Como el tronco a la rama, como el punto a la i, como el pestillo al secreto, como el trazo al lienzo

¿Quién pudo prometer y prometió que Internet era cabeza de dragón, llamarada infernal, hocico de mal aliento y trasfondo de antagónicas ínfulas? La red de redes también pesca en el río manso de la nostalgia aquellos pececitos cromáticos de la naturaleza escondida. Por ejemplo fotos inéditas para el gran público. Hoy he hallado una instantánea que se me antoja preciosa (en el puro y no purista sentido del término). Ahí tienen –en blanco y negro- el metabolismo existencial del enamoramiento. La inocencia y la creencia del amor en estado de autenticidad. El diptongo poético del emparejamiento. La crédula fusión de dos almas. La vitola de lo eterno. El guiño de lo imperecedero. La llama de lo inapagable. Habiendo un servidor leído la ingente obra del mozalbete que figura en la imagen luciendo gafas de negra pasta y conociendo a fondo la calidad humana, la elegancia de mujer, la categoría personal de la guapísima muchacha arrobada de ritmo y feminidad, no puedo por menos que congratularme de este intercambio de miradas que hablan por sí mismas. Entre ambas fotografías han llovido centenares de folios, decenas de novelas, millares de artículos periodísticos, una Dacha en común, una Olivetti roja a toda pastilla, un niño fallecido (mortal y rosa) prematuramente, varias millones de metáforas que modernizaron el lenguaje y un centón de premios literarios de primer nivel. Pero, sobre todo, han caído del cielo todas las fragancias de una pareja unida, abrazada, refundida de principio a fin –siempre happy end- como el tronco a la rama, como el punto a la i, como el pestillo al secreto, como el trazo al lienzo. Son Francisco Umbral y María España, María España y Francisco Umbral. Dos claveles para un único ramo.

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