Sara Luengo y un romántico sentado al piano

El romanticismo –movimiento estadístico de la más alta significación del amor- deviene a día de hoy (o al menos a simple vista así pretenden subrayarlo a diestro y siniestro) como un palabro, como una palabreja, como un estado de los sentimientos pasado de rosca, trasnochado y punto menos que anacrónico. Sin embargo su idealismo, su delicadeza, su código de barras permanece inalterable así explosionen y eclosionen los rayos y centellas de la frialdad, de la tibieza y del desafecto que campan por sus fueros en estos tiempos nuestros tan dados al yoísmo, al egocentrismo y al egoísmo. El romanticismo no responde a ninguna utopía ni a ninguna quimera ni tampoco a ningún rubicón meramente teórico. Se trata –a la pata llana- de una pulsión de las emociones tan placentera como punzante, tan reconocible como desterrada de las alacenas de nuestro fuero interno. En cualquier caso, un edén o un campo de batalla irresistible a la fuerza de la naturaleza del ser humano. Y, como muestra, el botón de plata de ley del gran Chopin. Un músico trascendente y trascendido por el azacaneo de su misma genialidad. Hombre valiente y enfermo. Sara Luengo nos glosó su figura y su obra, su afán creativo y su tantán compositivo. Nadie –o apenas nadie- mejor que esta autorizada voz para desvelarnos y para develarnos la arribada curricular del siempre inmortal Chopin. Una charla que nos adentraró –con pelos y señales, con luz y taquígrafo- en la melodía de aquel piano que todavía resuena entre la metáfora y la metonimia de un verso con suspiro de eternidad. Apagamos los teléfonos móviles y, paralelamente, encendimos el celular de nuestras tendencias de melómanos sin remedio. Así y sólo así estuvimos anoche capacitados para desandar los trechos de un tiempo no del todo perdido. Nuestra directora de orquesta elevó la mano diestra con la suavidad de un vuelo aleve. En ella empuñaba –dulcemente- la maestría de su batuta, la poesía de su vocación y la gallardía de su palabra.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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