Semblanza a la memoria de Juanita Reina en el VI Ciclo de Cine Bodegas Pedro Romero en Sanlúcar de Barrameda

Sr. Don Santiago Romero, a la sazón Presidente de Honor de estas inmanentes y esplendentes bodegas sanluqueñas –crisálido pesebre de la señorita Aurora y santo y seña de un exquisito modo de vivir y de beber- . Sr. Don Pedro Romero – Mantenedor incólume de esta palpitante y crepitante herencia legada por sus mayores de generación en generación. Sr. Don Federico Casado Reina – psicólogo de formación y cinéfilo de vocación, crítico de cine y blogero de pro, astilla alumbradora de un palo de tronío (rama de un tronco de estirpe, pestaña de un párpado de amor), hijo de quien durante décadas crujiera de virtud los escenarios de la España nuestra con un torrente de grana y oro en las cuerdas de la garganta y con un redoble de ternura en su condición de madre irrepetible. Sr. Don José Luis Jiménez. Colega, amigo, camarada y contertulio.
Señores y señores… Amigos todos

Año de gracia del Señor de 1947. La cinemanía de la época –¡de aquella España invertebrada de posguerra, de aquella España de color sepia, de aquella España sazonada por el castizo cancionero de letrillas sonantes en las casapuertas de la alegría popular!- no estrenaba…¡no estrenaba!... –como así fallidamente rezan las guías ortodoxas de la filmografía cañí- la película La Lola se va a los puertos. No. La obra dirigida por Juan de Orduña no se engendraba a sí misma como una propuesta de conjunto. Y ni siquiera como un aporte mediático. Pese a que así lo anunciaron entonces a bombo y platillo los programas de mano de una sociedad jalonada por la hambruna y por la escasez económica. Pese a que las muchachas en flor cantiñearan las estrofas más pegadizas –y a su vez más salvíficas- de un género revolucionario como pocos que –acunándose y acuñándose bajo el sobrenombre de cuplé- enseguida pasaría a la historia de la gloria nacional como “la copla”.

No. El cine español no estrenó aquel ya montaraz año de 1947 la película que hoy –regazados y gozosos- contemplaremos a nuestras anchas y sin mayor alborozo gracias a la siempre inestimable labor –al prístino quehacer- de estas bodegas que gentilmente nos acogen. La gran pantalla española estrenaría –ya digo- no un título, no la adaptación fílmica de la celebérrima propuesta teatral de los hermanos Machado, no un adarme ni un añadido ni un sumando al cine en boga de la canción española, no.

Porque el estreno –observándolo al trasluz de la ventolera del tiempo- fue muy otro. Porque estreno, estreno, lo que se dice estreno, es todo cuanto está destinado y predestinado a durar y a perdurar contra los vientos y las mareas de las modas y los modismos. Estreno –strictu sensu, en sentido estricto y en toda regla- es un primer llanto de vida inmortal. Es todo cuanto se sostendrá a machamartillo en la ancha moviola de los recuerdos. Es el anticipo –quizá imprevisto, quizá indeterminado- de un ser, de un alma, de un nombre, de un apellido elegido por el dictamen y por la doctrina de una celestial fuerza superior para galvanizar ramilletes de eternidad en derredor.

Una celestial fuerza superior que, tratándose del ejemplo que nos ocupa, bien podría denominarse Esperanza Macarena, hija sacrosanta de la Muy Noble y Muy Mariana Ciudad de Sevilla. ¿O es que acaso no eligió la Virgen Macarena, aquella que está en San Gil, a nuestra folclórica para levantar oleadas de entusiasmos allende calendarios, fechas, décadas, etapas y almanaques?

Y no me negarán ustedes que –muy por encima o por debajo de la aportación que a la cartelera proponía aquella película (la que ahora, Dios mediante, veremos), no dejarán de reconocerme que su verdadero alumbramiento de novedad, su auténtico asomo de inmortalidad no sería sino la presentación y la representación del comienzo de una luminosa leyenda que recibiría –urbi et orbe, a manos llenas, a pulmón abierto y ya para siempre jamás- el supremo nombre (diminutivo por superlativo) de… JUANITA REINA.

¿He dicho algo? Juanita Reina: Ahí es nada, ahí quedó, valientes, las cuatro patas del paso de palio de la genuina pureza de una voz –joven y portentosa, atronadora y delicada, sublime y terrenal- que mandaría y comandaría los escenarios de España versificando aquello de… “Cinco luceros azules / alumbran cinco farolas / desde su casa a mi casa / desde mi boca a su boca”.

Por tanto y por ende cabría preguntarse: ¿Estrenó el cine español en 1947 la película La Lola se va a los puertos o fue precisamente la casualidad y la causalidad de esta película la que ciertamente estrenara –para las masas, para el sendero de la Gracia, para la banda sonora de los españoles- la ya imparable trayectoria artística de esta señora de bata de cola… De esta paloma de alas de cristal… De este ángel de poderío que dibujara caracolillos en el aire de su amor... De esta corchea de corazón latiente que regresa –como la golondrina al nido- a las partituras, a los pentagramas, al verso de los Solano, León, Quintero o Quiroga… De este adagio de faralaes que –sonrisa a sonrisa- simpatizara con la génesis y con la síntesis de nuestro constante reclamo? ¿Qué tuvo y retuvo Juanita Reina para que, aún corriendo los laxistas años que actualmente corren por las venas del tejido español, todavía la conozcan y la reconozcan –la clamen y la reclamen- jóvenes y abuelos, izquierdas y derechas, santos y pecadores?

Baste admirarla en la proyección de su fama, en la apertura de su andadura musical, en los quiebros y en los requiebros de su cante, de su elegancia connatural, del vademécum de su código de valores, de su temple de artista de cuerpo de entero.

Baste observarla en el metraje, sí, de su guapura, de su facultades canoras, de sus soberanías cantoras en aquella película que, según parece –igual nos da el dato- saltó a la luz pública cuando corría el año de gracia de 1947. Una película que no estrenó argumento, ni composición escénica ni puesta en serie… sino otra certeza candeal, otra grandeza inmaterial, otro sesgo, otra mirada: Un tesoro de ojos de mujer que, entre visillos de fotogramas, ya anunciaba entonces –canta cantando- el resorte de su leyenda, el soporte de su mito y el importe de su reinado. Un reinado, en efecto, de eterna Reina de la copla.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL