesiones académicas de cada martes. En ‘Albores’: restaurante de alta cocina donde precisamente he disfrutado no ha mucho de un almuerzo de pan y mojar. ¿O no, Marisa Páramo?

Paco Cómez frecuentaba ‘Albores’ unos cuarenta minutos antes del señalado para el solemne introito del “se abre la sesión”. No cupo en cuerpo más menudo mayor catálogo de las buenas formas. Educación con cumbres de pura excelencia. Moderado como Jesús Aguirre, duque de Alba. De retina vidriada, como Víctor García de la Concha. Raso gestor de silencios, como Dámaso Alonso. De gafitas en sobredorada curvatura, como Miguel de Unamuno. Paco Cómez sí sabía que el verbo “cesar” es intransitivo. Y que Calving Coolidge poseía el simbólico e incluso simbolista arte para abordar todas las temáticas posibles sin a la postre comprometer -eppur si mouve!- su pensamiento. Paco era la versión pormoderna de una chanson de geste.

Repudiaba el sentido utilitarista de amistad. Quizá pronto abordemos a bocajarro esta deformación aberrante que algunos estilan siempre para aprovechamiento propio. El sentido utilitarista y el parasitismo son dos variantes de la falsaria amistad que han de detectarse antes que después. Por Tutatis y por la gloria de Cotón. O in memoriam Herón de Alejandría. O en loor del papel cítrico de Aristófanes. “Sospecha es cosa de muy gran importancia;/ pues por más que la cosa no imagines/ si a los demás parece la ejecutas,/ caerás en la desgracia”. Diógenes Laercio dixit.

Paco era además cofrade des pieds à la tête. Lo hablamos -aguzando ambos las orejas- en varias ocasiones. Paco vivió en carnes propias no sólo “la gloria infinita de ser español” -como así proclamaba a la rosa del viento el Himno del Ejercito del Aire- sino la gracia sempiterna de haber sido Hermano Mayor de su cofradía, esa honra indescriptible e indescifrable e inescrutable hasta no la experimentas ad maiorem Dei gloriam. Hermano Mayor de la Hermandad de sus amores durante veintidós años. ¡Ahí fue nada, nazareno de vara dorada de la tarde capuchina del Martes Santo!

Un sabio -cuyo nombre omito- de esta Muy Noble Ciudad me argumentó el pasado domingo que aquello de plantar un árbol, publicar un libro y tener un hijo ya no forma parte de la tríada de meritorios hispanos para todo hombre que se precie de las quintaesencias de la existencia plena. Con gracejo comentaba -casi al pie de la Custodia de la Hostia Pura- que la cumbre de la satisfacción recae en ser padre, ser académico y ser o haber sido Hermano Mayor de la Hermandad de tus desvelos. ¡Choca esos cinco en la gracia y en la espontaneidad de quien ahora reformula con ángel las excelencias del procomún!

Paco, de ser tanto, lo fue todo en la Defensión. Hasta muy querido en el paso y no traspaso del ir y venir de varias generaciones de hermanos suyos en la Fe a Cristo Crucificado. ¿Verdad que sí, Fernando Barrera Cuñado, Paco y Manolo Fernández García-Figueras? ¿Verdad que sí, penitentes a oscuras por calle Gaitán cuando el ocaso de la cera encendida ya chorrea lágrimas de azul cielo?

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