Pájaros de buen agüero en un artículo de Domingo Díaz

Hace ya algún tiempo –tampoco demasiado- impulsé a mi dilecto y directo amigo Domingo Díaz Barberá al siempre catártico oficio (por lo común sin beneficio) del articulismo periodístico. Coordinaba yo por aquellos entonces la sección de opinión de un rotativo de tirada local tristemente venido a menos pero del que, a pesar de los pesares, guardo concisos recuerdos. Sumé a la cabecera diez o doce rúbricas muy representativas de la ciudad. No juntaletras ni tampoco letraheridos: antes bien al contrario personas honestas con su corolario ideológico. Lo cual no es moco de pavo ni viruta con cicuta. Al respecto a los articulistas incorporados a la semanal columna de Hércules de la libertad de expresión –todos aceptaron sin recato mi propuesta y todos se metieron de hoz y coz en la cuadratura abisal del papel prensa-, sólo me resta constatar palabras de gratitud y azucarado encomio porque permanecen impertérritos al pie del cañón pese a que el anfitrión del cotarro –es decir: quien esto escribe- anda metido en otros apasionantes berenjenales. Dicho el exordio, asentada la coda, vayamos al grano de esta nunca última ni penúltima entrada de mi omnipresente Diario Inconfeso. Domingo Díaz –al igual que Ernesto, Eduardo, Juan Jacinto, etcétera- suele mandarme a la bandeja de entrada de mi correo electrónico la correspondiente copia sin censuras ni espesuras del artículo equivalente a la fecha en curso. Por deferencia y por diferencia (al fin y a la postre llegaron de mi mano al recodo de la opinión pública y publicada). Esta mañana me ha agradado sobremanera el artículo remitido por Domingo. Conjugo, por ende, el verbo compartir y traslado textualmente el contenido del mismo. El título anuncia picotazos de buen agüero: ¡Qué pájaros son!

Dice literalmente así: “No se le posa una mosca, más listo que el hambre o…, qué pájaro es. Sí, éstas son algunas de las expresiones que nuestra lengua, la castellana o española, utiliza para enfatizar la agudeza de ingenio –indistintamente de que el mismo se emplee para lo mejor o para lo peor- del sujeto o sujeta (con mi recuerdo para la titular del Ministerio de Igualdad, uno de los posibles Ministerios prescindibles para aminorar el gigantesco gasto público y hacer algo, no demagógico, de una vez) de quien nos estemos refiriendo. Pero, si nos fijamos en la última de las expresiones, cuyo plural da título a nuestro artículo de hoy, es decir, qué pájaros son, la posibilidad de entenderla como un piropo dirigido a ensalzar alguna virtud del destinatario se desvanecerá de inmediato y ello, porque la misma se emite con ánimo peyorativo. Así, el “pájaro” puede ser algún presunto o consumado farsante, timador, estafador o, en definitiva, delincuente de los llamados de “guante blanco”. Permítanme, que en aras a evitar querellas de gatillo rápido omita dar algunos –muchísimos- nombres propios, pero a poco que enciendan la televisión o lean los diarios, les verán brotar cuán setas en invierno, máxime en los tiempos actuales con el cariño que nos ha cogido la lluvia. ¿Quién habló de desertización y calentamiento del Planeta? ¿Se acuerdan –sobre todo los de mi generación- del Profesor Nodoyuna? ¡A que sí! Pues bien, como ya me ocurriera –allá por principios de los ochenta-he tenido a principios de la presente semana, la posibilidad de traer a mi recuerdo el porqué de la sabiduría de los pájaros. En concreto, de los canarios. Verán, los que estamos enamorados de la vida, aquellos que cuando vamos al Tanatorio terminamos en la Capilla del mismo rezando ante el Dios vivo, Jesús Sacramentado, para que lleve hasta su presencia el alma de aquella persona que ha terminado sus días en la Tierra, tratamos –sin grandes filosofías ni estruendosos tratados- de explicar a nuestros hijos lo maravilloso que es vivir. Por ello, como hicieron mis padres conmigo cuando era un niño, decidimos que este año trataríamos de que una collera de canarios, es decir, un macho y una hembra, criaran en casa. A tal fin, adquirimos la susodicha collera el verano pasado. Luego llegaría el ritual. Primero situando al macho y a la hembra –separador por medio- en la jaula de cría durante unas dos semanas. Después, colocando el nido artificial en la zona de la hembra. Más tarde, retirando el separador. Luego, aprovisionándoles de pelo de cabra para acomodar el nido. Y entonces, las persecuciones del macho a la hembra, para acabar ésta en el nido poniendo dos huevos, los cuales pasados los días equivalentes a los triunfos del gran Angel Nieto (doce más uno) eclosionaron en dos plumíferas e indefensas bolitas temblonas: dos pajarillos. Es digno de contemplar cómo el macho le lleva la pasta –no la gansa- sino la alimenticia a la hembra hasta el nido, para después ésta, tras calentarla en el buche, alimentar a los polluelos. Nuestros hijos están admirados de ver cómo la vida engendra la vida, menos mal que nuestros pájaros no han dudado en sacar adelante a su prole, ¿se imaginan que hubieran dañado los huevos con el fin de no alimentar a sus pajarillos? Menos mal que estos pájaros no son tan pájaros como los otros, simplemente actúan movidos por sus instintos naturales de procreación, que en los tiempos presentes no vendrían nada mal para los animales de dos patas, aquellos que en Filosofía después de días y días de sesudo discernimiento, concluimos en denominar bípedos implumes”.

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