El intrusismo de Halloween

La muerte, para los vivos, no es más que un desiderátum. Un corrosivo soporte de nuestra finitud humana. El vaho de la eternidad. Las trizas de la persistencia. El siglo XXI recompone no ya la tribulación del tránsito a mejor vida sino, obstinadamente, el respeto que merecen fechas como la antaño reconocida con populosa abreviación: los Tosantos. Primeros de noviembre, novena de ánimas, melancolía trascendida, trapito que limpia el polvo sobre las lápidas de nombres que recapitulan los ramajes de nuestro árbol genealógico. Tradición hoy desbocada. Porque la modernidad de tómate ketchup todo lo destierra. La globalización impersonaliza la intimidad de los recuerdos. Otra vez las americanadas –las yanquis bromas pesadas- ejerciendo su feraz intrusismo. Halloween restando personalidad a nuestro indubitable modo de honrar la memoria de los difuntos. Así educamos a las nuevas generaciones: malversando los fondos sentimentales del ayer inmediato. Ni siquiera desde el prisma cinematográfico Halloween ha ofrecido resultados taquilleros. Pero en la España de la suela de Zapatero nos tragamos -con las patatas fritas del menú McDonald's- cuanto nos venga de las afueras. Los adolescentes –incapacitados para el imaginario de la creación propia- rinden culto a las modas más patéticas. Y ésta de colocar una mascarada de carcajada fraudulenta a la muerte no deja de encuadrarse dentro de la órbita de los peores despropósitos. Juventud y vanguardia ya no suman disciplinas conjuntas. Y los padres de familia rascándose el cogote. Así amanece nuestro país: como los estados desunidos de su misma despersonalización.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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