Justa reivindicación de la figura de Adolfo Suárez

Anoche me quedé perplejo frente a la pantalla del televisor: sonaron los timbales de una serie con precisión histórica y una nada ambigua recreación humana de los personajes. Antena 3 ha bordado –al menos en la entrega de su primer capítulo- una función social necesaria a día de hoy: la reivindicación de la figura política y humana de Adolfo Suárez. ¿Tardíamente? Más vale así que encajonarla, al hispano modo, en las miasmas del olvido definitivo. Con Marquina debemos entonar el sambenito merecidísimo de la ingratitud característica de esta España de nuestras entrañas y de nuestras entretelas. La amnesia colectiva es moneda corriente del devenir de la idiosincrasia cañí. Suárez fue un joven ambicioso de su tiempo –agudo enfoque visionario- capaz de mezclar poderío y elegancia moral bajo la estela, bajo el brocamantón, bajo el laberinto de pasiones de los intereses creados y recreados del panorama jerárquico de la Transición. Forma parte –por derecho propio- de nuestra memoria colectiva. Podría constatar igualmente la notabilidad técnica de la producción televisiva que –prácticamente al estilo del biopic cinematográfico- plasmada secuencia a secuencia. Pero me detendré hoy en el homenaje merecidísimo. Los hijos de la década de los setenta –entre los que a pecho descubierto me encuentro- recordamos la figura de Adolfo como una enseña ligada directamente a los años de nuestra primera infancia. Un señor siempre querido y siempre considerado. Desconocíamos entonces las triquiñuelas y los trampantojos de la erótica del poder sostenida y -¡oh!- sostenible en los belicosos representantes de la oposición. O incluso en los desleales díscolos de los considerados camaradas. Aguardo con impaciencia el próximo capítulo. Será como subrayar con clamores antiguos el liderazgo de un hombre –digno y cabal- que llegó a cumplir todo cuanto pudo prometer y prometió.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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