No se lo digas a nadie

No me he tumbado a la bartola. Pero casi. Hoy lunes amanecí soñoliento y un tanto atolondrado. Uno de esos días que no acabas de despertarte ni tampoco de volver a dormirte para ahuyentar la obnubilación de las musas que te invaden como un crepitar de nieblas o como chasquear de tinieblas. He escrito cuatro cosas, corregido otras tantas y dejo para mañana cuanto (de hecho) no pude hacer hoy. A pesar de todo, la jornada ha dado de sí lo suyo: conforme caía el crepúsculo, levantaba vuelo la eficacia de mis acciones. Incluso he regresado a casa con un nuevo ordenador portátil debajo del brazo. Necesitaba como agua de mayo jubilar el que ahora tecleo con cierta delicadeza. El pobrecillo anda desvencijado (la paliza a la que ha sido sometido –día, tarde, noche y madrugada- durante los últimos años finalmente sacó a flote sus achaques). Sin embargo aún funciona sin apenas vacilación. Valga decir: para cuestiones informáticas sirva la máxima preventiva “dos mejor que uno”. Ya os contaré las características del recientemente adquirido. Como dijera aquel: es una pasada. Quién me ha visto y quién me ve: actualmente no me hallo sin mi ordenador portátil, sin mis teléfonos móviles, sin mis pulseras de colores y sin mi Montblanc negro y platino (portaminas, of course). Supersticioso y fetichista que es uno con sus elementos personales. En el lote también entrarían -¡faltaría más!- mi inseparable cámara digital y los libros de mis autores preferidos/predilectos. Por cierto, y como remate del presente post, os transcribo textualmente uno de los poemas de la obra Ángel en llamas, antología poética 1920-1965 de César González-Ruano. Dedico su contenido a quien me regalara tan fascinante libro. Espero que os guste.

No se lo digas a nadie

Déjame esta noche estar
en tus ojos. Dormirme en ellos, soñarme…
Mañana por la mañana
¡nadie querrá despertarme!
(No se lo digas a nadie).

Quiero quedarme en tus ojos,
quedarme en ellos, quedarme.
Hacerte daño en los ojos
y que tengas que llorarme.
(No se lo digas a nadie).

Quiero morirme en tus ojos,
morirme como un cobarde.
Te enseñé a mirar las cosas…
Aprende sola a enterrarme.
(No se lo digas a nadie).

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