Prosa sin prisa

Los novelistas de raza constituyen una especie en gravísimo proceso de extinción. Ahora los impostores de novelas afrontan el oficio tamizados por el pluriempleo del todo a cien. Además de novelistas ejercen de empleados de banca, de analistas políticos, de comentaristas del mundo del colorín, de plagiarios de poetastros insulsos y de pendencieros del siglo XXI. Posiblemente la novela sufra la pluralidad del género que nos globaliza y nos aterroriza con su plumerío atosigante. No leemos novelas en estado puro porque sus páginas fueron escritas en el impuro estado de la insuficiencia literaria. Antaño el género disfrutaba del sumo respeto de sus hacedores. La menguada creatividad de los escritores, la presión del mercado editorial, la manga ancha de los filtros de calidad derivan en la devaluación del producto. Esta pasada semana nos hemos desayunado un titular esclarecedor y de veras halagüeño: la concesión del Premio Cervantes 2008 a Juan Marsé. Merecidísimo galardón. Juan Marsé es un novelista/novelista. Sus personajes crecen en la realidad de cada página: cobran la verosimilitud de una resurrección que se nos antoja por entero creíble. Cuenta, además, historias, argumentos, vicisitudes, tramas, confabulaciones, sentimientos, emociones, patrañas, sufrimientos, bondades, noblezas, picardías, pasiones desenfundadas al arrimo del sexo. El lector atisbará una cuidadísima prosa sin prisa. Como el orfebre de relojería que jamás perdió la virtud de su primer oficio. Hoy recomiendo la obra –extensísima- de Juan Marsé. El hombre que inventó a la muchacha de las bragas de oro.

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