Jerez y charlas que peinan canas



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

El frenesí diario -¡ese díscolo correcaminos omnipresente!- a veces -sólo a veces, de higos a brevas- transige a favor de prácticas harto recomendables. Prácticas que alivian la quinta marcha de nuestra (atareada) agenda. Prácticas que otorgan recreo y aprendizaje, retiro espiritual de media hora, respiro abdominal en ocho tiempos, catarsis. Prácticas que no son chanzas ni menoscabo del tic-tac de nuestro carpe diem. Sino muy al contrario: optimización del segundero, parada y fonda, alto en el camino, receso, anima mundi y evasión (personal) a tiempo parcial. ¿A qué actividad aliviadora aludimos? Verbigracia: a departir con (honorables) paisanos que peinan canas. ¡Qué gozada, qué súmmum, qué deleite!  Intercambiar parrafadas con los convecinos sexagenarios o septuagenarios u octogenarios o nonagenarios… ¡Los referentes, los esenciales! Gente del procomún que empero renacen únicos en su mismidad. La excepcionalidad del ser. De cada ser.

Jerez posee a discreción su desperdigado Senado de eximios anónimos que, solitarios o no tanto, ignoran cómo desplegar el pergamino de sus conocimientos -locales, vivenciales, relacionales- más allá de la longitud de la barra del tabanco de la esquina. Filósofos de su nostalgia que no saben cómo expandir a efectos oficiales la consustancial naturaleza de enciclopedias andantes que -nomenclátor de jerezanía- en puridad son. Jamás debemos desdeñar ni minusvalorar la narración de las batallitas unipersonales que alcancen nuestros oídos, aunque engañosamente nos parezcan propias de la proclamación del bla, bla, bla de algún ocasional abuelo Cebolleta. Nunca jamás. Porque demasiada tercera edad silencia cuanto sabe en todos los órdenes. Y la edad es un rango. Y un excelso incluso tratamiento social. Existe todo un archivo no escrito de sapiencia popular cuya densidad, cuya orografía historicista, calla en el bulle bulle  del fuero interno de los veteranos de la villa.

Abunda demasiado material indispensable que desaparecerá -otra vez, otra vez, otra vez…- por el desagüe de la muerte de sus custodios. Insisto: ¿cuánta intrahistoria amuermada en los traspatios de tantísimos abuelitos que ni siquiera disfrutan de un único oyente postrero? Departir -disfrutar de una sentada- con jerezanos de la edad de oro inyecta bálsamos de clarificación a la Historia también oficiosa. O sea: a la acaso auténtica Historia no tergiversada por los meandros de vaya usted a saber qué subrepticios intereses personalistas.

Estamos obligados a rebañar el legado oral de nuestros antecesores. Un café bien vale el parlamento de la experiencia acumulada. Para que ningún dato quede -extraviado- campo a través de la callada por respuesta. Para que no se produzca o se reproduzca de nuevo el nulo aprovechamiento de quien sí pudo relatarnos capítulos enriquecedores de la tierra que nos vio nacer. Y para así evitar situaciones malgastadas con título de ensayo de Soledad Puértolas: ‘La vida oculta’. O de memorias de César González-Ruano: ‘Mi medio siglo se confiesa a medias’. O de título de película de Isabel Coixet: ‘Cosas que nunca te dije’.

Me agrada sobremanera conversar con quienes ya calzan las botas de siete leguas de la alta veteranía (los superhéroes Marvel de nuestra hoy desvalorizada civilización). Es cultivo que un servidor suele ejercitar por lo menudo. Hablar con quienes me han precedido como hijos de Jerez. Algo así como toparse con la plática de un Demóstenes -logógrafo para más señas- a la jerezana. Los viejos del lugar, los senadores del bachiller de la calle, los prohombres de la edad tardía, son fuente y fontana de sabiduría no necesariamente revelada ni relevada.

En Jerez sobreviven, sí, paisanos entrados en años que aún guardan en la recámara de sus mutismos toda una tralla de vivencias de primera mano que, lejos del mero anecdotario, constituyen revelación investigativa. La intrahistoria jerezana, siquiera sea como recapitulación costumbrista, aún late, silente, en la memoria de nuestros ilustres veteranísimos. ¿Para cuándo el descorche -unificado- de todo este memorando en negro sobre blanco? Dejo la reflexión al socaire de las inminentes semanas agosteñas hasta que, nacido septiembre, Deo volente, volvamos a reencontrarnos, usted y yo, en esta vertical columna periodística. 

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