“Las palabras son una forma de transmutar cualquier muerte”

Un texto descarnado, un texto desangrado, un texto desgarrado. Mujer y poeta fieramente humana. Carmen Moreno -joven escritora cuya exégesis literaria no precisamente recae en un malditismo circundante ni en un enredo de incomprensiones (es la suya aquella prosa poética capaz de enhebrar experiencia moral e indulgencia emocional)- cercenó cualquier ápice, cualquier destello, cualquier vislumbre de cascarilla, de hipocresía profesional, de montura temática. Presentó, el pasado viernes y en la librería Hojas de Bohemia, su libro ‘Cuando Dios se equivoca’ –editado por EH Editores- arropada por los padrinos de la ceremonia –los también poetas Dolors Alberola y Álvaro Quintero-. Intervino desnudándose de privacidad para exponer urbi et orbe, a ojos vista y a manos llenas, la férula de su verdad: diez años de anorexia nerviosa como iracundo holocausto que irremediablemente la desconectó de la realidad. Carmen Moreno se aferró a posteriori al bálsamo de la escritura. Posiblemente como lenitivo post mortem. ¿Pues acaso –escuchándola agudizando los reflectores de la identidad- no estaba muerta en vida como un ser ajado de conexión, de palpitación, de maduración? Apenas treinta y seis años de existencia y toda una dimensión asumida, asumible, para comunicar los intersticios del dolor. También la poesía entraña fulgores de lo oscuro. Crepitación de la nada. Y un tecleo de luz para derrocar la sombra: “Escribo para respirarme / este asma que me agarra los pulmones / las palabras son una forma / de transmutar cualquier muerte / reprimo lo que soy / pero no puedo callar esta voz / que asegura que escribiré al fin el testamento / de aquella otra a la que no dejé existir”. Años -como cuchillos de introspección, como volandas de lo inestable- ingresada en un hospital de Cádiz: “Este laberinto de pasillos blancos / de luces fluorescentes / violines que repiten la misma salmodia / y uñas arañando pizarras / crean la niebla que te envuelve / es mi pensamiento / el que construye las paredes / entre las que me encierran”. Carmen Moreno destiló guiños de simpatía a propósito de la sistematización de su gravísimo sufrimiento. Ahora sonríe desde la vigía –que es atalaya, que es centinela, que es fortaleza- de su triunfo, de su afán de superación, de su serena visión siempre sonriente. El debate abierto con otros casos de similar lid latente entre el público asistente, terapia de grupo, asombro de valentía. Y, finalmente, la música en directo de Migue Gómez. Y la identificación con la génesis de la poesía floreciente como una yedra de salvación.

Publicado en el periódico La Voz

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