El Rocío, Rafael E. Poullet, el Bien y la Belleza

Un interesantísimo debate en torno a la evolución del Rocío se desarrolló este pasado martes en la Escuela de Hostelería de Jerez. Con numerosísima asistencia de público y con la presentación oficial –la puesta de largo, la bendición comunitaria- del Círculo Cultural Rociero ‘Toque de Alba’. Como no podía ser menos –pues la ocasión la pintaba calva para el anecdotario compartido- asistieron muchísimos rocieros de pro, de casta y trapío, a este debate que en efecto basculó entre lo particular y lo universal. La romería del Rocío posee la riqueza de la individualidad –todo romero vive tan significativa experiencia mariana a su manera- y de la colectividad –la urdimbre afectiva de la muchedumbre enseguida deriva en hermanamientos de conjunto-. Andrés Cañadas Salguero explicó con detalle el origen y el fundamento primigenio de este Círculo Cultural que deposita en la mirada de la Reina de Almonte todas sus perspectivas y todas sus más nobles intenciones.

Luego vino el debate, la intrahistoria rociera, las vivencias de los Daniel Carretero Briantes, Juan Bernal Cardoso, Pedro Sánchez Romero, Francisco Barra Bohórquez y Manuel Hurtado Macías. Y la evolución -¿o involución en según qué perdidas tradiciones de minorías?- del Rocío de aquellos primeros setenta (para tampoco extrapolarnos a otras calendas más pretéritas) cuando entonces las multitudes quizá no distorsionaban el íntimo y siempre espiritual rezo ante la carreta del Simpecado. Y se rememoraron las figuras de rocieros que sentaron las bases de una ejemplaridad manifiesta. Todo atinadamente moderado por Ángel Rodríguez Aguilocho. Buen ambiente, sentido del humor, diálogo fraternal y un excelente guiño a las vísperas de la romería del Rocío.

Poullet y Epicuro

Miércoles de Bohemia regado con vino y literatura. El corazón de la semántica en ascuas. Una fontana de versos y de escapismo con causa. La poesía de Rafael E. Poullet se hizo melodía de dictado sin ambigüedades en la Escuela de Hostelería de Jerez. Presidieron el acto –además del referido Poullet- el responsable de la editorial EH Editores Álvaro Quintero y el escritor y poeta Domingo F Faílde. El encuentro gravitó en torno a la figura de Epicuro. Fue precisamente Domingo F. Faílde quien profundizó en su talla intelectual: “A Epicuro, sin embargo, a quien consideramos helenista, se le reprocha su presunto materialismo. Platón buscaba la Belleza y el Bien, con mayúscula; Epicuro, la felicidad. ¿Quiero decir con ello que rechazaba el Bien y la Belleza ? Por supuesto que no -¡eso quisieran sus detractores!-; al contrario, demostró que las grandes ideas solamente adquirían carta de realidad cuando se incardinaban en los seres humanos y siempre con un fin: hacerlos inmunes al dolor y aproximarlos a la felicidad –sin mayúsculas, por supuesto-. En su obra, el humanismo clásico alcanza su sentido en plenitud y se convierte en estandarte de todos los hombres y mujeres libres”.

“Y la prueba está aquí –siguió comentando Domingo-, en cuerpo y obra, gracias a la amabilidad del poeta que esta noche nos acompaña. Rafael Esteban Poullet es, sin menoscabo de la originalidad que se debe a sí mismo como creador, una rama gozosa del árbol de Epicuro. Su poesía constituye una apuesta por el placer, sustentado por la belleza y, sin lugar a dudas, ese gusto exquisito que preside su trayectoria, desde la mera elaboración del tejido lingüístico –no otra cosa es el texto, al fin y al cabo- hasta su ascensión, casi mística, por la escalera de las sensaciones, en busca, cómo no, de lo hermoso”.

Domingo F. Faílde ofreció un discurso pulcro y rítmico: “Clásico o helenista, pero nunca marmóreo; decadente, pero sin patetismo; transgresor, pero sin escándalo: Rafael Esteban Poullet conjuga las raíces con la modernidad y el fruto, ya maduro y consagrado, es su poética, que, como no podía ser menos, concibe a la manera aristotélica, como ciencia del arte de crear, que ha inspirado las páginas bellísimas de Yo, Juan, el discípulo amado, una novela excelente, y, sobre todo, los poemas de El lecho pródigo; un lecho que es metáfora de placer, de alegría, de confort, de reposo, de paz consigo mismo y de armonía con el universo; un lecho que, por encima de todo, simboliza el amor sin fronteras, pues solamente ilímite puede el amor ser tal, y eso lo sabe bien el poeta, que ha aprendido las sabias lecciones de Platón, de Epicuro, de todos los grandes maestros. Porque, puesto a aprender, basta con hojear El lecho pródigo para advertir de donde recibió tan sublimes lecciones y percibir la luz de Afrodita, el resplandor de Apolo y el testimonio, en suma, de la mitología”.

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