En su altar de inminencias

Todo ha vuelto a suceder según los sagrados cánones de nuestras supremas tradiciones cofradieras. Un silencio que impera, una penumbra que domina, un racheado que es música de la mudez. Traslado del Señor de la Vía-Crucis al altar mayor de la Iglesia de San Francisco. Prefacio de los solemnísimos cultos de la Hermandad de las Cinco Llagas. Recuerdos de cofrades que ya no habitan este mundo de los vivos. Regreso al sentimiento prenatal de nuestras mismas nostalgias. Túnica que mece su peso y su pesor de hojillas en oro. De diseño persa sobre un terciopelo de zarandeos emocionales. A las mientes nos sobrevienen figuras de cuando entonces: don Manuel, don Enrique, don Pedro, don Cristóbal… El senado de la cofradía que vestía abrigos verdes cuando la túnica blanca quedaba guardaba en el armario de la impaciente espera de otros doce meses de enseñanzas y doctrina eclesial. Esta noche el Señor de la Vía-Crucis de nuevo ha avanzado a paso quedo, ingrávido, portentoso, como un Salvador del Siglo XXI capaz de aquietar los espacios, de abrir veredas, de otear los horizontes del aquí y del ahora. Apenas quince minutos de parihuela sobre el hombro –un mismo hombro, distintos hombres- de ocho hermanos del Silencio Blanco. Son instantes de intensidad sutil y definitiva. Se desbroza los entuertos de las preocupaciones cotidianas, se desbrocha los giros copernicanos de la suerte de cada cual, se descorcha el tarro de las esencias que a incienso y miel huelen. Claveles sobre el asfalto de la altura. Y el Divino Nazareno Franciscano que otra vez cruza sus muñecas como dedicando media verónica a los estertores del laicismo campante. Y unos ojos que se elevan. Y una lágrima que besa otras mejillas. Y una Virgen que aguarda. Y una Esperanza que embellece nuestras perspectivas. Todo vuelve a suceder. El Señor de la Vía-Crucis ya reina en su altar de inminencias de Quinario y Función Principal de Instituto.


Foto de Ángel Rodríguez Aguilocho publicada en la web Cofrademanía

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