Las declaraciones de doña Sofía

Las declaraciones -¿supuestas, apócrifas?- de doña Sofía en el libro de Pilar Urbano están levantando una polvareda al estilo de las cantadas en las setenteras sevillanas por Los Romeros de la Puebla. Hay quienes han tomado las aseveraciones de la Reina como un postulado dogmático. Como un razonamiento ex cátedra. La falsa progresía de nuestro país de nuevo sacando de contexto la semántica de la palabra. La ejemplaridad, la abnegación, el servicio incandescente que, durante treinta años, ha dispensado Sofía a España bien merece el desahogo de cuatro apuntes espontáneos. La mudez de la monarquía ha beneficiado el desarrollo político de esta piel del toro. Pero permitamos, sin exabruptos y sin vestiduras rasgadas, algún affaire de nuestra máxima representante. Simplemente por la catalogación de su humanidad. No se trata de hacer la vista gorda sino de engordar la vista de nuestra tolerancia. Para tampoco tergiversar la contextura de una simple opinión personalizada. Y recalquemos el término “personalizada” por cuanto desdeña toda naturaleza institucional. Las afirmaciones de doña Sofía agitan el pez que se muerde la cola de los mentideros del critiqueo social: a tontas y a locas ponemos en entredicho el valor innegable de la monarquía por su inmovilismo, por su quietud, por su pasivismo pero, cuando alguno de sus representantes sobrepasan el kilómetro cero de lo políticamente correcto, ponemos todos los gritos en el cielo de la intransigencia. A una abuela se le permite cualquier alarde de sinceridad. Incluso a la abuela de las buenas formas españolas. No juguemos a perseguidores de la intrahistoria, no sojuzguemos a la consorte de Juanito, no traicionemos la lealtad de esta señora de los pies a la cabeza. Nuestra indignación ha de revertirse, primeramente, contra la tórpida redacción de los comunicados de la Casa Real y, en segundo término, contra la fauna vociferante que, desde la prensa canalla, desde las tribunas canallescas, salen por la vía de Tarifa, por los cerros de Úbeda y por las peteneras del grito huracanado. Los extremismos, señores míos, pertenecen a la época de la Revolución Francesa. La violencia, a las etapas del Neandertal. España, es una y libre. Una y libre. Así como la madre que parió al príncipe Felipe.

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