De un joven abogado jerezano políticamente incorrecto y de un sacerdote que pugna contra el desaliento

Como un embrague que conecta el eje de dos mentalidades. Como el solsticio de un desmarque emocional. Como el enquistamiento de la espiritualidad ahora subyugada de recovecos, de escurridizas huidas, de cuartos menguantes. Dos ejemplos encontrados, encontradizos, bilaterales, multiformes. Las resultantes del andar de la psicología positiva, el andamiaje del activismo moldeado astutamente a tenor del signo de los tiempos. Hoy he prestado oídos a dos interlocutores concordantes en la misma Fe –la del Cristo del Evangelio del Amor- pero sin embargo divergentes según la directriz pastoral de sus propias conductas, de sus posicionamientos personales, de la torrentera de su perspectiva interior. Dos personas que no se conocen entre sí, que posiblemente jamás hayan cruzado sus vértices, que nunca rasuraran la dermis de un fortuito encuentro. Pero ambos forman parte de la crónica de un día cualquiera de quien, verbigracia, suscribe este Diario Inconfeso. Esta mañana desayuné con un joven abogado jerezano que, notablemente preocupado por el futuro inmediato de los niños de hoy día, impotente ante la pérdida de valores que in illo tempore regía-siempre para bien- las entrañas del ancho mundo, ha emprendido el paso alegre de la paz, ha tronchado el fémur de lo políticamente correcto, ha derogado el indiferentismo de la lasa sociedad embutida en el cuarto y mitad del discurso dominante y ha levantado ala, ahuecado el vuelo, fermentado la valentía y, sin encomendarse ni al dios a la carta del nuevo becerro del oro ni al diablo de la progresía de falsilla, liándose la manta del qué dirán a su cabeza bien amueblada, ha hecho cuanto su conciencia dictaba desde las balconadas de la honestidad consigo mismo, esto es, crear una Fundación capaz de armar la marimorena en pro y en prez de la libertad, de la persona, de la familia… Ni dinero ni medios pero sí argumentos, ilusión en cantidades industriales y mucha, muchísima Fe. Así definía MP la caja de caudales de la iniciativa que ya cuenta con entidad jurídica. La ilusión y la fe, en efecto, mueven montañas. Pasemos –aguzando los aparatos auditivos- al envés. La otra cara de la moneda: esta noche he asistido, estupefacto, a la plática de un sacerdote de sobras valioso, culto, intelectual, dotado de parlamento y convicción eclesial, veterano y dilecto, quien, empero, ha confesado pública y casi desgarradamente a cuantos escuchábamos atónitos su alocución, que a la edad de setenta años y después de una ingente labor sacerdotal a cuyas postrimerías podría besar las mieles de la continuidad imperecedera y de la lealtad incombustible a su magisterio eclesial, nos sorprende, nos asalta, nos aturde con su estado de desgaste, con su desencanto generalizado, con su gradual desaliento, con su rendimiento doctrinal, con su finiquito parroquial. Los dos ejemplos han de servirnos de caldo de cultivo. De fuego lento para las mientes de la reflexión más dinámica. De alambique catequético. El joven abogado, pujante profesionalmente, no tiene necesidad alguna de meterse en mayores berenjenales. No obstante apuesta por la ilusión y la Fe para mejorar su entorno –local, comarcal, regional, allá donde llegar pudiera- dentro de los parámetros que la novísima Fundación alcance. El septuagenario sacerdote está a punto de tirar la toalla: su busilis de autenticidad choca frontalmente contra los derroteros de indiferentismo, de parsimonia y de pantomima vigentes y candentes en la apabullante sociedad de consumo, de pasquín y de pasmarotes. Hundido de ilusiones y paradójicamente de Fe (en el hodierno universo de los vivos). Esta bilateralidad demuestra a las claras que también el cristianismo es una obra en marcha. Que los momentos de flaqueza no se acentúan sobre un arquetipo demasiado tipificado. Y que los marineros remarán más enérgicamente cuando los patrones flaqueen de fortalezas. La Fe no es cíclica pero sí –a menudo- vacilante a fuer de esponjosa y esponjosa a fuer de grandiosa. Y, a pesar de los pesares de las tropelías morales a las que no acostumbra cada amanecida –al alba sería- de esta modernidad sin tonsura, seguirá moviendo montañas. Eso sí, queridísimo guía espiritual entrado en años de tu propio saber, cuando Mahoma no va a la montana… entonces será la montaña la que, indefectiblemente, tendrá que aproximarse a las inmediaciones y a las estribaciones de Mahoma. Ley pendular y sacrosantamente barroca de esta suerte de maravillosa realidad que hemos dado en llamar… ¡vida!

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL