Jerez: Jaime, Andrés, José María, Miguel… 



Marco A. Velo  - Jerez íntimo – Diario de Jerez

Alfa: ¡Qué bellas afirmaciones -nacidas de los hondones del sendero de la mano izquierda: la que conecta directamente con el espacio que irriga sangre al corazón- pronunció, in memoriam su docto y doctor padre, Jaime Bachiller Burgos este pasado martes en la sede social de la Real Academia de San Dionisio! “En esta Academia él encontró su lago de los cisnes”. Haciendo alusión, el hijo, al paradigma metafórico del cuento del patito feo. Felisberto Hernández, el pianista itinerante y escritor uruguayo, reconoció a boca llena que “siempre pensé que el misterio era negro. Hoy me encontré con un misterio blanco. Uno se encontraba envuelto en él y ya no importaba nada más”. El albo misterio -sí, el blanquísimo misterio ya descifrado- del liderazgo social, del busilis, del epónimo de don Jaime fue su permanente matrícula de honor en el bachiller del desprendimiento por los niños. “El oro de una voz, mieles de enjambre”. Gerardo Diego dixit.

Beta: Al hilo de alfa: Andrés Luis Cañadas Machado, durante su intervención en la mentada sesión académica necrológica, recita unos iluminados versos de José María Pemán que gravitan como anillo al dedo a colación de la descripción -humana y humanista- del finado. Doble puntería en la palabra de Andrés porque Jaime siempre fue muy pemaniano. A tenor de los sistemáticos tiempos que corren parece heroico -¡lo es al cabo!- pronunciar el hoy ninguneado y vapuleado post mortem nombre de José María Pemán en acto  público que se precie. Sobre todo Jerez intramuros. Ni en Cádiz -esa muchacha trimilenaria que mece, descalza, la cuna de la libertad- ni en Sevilla capital -aún en parcial reconstrucción de “los cielos que perdimos”- sucede ni cuarto y mitad de tamaña monomanía. Muy al contrario. Fue Víctor Hugo quien promulgó que la libertad es el aire respirable del alma humana. Y a fe que el almario de la ciudad jerezana sigue recogiendo per saecula el literario testamento vitalicio de quien yo ahora me permito rescatar otros versos: “Mis manos,/ ¡a quien las quiero las dejo!:/ que, con todas sus quimeras,/ son, fingiéndose palomas,/ manos de un hombre cualquiera”. ¿Cómo cazurramente puede alegarse que Pemán no fue poeta? Francisco Umbral, el -a borbotones- creador del lenguaje precisamente no sospechoso de ideologías políticas de derechas, ya lo tecleó “para la posteridad” en su “aleve portátil olivetti color roja”: “Pemán, siempre posmoderno y siempre inmortal”.

Gamma: Al pabilo de beta (con breve cambio de tercio): un apunte del natural versus mentalidad maniquea imperante a día de hoy -¿fenomenología aborigen envasada al vacío?-. ¿España como problema al adivino ojo avizor de Pedro Laín Entralgo? Vade retro para la divisoria intrahistórica de buenos y malos, como si España fuese un spaghetti western con Lee Van Cleef, Peter Lee Lawrence o Fernando Sancho batiéndonos -batiéndose entre ellos- a tiros desde las fauces del guerracivilista ayer remoto -. ¿A vueltas con el rencor hispano? ¿No fue superado el resentimiento como condición sine qua non allá cuando la concordia de la Santa Transición? A las letras lo que es de la Madre Literatura y a la política su borrón y cuenta nueva a pitón pasado. Sea el arte apolítico e incluso apátrida.

Delta: Al filo de gamma: de jovenzuelo me bebí de un sorbo la lectura del libro ‘He dicho’, compilación de textos heterogéneos de Miguel Delibes. En sus páginas el académico abunda en el porqué de su novela ‘Las guerras de nuestros antepasados’. Para reconstruir reflexiones con cascotes de equidad: “Pacífico Pérez, protagonista de este drama, es un hombre hipersensible que por mor de la violencia circundante, en especial la de sus belicosos familiares, acaba convirtiéndose en un hombre gratuitamente agresivo, inhibido y escéptico. Se aducirá que el mundo civilizado (?) ha desterrado las guerras y, en consecuencia, este drama no volverá a repetirse. Pero yo me pregunto: ¿Estamos seguros de que esto es así?”. Palabrita -¡también visionaria!- de Delibes. ¿Sí o sí?

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