Un acto promovido y organizado por el Grupo Romero Caballero
El escritor y periodista José Carlos Fernández Moreno recibe un emotivo homenaje en la Escuela de Hostelería de Jerez
El también editor, gestor cultural y presidente de la Real Academia de San Romualdo dijo sentirse “abrumado, feliz y desbordado por cuanto esta noche hemos vivido aquí” - Asistió a dicho tributo una comisión de académicos de la jerezana Real Academia de San Dionisio encabezada por su presidente Joaquín Ortiz Tardío
Acto emotivo, ameno y (con creces) merecido donde los haya. El homenaje que -promovido por el Grupo Romero Caballero- recibiera el pasado jueves noche el periodista, editor, escritor, gestor cultural y presidente de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes José Carlos Fernández Moreno constituyó todo un acto de justicia en el tiempo, a la par que una aglutinación de pareceres unánimes a favor de tan renombrado e ininterrumpidamente apreciado hombre de la cultura con letras mayúsculas. El homenajeado aseguró sentirse “tan encantado como sorprendido y desbordado por cuanto esta noche hemos vivido aquí. Sinceramente no me lo esperaba”.
Integraron la mesa presidencial del acto, además del protagonista de la sesión, el presidente de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras Joaquín Ortiz Tardío, el jefe de Comunicación y Gestión Cultural del Grupo Romero Caballero Marco A. Velo y el propio hijo del agasajado José Carlos Fernández Moscoso. Cabe mencionar apriorísticamente el cariñosísimo respaldo –síntoma ineludible de las excelentes relaciones latentes entre ambas instituciones- que patentizó la Real Academia de San Dionisio con respecto a la propia de San Fernando (la mencionada de San Romualdo) a través de la presencia de una comisión de académicos jerezanos en “este homenaje de andar por casa que se sabe cercano, sincero y de sobras justo”.
Intervino en primer lugar el presentador de José Carlos Fernández Moreno Marco Antonio Velo para indicar que “José Carlos Fernández –en razón a su almario, a su ideario, a su doctrinario- siempre me pareció un sembrador de las florecillas de San Francisco, un paradigmático ecualizador del noble arte de la cortesía, un dechado de don de gentes, un ignoto cimentador de los libros de etiqueta, un pulimentador del cristal mate de la alquimia personal. José Carlos Fernández Moreno es punto y seguido en el marchamo de la amistad. En el cuenco de su biografía no caben ni el lapsus calami ni la estridencia ni la extravagancia. Ni la andanada ni la astracanada. Ni la aporía ni la apología. Ni el panegírico ni tampoco el bulle bulle de la altivez o el comecome del auto-incienso ni la esquirla de un botafumeiro reverencial y sentenciador”.
Velo continuó definiendo a José Carlos según fragmentos extraídos de obras literarias como ‘Lituma en los Andes’ de Mario Vargas Llosa, ‘El jardín de las dudas’ de Fernando Savater, antología poética del doctor Letamendi, ‘Signo y viento de la hora’ de José María Pemán o ‘La lámpara maravillosa’ de Ramón María del Valle-Inclán. El jefe de Comunicación del Grupo Romero Caballero denominó a Fernández Moreno como así catalogara Carmen Riera al grupo catalán poético del 50: un partidario de la felicidad.
Seguidamente hizo uso de la palabra José Carlos Fernández Moscoso para adelantar que “como ustedes comprenderán, no es fácil hablar en público de un padre, porque la emoción embarga y porque además podría estar hablando aquí durante muchas horas”. No obstante supo Fernández Moscoso sintetizar los perfiles profesionales y éticos del autor de sus días. Subrayó su inquebrantable vocación periodística puesta de manifiesto no ya únicamente desde el matiz costumbrista –y dotado de una aguda capacidad de observación- de su antaño esperadísima galerada de artículos publicados en papel prensa sino, marcadamente, a partir del nacimiento, mantenimiento, florecimiento y liderazgo absoluto del periódico local San Fernando Información –de cuyo rotativo y de cuya cabecera José Carlos Fernández Moreno fue fundador y director durante la práctica totalidad de su existencia-.
También “quiero destacar de mi padre su estilo literario, netamente azoriniano, posiblemente porque se desprende de su propia personalidad: ordenado, perfeccionista, sencillo, trabajador”. Como apunte curioso aunque no por esta noble razón menos dotado de profundidad descriptiva, José Carlos (hijo) tuvo a bien escenificar gestualmente “el gran espectáculo que entraña ver a mi padre leer el periódico, cualquier periódico”. Asimismo el presidente de la Real Academia de San Dionisio Joaquín Ortiz Tardío tuvo palabras de felicitación y admiración por la persona y la trayectoria de la máxima autoridad de la Academia de la vecina localidad de San Fernando.
Sereno de formas, simpático de expresión, desbordante de empatía y certificando a cada instante una traslúcida virtud comunicativa frente al aforo, José Carlos Fernández Moreno confesó sentirse “complacido, feliz pero a la vez sorprendido” por el acontecimiento que, en su honor, se desarrolló en el salón de actos de la Escuela de Hostelería. José Carlos molturó un discurso henchido de remembranza y magnanimidad. Apuntes para la nostalgia e igualmente datos históricos de primer orden que valorizaban al alza la naturaleza idiosincrásica de tierras como Jerez, San Fernando o Cádiz.
Obligaciones con fecha de caducidad
José Carlos Fernández inició su exposición constatando un código de valor personal, una autoafirmación en el desapego a cargos que defectuosamente suelen considerarse de rango perpetúo. A este respecto dijo lo siguiente: “En este encuentro mío con todos ustedes, grato, amable, emotivo y en el que he puesto gran ilusión, voy a referir, muy de pasada, distintos aspectos de algunas de las actividades que he desarrollado a lo largo de mi vida. Comprobaran ustedes, por un lado, que no he tenido tiempo para aburrirme y, por otro, que he ido cambiando de actividad, de cargos y de ocupación laboral una vez transcurrido un plazo prudente de tiempo. A este respecto, he de justificar tal actitud apoyándome en dos razones muy principales: primero, cuando accedía a algún puesto o cargo de responsabilidad, lo primero que hacía era plantearme hasta cuando lo iba a ocupar y, segundo, siempre he considerado que existen determinados cometidos que llevan aparejados la creación, la ilusión, el reto…, y estos, condicionados simplemente por la condición humana, tienen fecha de caducidad y, poco a poco, van perdiendo fuelle y uno termina adocenándose, transformando el ímpetu inicial por la rutina, claudicando en su creación o su gestión, originando que sea la falta de voluntad y la escasez de energía quien tome posesión de nuestro espíritu. Ejemplos los vemos a diario en determinadas parcelas del mundo del arte, del diseño, de la gestión y, desde luego, de la política. Uno ha procurado no crearse demasiadas obligaciones y dependencias para, así, poder dar rienda suelta a ese espíritu inquieto que, unas veces me ha atormentado y otras me ha proporcionado extraordinarias satisfacciones y que, por otra parte, también me ha permitido decir en más de una ocasión, ‘mañana es el último día que vengo’, dando concesión así al ejercicio de mi impagable libertad”.
Fernández Moreno abordó a renglón seguido, y por espacio de cincuenta minutos, asuntos tan propios y propicios como “periodismo, literatura, teatro, gestión cultural, academias, nuestra tierra, libros, observación, sentimientos, en definitiva eso: sentimientos”. Extractamos a continuación algunos de los fragmentos de la ponencia de José Carlos Fernández:
- “Suelo decir que la vida está bien cuando se sabe qué hacer con ella. Yo sabía muy bien lo que quería hacer con ella, otra cosa es que dispusiera de las condiciones para llevar a cabo mis propósitos y la clara vocación que me empujaba a ello. La mayoría de las veces los medios para conseguir el sustento para el cuerpo discurren por vía paralela a aquellos otros que procuran el sustento del espíritu. Es ésta una lucha constante para la condición de determinado tipo de hombres y de mujeres. No obstante, en ambos casos, se encuentran los inteligentes o, tal vez, los habilidosos que, dada su sensibilidad, sueltan al viento todas las velas de su imaginación e inquietudes pero sin perder nunca de vista la costa, tributo al pragmatismo que condiciona tal navegación de cabotaje”.
- “Mi gusto por contar cosas, por escribir, me pudo siempre. Durante más de veinte años ejercí el periodismo. Como columnista, como redactor, como editorialista, como redactor jefe y, por último, como director. No voy a entrar en detalles porque en tal caso esto se transformaría en una lectura de mi currículo y ese no es el caso; digamos que toda esa labor se desarrolló principalmente en prensa escrita pero, también, en radio. En el ejercicio del periodismo se aprende muchísimo. La experiencia periodística es muy, muy útil para aquellos que, a su vez, nos dedicamos a la narrativa, a la novela. El periodismo ha sido herramienta decisoria en momentos sobresalientes de la historia de España. Todo ello a partir justo de un mes de noviembre de hace doscientos años, cuando en nuestra provincia, concretamente en la Real Isla de León (villa que posteriormente sería la ciudad de San Fernando) se decreta el día 10 de noviembre de 1810 la libertad de prensa y de imprenta. Toda una revolución para la época introducida por aquellas Cortes Constituyentes que, nada más reunirse por primera vez, promulgan que el poder reside en el pueblo, que la nación no es propiedad de ninguna familia, en clara alusión a la monarquía, que establece la separación de poderes y, en definitiva, la pluralidad política y la monarquía parlamentaria, acabando así con el antiguo Régimen”.
- “Ser director de un periódico local es más difícil que ser director de El País o El Mundo, porque a los directores de estos periódicos de tirada nacional casi nadie tiene acceso pero no así a los que hemos ejercido durante años de directores de cabeceras locales y además vivimos y estamos inmersos en la misma localidad. Es una aventura peligrosa y complicada, muy complicada a la vez que gratificante, muy gratificante”.
- “No fue el periodismo el que me descubrió esta hermosura de provincia que disfrutamos pero sí el que me ayudó muchísimo a profundizar en ella. En esta tierra rebosante de contrastes. Esos contrastes dieron lugar a que así, Contrastes, titulara una sección fija que tenía en el Diario de Cádiz y en la que escribía de las localidades de la sierra, de la campiña, del litoral, de la Janda, de sus costumbres, de su lenguaje, de sus fiestas, de sus gentes (…)Diez años me llevé escribiendo de esta tierra de contrastes. De esta tierra de historia y de leyendas. De esta tierra de María Santísima. Y a propósito de Santa María, fíjense ustedes, Gutiérrez de la Concepción estaba emperrado en que la Virgen descendía por línea directa y judía de mujer gaditana, así lo expresa en su libro “Cádiz Ilustrada”. En tal caso no andaba muy descaminada la abuela de Medina Sidonia, que rezaba el rosario diciendo: “Santa María, Señora y pariente mía… En aquella sección titulada “Contrastes” escribí de Setenil y sus braseros con chimenea en las puertas de la calle; de Los Caños, cuando era una aldehuela sin luz eléctrica ni agua corriente y hasta de un supuesto fantasma que, en una montura, cabalgaba por las noches a lo largo de la playa envuelto en largos ropajes blancos; del último viaje que en 1985 realizó el tren que cubría la línea El Puerto de Santa María - Sanlucar de Barrameda, aquel tren que, junto con el “corto de Jerez”, fue de los más populares de nuestra provincia, tren de pasajeros llevando del brazo rechonchas hueveras de alambre, tren de cajillos de frutas, canastos, talegas y lepantos marineros; de Grazalema, esa perla de la sierra acunada entre los montes del Endrinal, cuando ya hace cerca de treinta años le otorgaron el Segundo Premio Nacional de Turismo; del Corpus de Zahara y de El Gastor; de remembranzas de aquellos tiempos de quinqué y tarlatana en que casi todo se pregonaba por las calles: la paja para los jergones, los barquillitos de canela, los caracoles, las caballas, los helados, la yerbabuena, los higos chumbos y hasta el cambio de botellas por globos…, de los belenes jerezanos, mencionando, entonces, al de “Los amigos del cañizo”, “Los cien”, el de la Amargura, La Salle, siempre sorpresivo y sirviéndome para retroceder a aquellos años de mediados de siglo cuando se empleaba el papel arrugado para construir las montañas, cuando los ríos se simulaban con papel de plata de las tabletas de chocolate, cuando el castillo de Herodes era sustentado en alto por los tomos de las enciclopedias de animales y plantas, que nadie leía y que sólo con tal misión abandonaban su quietud polvorienta mantenida a lo largo de todo el año en las estanterías. También de la Esperanza de la Yedra jerezana, o del mercadillo, que tuvo su primitivo origen en la calle Belén y en torno a San Dionisio; o del escándalo que formó una pitonisa, paisana nuestra, cuando vaticinó en diciembre de 1984 que el número del gordo de la Lotería de Navidad sería el 17.653, noticia que fue divulgada por todos los medios nacionales convirtiendo ese número en el más buscado de España. Aquellos artículos merecieron que el autor Enrique Villegas, al que no tenía el gusto de conocer, me dedicara un pasodoble en su comparsa del año 1986, alabando mi dedicación y promoción de la provincia y el espíritu de unión entre todas sus localidades que yo propugnaba”.
- “Entre otras responsabilidades de aquella etapa, me correspondía la del Museo Histórico Municipal y la de las Bibliotecas, también, municipales. Los usuarios lectores de las bibliotecas rara vez protestaban o reclamaban alguna cosa, todo lo contrario que los estudiantes que, a cada momento, se presentaban en mi despacho, comisionados, para hacerme saber que había poco espacio, que el horario de apertura era muy reducido, que no existía luz suficiente, que hacía frío, que hacía calor… En muchos casos no les faltaba razón pero, los recursos existentes eran los que eran y no daban para más. Yo los atendía, les prometía cercanas mejoras que, en algunos casos, llegaron, y terminaba contándoles en qué condiciones estudiamos los jóvenes de la postguerra, muchas veces a la luz de una vela debido a las frecuentes restricciones de electricidad, con guantes de lana debido al frío que nos provocaba sabañones, tomando siento en sillones de madera nada anatómicos…, que, para tomar un café que nos entonara había que encender una hornilla con picón y carbón…, ellos, lejos de aumentar sus protestas mostraban curiosidad, casi no creyéndome, y yo les decía que lo que tenían que hacer era “empollar” término que, como sabemos, es empleado como sinónimo de estudiar y que procede de los tiempos de aquellos tunos que perpetuara Quevedo en sus obras, vestidos de negro con encaje de lechuguilla en el cuello, vuelilllos en los puños y el paletoque sobre el hombro -que es la capa adornada de cintas de colores que ha llegado hasta nuestros días- entonces, retrocedía aún más en el tiempo y les relataba que la voz fue acuñada ante la vista de aquellos estudiantes sentados en el suelo, al calorcito del sol, envueltos totalmente en su capa negra de la que únicamente salía la mano que sujetaba el libro y que ofrecían una imagen muy semejante a la postura de la gallina que empolla sus huevos”.
Al término del acto, y por gentileza de Catering Las Vides, se ofreció un aperitivo y un jerez de honor.
Adjuntamos fotografía en la que figuran, de izquierda a derecha, Marco A. Velo (jefe de Comunicación y Gestión Cultural del Grupo Romero Caballero), el editor, escritor y periodista y presidente de la Real Academia de San Romualdo José Carlos Fernández Moreno, el presidente de la Real Academia de San Dionisio Joaquín Ortiz Tardío y el periodista José Carlos Fernández Moscoso.
Marco A. Velo
Departamento de Comunicación Grupo Romero Caballero
marcoantoniovelo@yahoo.es , comunicacion@escuelahosteleriajerez.net
605944111
El escritor y periodista José Carlos Fernández Moreno recibe un emotivo homenaje en la Escuela de Hostelería de Jerez
El también editor, gestor cultural y presidente de la Real Academia de San Romualdo dijo sentirse “abrumado, feliz y desbordado por cuanto esta noche hemos vivido aquí” - Asistió a dicho tributo una comisión de académicos de la jerezana Real Academia de San Dionisio encabezada por su presidente Joaquín Ortiz Tardío
Acto emotivo, ameno y (con creces) merecido donde los haya. El homenaje que -promovido por el Grupo Romero Caballero- recibiera el pasado jueves noche el periodista, editor, escritor, gestor cultural y presidente de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes José Carlos Fernández Moreno constituyó todo un acto de justicia en el tiempo, a la par que una aglutinación de pareceres unánimes a favor de tan renombrado e ininterrumpidamente apreciado hombre de la cultura con letras mayúsculas. El homenajeado aseguró sentirse “tan encantado como sorprendido y desbordado por cuanto esta noche hemos vivido aquí. Sinceramente no me lo esperaba”.
Integraron la mesa presidencial del acto, además del protagonista de la sesión, el presidente de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras Joaquín Ortiz Tardío, el jefe de Comunicación y Gestión Cultural del Grupo Romero Caballero Marco A. Velo y el propio hijo del agasajado José Carlos Fernández Moscoso. Cabe mencionar apriorísticamente el cariñosísimo respaldo –síntoma ineludible de las excelentes relaciones latentes entre ambas instituciones- que patentizó la Real Academia de San Dionisio con respecto a la propia de San Fernando (la mencionada de San Romualdo) a través de la presencia de una comisión de académicos jerezanos en “este homenaje de andar por casa que se sabe cercano, sincero y de sobras justo”.
Intervino en primer lugar el presentador de José Carlos Fernández Moreno Marco Antonio Velo para indicar que “José Carlos Fernández –en razón a su almario, a su ideario, a su doctrinario- siempre me pareció un sembrador de las florecillas de San Francisco, un paradigmático ecualizador del noble arte de la cortesía, un dechado de don de gentes, un ignoto cimentador de los libros de etiqueta, un pulimentador del cristal mate de la alquimia personal. José Carlos Fernández Moreno es punto y seguido en el marchamo de la amistad. En el cuenco de su biografía no caben ni el lapsus calami ni la estridencia ni la extravagancia. Ni la andanada ni la astracanada. Ni la aporía ni la apología. Ni el panegírico ni tampoco el bulle bulle de la altivez o el comecome del auto-incienso ni la esquirla de un botafumeiro reverencial y sentenciador”.
Velo continuó definiendo a José Carlos según fragmentos extraídos de obras literarias como ‘Lituma en los Andes’ de Mario Vargas Llosa, ‘El jardín de las dudas’ de Fernando Savater, antología poética del doctor Letamendi, ‘Signo y viento de la hora’ de José María Pemán o ‘La lámpara maravillosa’ de Ramón María del Valle-Inclán. El jefe de Comunicación del Grupo Romero Caballero denominó a Fernández Moreno como así catalogara Carmen Riera al grupo catalán poético del 50: un partidario de la felicidad.
Seguidamente hizo uso de la palabra José Carlos Fernández Moscoso para adelantar que “como ustedes comprenderán, no es fácil hablar en público de un padre, porque la emoción embarga y porque además podría estar hablando aquí durante muchas horas”. No obstante supo Fernández Moscoso sintetizar los perfiles profesionales y éticos del autor de sus días. Subrayó su inquebrantable vocación periodística puesta de manifiesto no ya únicamente desde el matiz costumbrista –y dotado de una aguda capacidad de observación- de su antaño esperadísima galerada de artículos publicados en papel prensa sino, marcadamente, a partir del nacimiento, mantenimiento, florecimiento y liderazgo absoluto del periódico local San Fernando Información –de cuyo rotativo y de cuya cabecera José Carlos Fernández Moreno fue fundador y director durante la práctica totalidad de su existencia-.
También “quiero destacar de mi padre su estilo literario, netamente azoriniano, posiblemente porque se desprende de su propia personalidad: ordenado, perfeccionista, sencillo, trabajador”. Como apunte curioso aunque no por esta noble razón menos dotado de profundidad descriptiva, José Carlos (hijo) tuvo a bien escenificar gestualmente “el gran espectáculo que entraña ver a mi padre leer el periódico, cualquier periódico”. Asimismo el presidente de la Real Academia de San Dionisio Joaquín Ortiz Tardío tuvo palabras de felicitación y admiración por la persona y la trayectoria de la máxima autoridad de la Academia de la vecina localidad de San Fernando.
Sereno de formas, simpático de expresión, desbordante de empatía y certificando a cada instante una traslúcida virtud comunicativa frente al aforo, José Carlos Fernández Moreno confesó sentirse “complacido, feliz pero a la vez sorprendido” por el acontecimiento que, en su honor, se desarrolló en el salón de actos de la Escuela de Hostelería. José Carlos molturó un discurso henchido de remembranza y magnanimidad. Apuntes para la nostalgia e igualmente datos históricos de primer orden que valorizaban al alza la naturaleza idiosincrásica de tierras como Jerez, San Fernando o Cádiz.
Obligaciones con fecha de caducidad
José Carlos Fernández inició su exposición constatando un código de valor personal, una autoafirmación en el desapego a cargos que defectuosamente suelen considerarse de rango perpetúo. A este respecto dijo lo siguiente: “En este encuentro mío con todos ustedes, grato, amable, emotivo y en el que he puesto gran ilusión, voy a referir, muy de pasada, distintos aspectos de algunas de las actividades que he desarrollado a lo largo de mi vida. Comprobaran ustedes, por un lado, que no he tenido tiempo para aburrirme y, por otro, que he ido cambiando de actividad, de cargos y de ocupación laboral una vez transcurrido un plazo prudente de tiempo. A este respecto, he de justificar tal actitud apoyándome en dos razones muy principales: primero, cuando accedía a algún puesto o cargo de responsabilidad, lo primero que hacía era plantearme hasta cuando lo iba a ocupar y, segundo, siempre he considerado que existen determinados cometidos que llevan aparejados la creación, la ilusión, el reto…, y estos, condicionados simplemente por la condición humana, tienen fecha de caducidad y, poco a poco, van perdiendo fuelle y uno termina adocenándose, transformando el ímpetu inicial por la rutina, claudicando en su creación o su gestión, originando que sea la falta de voluntad y la escasez de energía quien tome posesión de nuestro espíritu. Ejemplos los vemos a diario en determinadas parcelas del mundo del arte, del diseño, de la gestión y, desde luego, de la política. Uno ha procurado no crearse demasiadas obligaciones y dependencias para, así, poder dar rienda suelta a ese espíritu inquieto que, unas veces me ha atormentado y otras me ha proporcionado extraordinarias satisfacciones y que, por otra parte, también me ha permitido decir en más de una ocasión, ‘mañana es el último día que vengo’, dando concesión así al ejercicio de mi impagable libertad”.
Fernández Moreno abordó a renglón seguido, y por espacio de cincuenta minutos, asuntos tan propios y propicios como “periodismo, literatura, teatro, gestión cultural, academias, nuestra tierra, libros, observación, sentimientos, en definitiva eso: sentimientos”. Extractamos a continuación algunos de los fragmentos de la ponencia de José Carlos Fernández:
- “Suelo decir que la vida está bien cuando se sabe qué hacer con ella. Yo sabía muy bien lo que quería hacer con ella, otra cosa es que dispusiera de las condiciones para llevar a cabo mis propósitos y la clara vocación que me empujaba a ello. La mayoría de las veces los medios para conseguir el sustento para el cuerpo discurren por vía paralela a aquellos otros que procuran el sustento del espíritu. Es ésta una lucha constante para la condición de determinado tipo de hombres y de mujeres. No obstante, en ambos casos, se encuentran los inteligentes o, tal vez, los habilidosos que, dada su sensibilidad, sueltan al viento todas las velas de su imaginación e inquietudes pero sin perder nunca de vista la costa, tributo al pragmatismo que condiciona tal navegación de cabotaje”.
- “Mi gusto por contar cosas, por escribir, me pudo siempre. Durante más de veinte años ejercí el periodismo. Como columnista, como redactor, como editorialista, como redactor jefe y, por último, como director. No voy a entrar en detalles porque en tal caso esto se transformaría en una lectura de mi currículo y ese no es el caso; digamos que toda esa labor se desarrolló principalmente en prensa escrita pero, también, en radio. En el ejercicio del periodismo se aprende muchísimo. La experiencia periodística es muy, muy útil para aquellos que, a su vez, nos dedicamos a la narrativa, a la novela. El periodismo ha sido herramienta decisoria en momentos sobresalientes de la historia de España. Todo ello a partir justo de un mes de noviembre de hace doscientos años, cuando en nuestra provincia, concretamente en la Real Isla de León (villa que posteriormente sería la ciudad de San Fernando) se decreta el día 10 de noviembre de 1810 la libertad de prensa y de imprenta. Toda una revolución para la época introducida por aquellas Cortes Constituyentes que, nada más reunirse por primera vez, promulgan que el poder reside en el pueblo, que la nación no es propiedad de ninguna familia, en clara alusión a la monarquía, que establece la separación de poderes y, en definitiva, la pluralidad política y la monarquía parlamentaria, acabando así con el antiguo Régimen”.
- “Ser director de un periódico local es más difícil que ser director de El País o El Mundo, porque a los directores de estos periódicos de tirada nacional casi nadie tiene acceso pero no así a los que hemos ejercido durante años de directores de cabeceras locales y además vivimos y estamos inmersos en la misma localidad. Es una aventura peligrosa y complicada, muy complicada a la vez que gratificante, muy gratificante”.
- “No fue el periodismo el que me descubrió esta hermosura de provincia que disfrutamos pero sí el que me ayudó muchísimo a profundizar en ella. En esta tierra rebosante de contrastes. Esos contrastes dieron lugar a que así, Contrastes, titulara una sección fija que tenía en el Diario de Cádiz y en la que escribía de las localidades de la sierra, de la campiña, del litoral, de la Janda, de sus costumbres, de su lenguaje, de sus fiestas, de sus gentes (…)Diez años me llevé escribiendo de esta tierra de contrastes. De esta tierra de historia y de leyendas. De esta tierra de María Santísima. Y a propósito de Santa María, fíjense ustedes, Gutiérrez de la Concepción estaba emperrado en que la Virgen descendía por línea directa y judía de mujer gaditana, así lo expresa en su libro “Cádiz Ilustrada”. En tal caso no andaba muy descaminada la abuela de Medina Sidonia, que rezaba el rosario diciendo: “Santa María, Señora y pariente mía… En aquella sección titulada “Contrastes” escribí de Setenil y sus braseros con chimenea en las puertas de la calle; de Los Caños, cuando era una aldehuela sin luz eléctrica ni agua corriente y hasta de un supuesto fantasma que, en una montura, cabalgaba por las noches a lo largo de la playa envuelto en largos ropajes blancos; del último viaje que en 1985 realizó el tren que cubría la línea El Puerto de Santa María - Sanlucar de Barrameda, aquel tren que, junto con el “corto de Jerez”, fue de los más populares de nuestra provincia, tren de pasajeros llevando del brazo rechonchas hueveras de alambre, tren de cajillos de frutas, canastos, talegas y lepantos marineros; de Grazalema, esa perla de la sierra acunada entre los montes del Endrinal, cuando ya hace cerca de treinta años le otorgaron el Segundo Premio Nacional de Turismo; del Corpus de Zahara y de El Gastor; de remembranzas de aquellos tiempos de quinqué y tarlatana en que casi todo se pregonaba por las calles: la paja para los jergones, los barquillitos de canela, los caracoles, las caballas, los helados, la yerbabuena, los higos chumbos y hasta el cambio de botellas por globos…, de los belenes jerezanos, mencionando, entonces, al de “Los amigos del cañizo”, “Los cien”, el de la Amargura, La Salle, siempre sorpresivo y sirviéndome para retroceder a aquellos años de mediados de siglo cuando se empleaba el papel arrugado para construir las montañas, cuando los ríos se simulaban con papel de plata de las tabletas de chocolate, cuando el castillo de Herodes era sustentado en alto por los tomos de las enciclopedias de animales y plantas, que nadie leía y que sólo con tal misión abandonaban su quietud polvorienta mantenida a lo largo de todo el año en las estanterías. También de la Esperanza de la Yedra jerezana, o del mercadillo, que tuvo su primitivo origen en la calle Belén y en torno a San Dionisio; o del escándalo que formó una pitonisa, paisana nuestra, cuando vaticinó en diciembre de 1984 que el número del gordo de la Lotería de Navidad sería el 17.653, noticia que fue divulgada por todos los medios nacionales convirtiendo ese número en el más buscado de España. Aquellos artículos merecieron que el autor Enrique Villegas, al que no tenía el gusto de conocer, me dedicara un pasodoble en su comparsa del año 1986, alabando mi dedicación y promoción de la provincia y el espíritu de unión entre todas sus localidades que yo propugnaba”.
- “Entre otras responsabilidades de aquella etapa, me correspondía la del Museo Histórico Municipal y la de las Bibliotecas, también, municipales. Los usuarios lectores de las bibliotecas rara vez protestaban o reclamaban alguna cosa, todo lo contrario que los estudiantes que, a cada momento, se presentaban en mi despacho, comisionados, para hacerme saber que había poco espacio, que el horario de apertura era muy reducido, que no existía luz suficiente, que hacía frío, que hacía calor… En muchos casos no les faltaba razón pero, los recursos existentes eran los que eran y no daban para más. Yo los atendía, les prometía cercanas mejoras que, en algunos casos, llegaron, y terminaba contándoles en qué condiciones estudiamos los jóvenes de la postguerra, muchas veces a la luz de una vela debido a las frecuentes restricciones de electricidad, con guantes de lana debido al frío que nos provocaba sabañones, tomando siento en sillones de madera nada anatómicos…, que, para tomar un café que nos entonara había que encender una hornilla con picón y carbón…, ellos, lejos de aumentar sus protestas mostraban curiosidad, casi no creyéndome, y yo les decía que lo que tenían que hacer era “empollar” término que, como sabemos, es empleado como sinónimo de estudiar y que procede de los tiempos de aquellos tunos que perpetuara Quevedo en sus obras, vestidos de negro con encaje de lechuguilla en el cuello, vuelilllos en los puños y el paletoque sobre el hombro -que es la capa adornada de cintas de colores que ha llegado hasta nuestros días- entonces, retrocedía aún más en el tiempo y les relataba que la voz fue acuñada ante la vista de aquellos estudiantes sentados en el suelo, al calorcito del sol, envueltos totalmente en su capa negra de la que únicamente salía la mano que sujetaba el libro y que ofrecían una imagen muy semejante a la postura de la gallina que empolla sus huevos”.
Al término del acto, y por gentileza de Catering Las Vides, se ofreció un aperitivo y un jerez de honor.
Adjuntamos fotografía en la que figuran, de izquierda a derecha, Marco A. Velo (jefe de Comunicación y Gestión Cultural del Grupo Romero Caballero), el editor, escritor y periodista y presidente de la Real Academia de San Romualdo José Carlos Fernández Moreno, el presidente de la Real Academia de San Dionisio Joaquín Ortiz Tardío y el periodista José Carlos Fernández Moscoso.
Marco A. Velo
Departamento de Comunicación Grupo Romero Caballero
marcoantoniovelo@yahoo.es , comunicacion@escuelahosteleriajerez.net
605944111