De las consabidas insidias

La España de Caín y Abel continúa segregando sus consabidas insidias. La tan maltrecha crisis -¿únicamente económica o también de valores?- no coactiva los aliños del ingenio de nuestros políticos sino sus estrategias de acoso y derribo. La política es un género infravalorado por quienes la ejercen. Escasean los gestos benévolos y abundan las proclamas tajantes. Disminuye el don de mando y predomina la erótica del poder. Mengua el ejercicio de la beneficencia y prevalece la coerción y la coacción de los intereses creados. Los remedios de la demagogia sólo confunden a los ciudadanos. ¿Nos duele España de la misma manera que hería a Unamuno? Encender la televisión y tantear el peregrinaje de las eventualidades, de los vaivenes de la palabra hueca, será todo uno. Me entristece sobremanera la observancia de la parcialidad periodística. Ya adivinamos el sentido de la opinión de los periodistas en función de quienquiera que hable. ¿La crisis también fanatiza a los representantes de la prensa? ¿Desde cuándo el alineamiento indeclinable de los redactores de la actualidad, de los locutores de la calle crujiente, de los transcriptores del día a día? La ética nacional a veces se asemeja a un morboso facsímil de indescriptible caligrafía. Una redacción que acaso tenga mucho que ver con la poética de la decepción. Para mí que la crisis no evidencia la problemática económica predominante: en todo caso destapa la caja de los truenos de la incompetencia moral que todavía sigue fraccionando en dos al país. No existe servicio más reconfortante –por vocacional y por servicial- que el instalado en la causa política. Sin embargo sus mentores desmienten la legitimidad de su férula social. El subjetivismo, el partidismo, la intransigencia, la intolerancia y el fraseo subrepticio constituyen el ADN del imperio de los sentidos hispanos. Oigo a Zapatero y su dialéctica me suena -¡me chirría!- a la escamoteada perorata por antonomasia. Escucho a Rajoy como quien atiende a la grada de las frases hechas. No nos envuelve una crisis económica: nos acecha una crisis de líderes. De líderes políticos, de líderes periodísticos, de líderes de masas. ¿Estaremos entrando irremediablemente en los antedespachos de la cosificación del hombre?

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