Tres excursos, tres zurcidos, tres ideogramas

Inversión a bajo riesgo. Tres excursos, tres pespuntes, tres zurcidos, tres ideogramas. Primero: Las instituciones -públicas y privadas- promotoras y promovedoras de cultura han de ponerse de acuerdo, han de hilar fino, han de conjugar intenciones y han de unificar propósitos. La Diputación Provincial no ha parado en barras y -posiblemente sin comerlo ni beberlo, pero combatiendo una laguna por veces más profunda- ya al menos ha reunido a los gestores y técnicos culturales de toda la provincia al efecto de debatir y departir en torno a los elementos favorecedores y a los componentes bloqueadores de sus respectivas programaciones. La gestión cultural nace de lo particular para incardinarse en lo general. La cultura exige una coordinación a gran escala, calendarios interrelacionados por la facilidad del transporte y por el encaje del puzle de actos que no se pisen, que no se convoquen simultáneamente, que no se repitan en nombres y en temáticas, etcétera. Hablamos de engarces transversales y de organigramas horizontales. Segundo: Leo una frase antológica de Enrique Jardiel Poncela: “Los muertos, por muy mal que lo hagan, siempre salen a hombros”. Olé. Sobre todo en España –cabría añadir- porque en esta piel del toro sólo homenajeamos post mortem. Precisamente cuando antes, en vida del ínclito o la ínclita, dimos –y repartimos a troche y moche- árnica, crítica, afeamiento y desvalorización. Y tercero: El tiempo me ha pisado los talones. De modo que he pospuesto casi quince días la referencia escrita del penúltimo filme de Julio Medem: Habitación en Roma. Resueltamente un Tinto Brass con finuras de travelling a media luz. ¿Una reivindicación pugnaz de lo femenino? Nanay de la china. La femineidad descansa sobre otros conceptos, sobre otros comportamientos, sobre otros códigos y sobre otros claroscuros. La noche es un intersticio de vida al margen de la rutina. Los sentidos y los espacios se mixturan de subconsciencia a flor de fiel y deseo arrebatado. Pero el filme de Medem precipita una desnudez emocional a destiempo: toda fluidez carnal precisa de su cadencia, de su biorritmo, de sus fases sensitivas. Sobra, sí, sobra la precipitación arrebatadora de dos mujeres hermoseadas entre sábanas y, descaradamente, la flecha de Cupido en el esternón de Elena Anaya cuando la actriz tomaba el baño sin espuma ni efervescencias del propio autoengaño. Medem no ha recuperado todavía el pulso de su sangre.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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