Cuando el comecome de la conciencia farfulla las miserias del yo

Ni tirios ni troyanos están eximidos del comecome de la conciencia –esa pugnaz voz interior que (atronadoramente) nos susurra y nos farfulla las miserias del yo-. Donde las dan, las toman. Antes se atrapa a un mentiroso, a un vengativo, a un fullero y a un arrebatacapas que a un cojitranco. Y nadie permanecerá indemne –sino más bien a la larga todo lo contrario: ¡exangüe!- de los pecados de la envidia, la soberbia o el linchamiento ajeno (a discreción o por las bravas). Cualquier tipología delictiva, siquiera sea moral (esta modalidad por veces golpetea las sienes del galopín y del bravucón), siempre se topa de bruces -¡ah, el tiempo: juez infalible que todo lo reordena y todo lo desenmascara!- con su merecido…
- ¿Con su merecido, querubín?
- Sí, angelote, con su merecido castigo, con su merecido escarmiento e incluso con su merecido arrinconamiento público.

Ayer eché una ojeada a la película Cassandra’s Dream, rubricada por la irregular e inconstante firma–bajamar de una genialidad que combina la efervescencia con el efecto gaseosa- de Woody Allen. Las primeras secuencias esgrimen el pulso de un tanteo argumental que, sin fragosidades técnicas, espaciosamente se emboza en las antonimias de lo baladí. Valga puntualizar: si de entrada el ritmo narrativo acumula demasiada candidez –cartografía densa y plateresca de una cotidianidad plomiza-, la sucesión irremediable de los hechos trágicos enseguida germinará a partir de las aparentemente inofensivas enredaderas del quebrantamiento fraternal, cívico, humano. La tentación fratricida –un crimen no es sino una derivación del odio en clave de indómito apremio- suele acarrear fragrantes consecuencias.

Cassandra’s Dream explora de extremo a extremo la debilidad de quienes garantizaron su sangre de horchata al punto y hora de cometer transgresiones judiciales, espirituales o meramente inmateriales. Al cocido del secreto de sumario de la conciencia que nada esconde en los pliegues de la almohada, el célebre cineasta arroja pasión amorosa, pulsión sexual, tensiones económicas y una fotografía cinematográfica del todo cautivadora. La fortaleza de los terrícolas -¿a do fue a parar las entendederas del homo sapiens?- se desvanece cuando el signo del alma bombardea reclamos de justicia. Este filme –insípido de inicio- agrega otro pigmento estilístico sobre el penúltimo ciclo creativo de un director que repite sinopsis en la escabechina ¿ficticia? de los remordimientos que a menudo imperan en la sesera de nuestro ancho mundo.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL