Desenterrando el hacha de guerra

Mienten bellacamente quienes aseguran que la muerte enmudece los ecos de la vida. España se muestra bicéfala en esta particular asignatura: a veces acalla post mortem la memoria de quienes poseyeron voces inéditas y en ocasiones revitaliza el legado de otras personalidades no del todo valoradas mientras anduvieron vivitos y coleando por este ambiguo valle de lágrimas. Los españoles -¿verdad Eduardo Marquina?- somos así de contradictorios, paradójicos y contrapuestos. Ahora que caigo en la cuenta pendiente de mis indignaciones interiores, de mis incomprensiones de ciudadano del mundo, lanzo a las partículas del aire que cantara José Mercé la siguiente pregunta: ¿Tanto nos exasperan las ondulaciones de nuestra historia –justa o injusta según los casos pero siempre valedera para subrayar y asimismo para corregir sus hitos y sus errores respectivamente- como algunos se empecinan en demostrar? ¿A qué ton el desenterramiento del hacha de la Guerra Incivil que tanta vida segara a derecha e izquierda de las fosas del odio amenazante como “un carnívoro cuchillo”? Siempre –con arrobos de curiosote empedernido- he escuchado de nuestros mayores la renegación de la sangre derramada cuando las mal llamadas dos Españas se enzarzaron a punta de bayoneta para saquear nuestra innata condición de hermanos, de hijos de una misma tierra, de iguales bajo la cláusula de la idéntica especie a la que pertenecemos. Parece que el error de la contienda había sido superado por la madurez de los nuevos tiempos, por los exorcismos de los viejos demonios y por la sensatez de la paz que todos anhelábamos como fundamento de la más cívica convivencia. Pero ni hablar del peluquín. Y si filosóficamente jamás el ser humano pudo bañarse dos veces en el mismo río, por el contrario el hombre continuará tropezando indefectiblemente con la misma piedra cuantas veces decida su malformada tendencia cainita. Días atrás, por esas insospechadas razones que nos concede la causalidad, leí la página web de una asociación cuyo nombre omito. No cupo más rencor en menos espacio. Ni más hambre de venganza por una batalla que debió borrarse de un plumazo bajo las tinieblas del año 1939. ¿A qué estamos jugando, señores sembradores de cizañas del más garrafal error histórico de la España nuestra?

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