Presentando a José Carlos Fernández

• Ilustrísimo señor Presidente de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes… don José Carlos Fernández Moreno
• Ilustrísimo señor Presidente de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras… don Joaquín Ortiz Tardío
• Queridos compañeros del Grupo Romero Caballero
• Contertulios, colegas, camaradas,
• Señoras y señores… amigos todos

No puedo por menos que sentirme –aquí y ahora, al ralentí, al pie de la letra, al por mayor y al tran tran- más ancho que pancho, más contento que unas castañuelas y más lirondo que morondo.

Porque hoy nos disponemos y nos predisponemos a rendir justo homenaje y tácito reconocimiento…

… a un hombre de bien,
… a un caballero andante de cuyo nombre sí quiero acordarme,
… a un nómada que agavilla la sal marina de su empatía
… a un cofrade de pro y de prez, de atril y de razones para la esperanza
… a un editor de talla y de tallo,
… a un periodista de calidad de párrafo
… a un articulista de fúlgida metáfora,
… a un padre en grado superlativo
… a un esposo a la antigua usanza
… a un isleño de tomo y lomo
… a un jerezano de brindis y pura cepa
… a un lírico de inconsútil germanía
… a un escultor de los sentimientos que domina con mano diestra la gubia de los anchos y anchurosos afectos
… a un librepensador, a un letraherido, un lord sin trampas ni cartón que encarna la deferencia de la diferencia
… al gestor cultural que no disipa el oteado y a veces moteado horizonte del trabajo tenaz, constante y sonante en el tótem de su mejor rendimiento
… al novelista que escribe en ‘Franco y negro’ y siempre ‘A la izquierda del padre’ para teclear una prosa de agua clara y de poniente en calma que silba, que susurra, que salmodia las semicorcheas de nuestra Baja Andalucía
… al presidente del trívium académico de los siete sabios de Grecia.
Ahí es nada. Conocí in illo témpore al augusto protagonista que esta noche –muy a su pesar, a la fuerza ahorcan- ha dado con sus huesos en esta suerte de homenaje de andar por casa… que sin embargo se quiere y se sabe sincero, llegadizo y por veces unánime.

José Carlos Fernández –en razón a su almario, a su ideario, a su doctrinario- siempre me pareció un sembrador de las florecillas de San Francisco, un paradigmático ecualizador del noble arte de la cortesía, un dechado de don de gentes, un ignoto cimentador de los libros de etiqueta, un pulimentador del cristal mate de la alquimia personal.

José Carlos Fernández Moreno es punto y seguido en el marchamo de la amistad.

En el cuenco de su biografía no caben ni el lapsus calami ni la estridencia ni la extravagancia. Ni la andanada ni la astracanada. Ni la aporía ni la apología. Ni el panegírico ni tampoco el bulle bulle de la altivez o el comecome del auto-incienso ni la esquirla de un botafumeiro reverencial y sentenciador ex cátedra.

Me une a él la consanguinidad del espíritu y el fluir, la fontana y el manantío de la sangre que irriga el sendero de la mano de derecha, que es a la postre el venero que arriba en el epicentro del corazón

Nunca aprecié en su carácter un ademán de hastío o de desprecio…
Nunca un desdén, nunca el ronroneo propio de mercachifles, nunca un aspaviento a deshoras ni una negativa por norma.

Helo aquí: andaluz por los cuatro costados que entona ese verde que te quiero verde de los poetas de lo nimio, andarín sobre las esquinas del aire, trovador de las buenas formas cuya génesis brota doquiera que nuestro conferenciante plante sus hechuras de señor en toda regla.

Yo descubro a José Carlos en los versos del doctor Letamendi, luminaria decimonónica de la medicina ibérica, cuando señala que:
“Vida honesta y ordenada, / usar de pocos remedios / y poner todos los medios / en no apurarse por nada. / La comida, moderada / ejercicio y diversión, / beber con moderación, / salir al campo algún rato, / poco encierro, mucho trato / y continua ocupación”.

Yo redescubro a José Carlos en la obra ‘Signo y viento de la hora’ de José María Pemán, cuando el novio del aire de la Tacita de Plata escribió aquello de… “bien mirado, lo que en él ocurre es que la solicitud de la frase –como entidad propia- nace como un rito completamente despegado ya de su raíz y de su origen. Y siempre brota –este hombre- como momento optimista en el que una persuasión progresista domina todo el pensamiento. Como una última etapa de la evolución universal: como la llegada a la paz, a la libertad y a la fraternidad humanas”

Yo identifico a José Carlos en la prosa –barroca de acento y aguda de talento- de Ramón María del Valle-Inclán y más concretamente en un fragmento de sus celebérrimos ejercicios espirituales que, bajo el título de ‘La lámpara maravillosa’, ya nos adelantaba lo siguiente: “Yo no admiraba tanto los hechos hazañosos como sí el temple de su alma. Y este apasionado sentimiento (de admiración) me sirvió –igual que una hoguera- para purificar mi disciplina estética”.

Yo recuerdo a José Carlos cuando leo con delectación a Fernando Savater en su novela ‘El jardín de las dudas’, al poner voz a Voltaire para sentenciar esta rotunda afirmación: “Mi buen amigo: eres el último ángel guardián que me queda… después de la dimisión de tantos otros”.

Y yo personifico a José Carlos el parágrafo que Mario Vargas Llosa consigna en su obra ‘Lituma en los Andes’ (Premio Planeta 1993) cuando subraya que: “Él nunca se enojaba con estas circunstancias porque nunca se enojaba con nada ni con nadie. Y los demás tampoco nunca se enojaban con él pues a todos sabía ganárselos con su apacible simpatía, con su espíritu servicial y con su sonrisa”

Ya nos dejó dicho José Luis Martín Descalzo que la realidad es más ancha que nosotros. Y así es en efecto. Porque nos traspasa, nos trasvasa, nos trastabilla y nos temporaliza.

Carmen Riera , en una edición especial concebida para Círculo de Lectores, aglutinó a los poetas del grupo catalán del 50 bajo el epígrafe común de ‘Partidarios de la felicidad’. Eso, talmente, eso mismamente, es José Carlos Fernández: un acérrimo partidario de la felicidad bajo cuya férula, bajo cuya médula proseguirá –per sécula- gravitando los resortes de su nobleza.

Si lo tenéis por amigo, sabed que guardáis en vuestros adentros el más limpio, el más fiel y el más eterno de los tesoros.

Muchas gracias.

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