Jerez, a vista de pájaro
Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez
Jerez, a vista de pájaro, es una ensoñación con carácter retroactivo. En la calle Antona de Dios, con ecos de la Salle en cánticos de chavalería, hablan y gesticulan ademanes serenos Manolo Liaño y Silverio Cabrera. La complicidad -esa argamasa que dota a la amistad de un plus de pródiga confidencialidad- es patente (de corso) entre ambos. Como se pregunta Bulwer Lytton en la pagina 64 de su magna obra ‘Los últimos días de Pompeya’: “¿Quedarían un día unidos sus destinos? (…) Esparciose lentamente a su alrededor un resplandor suave”. Resplandor de incienso cofradiero.
El destino de Manolo -cuellos planchados de camisa de rayas finas color verde esperanza, pelo anillado como en un oleaje de temple que alisa las crónicas de la ciudad a fuer de tecleo de la olivetti, los labios salientes y expresivos como enhebrando pronunciamientos de cortesía- y de Silverio -comedido y caballeroso en su altura espiritual- estarían pertrechados por una causa común coronada de espinas en la sien de cada sílaba que conforma la palabra Albarizuela.
Nada suena ufano o ultrajante en el ritmo de la conversación. Menos aún cuando ahora se acerca también -se incorpora sin aspavientos- una voz lirica que nos retrotrae a epílogos poéticos del programa ‘Carrera Oficial’: Eduardo Rinconada. Si no están hablando de corporaciones nazarenas de hábitos blanquinegros, como golondrinas que penitencian la vital ley filosófica del eterno retorno de cada Domingo de Ramos, que baje Dios -sentado y con clámide al hombro- y lo vea (de lejos, de cerca, de soslayo…).
Varios metros a la derecha el travelling penetra muros que anuncian el escudo del ‘Indivisa Manent’. En efecto aquí todos permanecen unidos. Los niños que son colegiales compañeros de hoy y amigos ya forever -para los restos de la existencia de una adultez que jamás desmemoriará los cimientos de esta grupal urdimbre afectiva-. Los hermanos Julián y Justo dialogan bajo la campana del patio techado. En una clase de mapa de España a la derecha de la pizarra endrina, más de cincuenta alumnos permanecen atentos a las primeras palabras que les transmite el profesor de música Camilo de Caso Garrido: “Porque yo me supongo que ustedes sabrán lo que es una flauta”.
La calle Bizcocheros arropa una ambientación de gallarda jerezanía: acodados sobre la barra del bar San Pedro Manuel Barbadillo departe con Juan Franco Martínez ‘Juan de la Plata’. El profesional de la radio -que poco después lograría el carné oficial de periodista gracias a una intervención justa del entonces director de Radio Popular de Jerez- comenta a Barbadillo: “Efectivamente. Todo Jerez, su vino sobre todo, influye en la gestación (motivación, mejor) del cante. Nuestro ambiente jerezano tiene mucho que ver, por supuesto, con todo lo que es arte flamenco. Jerez y cante es una sola y buena cosa”.
En una de las mesas del fondo -café manchado en vaso de cristal para desayunar- parece esperar una pronta visita José González Moreno ‘Pepillo’. La pupilas clavadas en la lontananza de una inspiración que mentalmente dicta el arranque de un soneto de alba rasgada: “Pienso en clavel, si Prendimiento digo/, con su blancor de nardo penitente,/ y en una raza hermana, diferente,/ por su morena gloria o su castigo”. Otras palabras bullen ávidas de escritura: fragua, yunque, reverbero, alambrista, maldición, falseta…
La calle Caracuel sabe a caramelos de infancia. En su acera Víctor Herce López -blanco de tez, anchas gafas de pasta- comenta a una señora mayor que “si yo volviera a nacer, sería lo mismo que soy: marianista. Mi familia la constituyen mis alumnos”. Jerez, a vista de pájaro, es una sotana negra de párroco con nombre de don José Rodríguez Jiménez. Jerez, a vista de pájaro, ha rejuvenecido cuanto menos cuarenta y tantos años. Jerez, a vista de pájaro, es una reconocible nómina de nombres propios. Una ciudad siempre muy viva…