Viernes de Dolores en Sevilla. Escribo al sesgo del contrarreloj. La Función del Valle. La voz inflexible y siempre dúctil del tiempo de vísperas

Escribo al sesgo del contrarreloj. Lo vivido ayer –Viernes de Dolores- en la Muy Mariana Ciudad de Sevilla ha de catalogarse por quien suscribe como un poemario de inmortalidad. O como un suspiro de inmemorial querencia. O como una cristalización de eternidades con vislumbres de terrenal edén (donde la luz y el aire forman el espejo cóncavo y convexo de la Gloria con los pies en el suelo). Nos engrandecimos -¡sublimemente!- en nuestra pequeñez siempre finita. Fuimos –los cuatro: Paco Molina Santiago, Mariano Sánchez Setó, Ernesto Romero del Castillo y yo- eslabones de un mismo hisopazo cofradiero, de otro bautismo en el incienso de la paz interior, en el útero de todo cuanto renace a la vida del azahar (¡cómo olía esta enseña primaveral ayer por los hispalenses itinerarios de nuestra congénita felicidad!). La voz inflexible y siempre dúctil del tiempo de vísperas. La linfa de la cuenta atrás. La literalidad de los preludios de la Semana Santa : besamanos -¡oh latente oscuridad nunca marchita del besapiés de la sevillanísima Vera Cruz!-, tapeo de casticismo en El Serranito –ñamñam de espinacas con garbanzos-, cafetito de tertulia a cuatro bandas (con Mariló Montero, Carlos Herrera y Antonio Burgos como trasfondo argumental), la estimulación de las coqueterías de otro milagro cuyos cimientos poseen la magnificencia de altares de cultos a la antigua usanza. ¡Qué hermosa la Soledad de San Lorenzo vestida de hebrea exponiendo sus manos a los labios –textura de carnalidad devocional- de la Humanidad toda! ¡Cómo se arremolinaban –en tropel algodonado- los duendes y los ángeles en el altozano de la Plaza de San Lorenzo! ¡De qué gravitante modo dio una pirueta olímpica el alma de Paco cuando presenciara de tú a tú la cercanía visual y abisal y abismal del Señor del Gran Poder –zancada de tronío por los mármoles de la trascendencia-¡ A las mientes se me viene la catalogación de insondables emociones agavilladas bajo el manto protector de la pureza de las cofradías. La perfección, la levitación, la corrección de la Función Principal de Instituto del Valle. Doce y cuarto del mediodía en el calendario de los supremos exordios del refinamiento cultual. No cupo más belleza litúrgica en menos espaciosidad de nuestra impaciente espera. La Función del Valle solicita un tratado aparte. El engarce de lo resueltamente integrador: aniquilamiento de tinieblas, fulminación de endrinos destierros. La Función del Valle exige un articulado –un corpus literario- en estas ordenanzas no prescritas del canon del sentir cofradiero. Tradición de consuetudinaria naturaleza, alto sentido de la “pertenencia” familiar a la Hermandad –¿verdad que sí fray Joaquín Pacheco Galán, flamante director espiritual de esta Archicofradía que el pasado jueves rindiera merecidísimo homenaje al padre de Enrique Víctor de Mora Quirós por sus setenta y cinco años de fidelidad a tan clásica cofradía del Jueves Santo de la Sevilla de aquellos cielos que perdimos y que de continuo recobramos en la escritura del periodista –nunca muerto, nunca extinto, nunca anacrónico- Joaquín Romero Murube? La Función del Valle es un guiño de Dios en el solar de la paralización del tiempo. Sevilla lo sabe y por ende ejerce su adquirido derecho e inclinación a la reválida del gozo. El maletín del portátil de Mariano–sin ordenador alguno en su profundidad- enseguida se nutre de periódicos –cuatro ediciones del día de El Mundo, ídem del ABC con todos sus avíos de suplementos, revistas y especiales de la Cuaresma , de programas de mano (el de Cajasol, el Gota a Gota, el de la COPE , la revista -de estelares esencias- Diecisiete, etcétera, etcétera). En los bolsillos de Paco, de Ernesto y en el mío propio figuran –enhiestas como altivos nazarenos de negro- nuestras correspondientes –talismanes de blanca estrella- Montblanc (portaminas en el caso de Ernesto y en el mío propio y estilográfica y bolígrafo en el de Paco). Viernes de Dolores, Sevilla, la forja de nuestra identidad. Pergaminos de azúcar. Penitentes de cartón. Torrijas de antaño. Ayer regresamos por el camino más corto al templo de nuestro júbilo. Cristo quiso regalarnos este preámbulo de la fugacidad del instante. ¡Y pensar cuánto aún resta por venir a la vuelta de la esquina de unas horas con cimbreo de palmas, con tambaleo de sensaciones, con gallardeo de capirotes! Tictac, tictac, tictac…

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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