Violines que dan nombre a lo innombrable

Prodigioso concierto ofrecido por los jóvenes músicos profesionales de la Orquesta Álvarez Beigbeder en la Escuela de Hostelería

El público dedicó una atronadora ovación a quienes elevaron la música a la enésima potencia del arte en estado de gracia


Rompieron moldes, rompieron la pana, rompieron una lanza a favor de la música elevada a la enésima potencia de su universalidad, rompieron todas las balanzas de los asombros favorables. Estos jóvenes músicos –tan serenos, tan doctos, tan probos, tan preclaros- pertenecen ya a la órbita de los elegidos –a la esfera de los diamantinos seres de lejanías que proclamara Heidegger, al sanctasanctórum del Olimpo de los pentagramas, a la órbita de lo inacostumbrado, a la cofradía de la excelencia-. La Orquesta Maestro Álvarez Beigbeder ofreció el pasado miércoles en la Escuela de Hostelería un concierto de los que –por los flujos y los influjos de su mismidad, de su amenidad, de su imperturbabilidad, de su invulnerabilidad- marcan época. Cuanto allí sucedió corresponde de lleno a las actas de la fascinación, del embebecimiento, a las témperas de una admiración irresoluta e indomable que el público únicamente pudo corresponder con la atronadora ovación, con la mayoría absoluta de la aclamación a modo de respuesta manifiesta, unánime e inequívoca.

Arte en estado de gracia, canela en rama, terreno abonado, escalera de color. Escuchándolos, observándolos, sumergiéndonos en el troquel de su cromática profesionalidad, no podemos por menos que recalcar a ojos vistas la aseveración del acreditado compositor estadounidense Leonard Bernstein: “La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido”. Posiblemente lo innombrable aterrizara en los cuencos de este concierto desde el minuto cero de su despegue, del ábrete sésamo de su cadenciosa alfa. Porque no bastan las palabras para aproximarnos grosso modo a la envoltura (de armonía y traslación, de rasga y aprehensión) que el seductor lenguaje de los violines cronometró en el gozo de la concurrencia. Hubo interrelación, comunicación, adscripción. Ni siquiera el mal tiempo -la lluvia, el frío- restó respaldo a la convocatoria.

Comoquiera que la audiencia, que el aforo, que el auditorio quedó estupefacto, y entonces y sólo entonces la crítica del espectáculo cobraría toda la soldadura de su comprensión, nos limitaremos a consignar -¡e incluso a demandar!- la necesaria ayuda institucional que de por sí merece esta orquesta de sobras dignísima en su titularidad jerezana. ¡Menudos embajadores de tomo y lomo! La programación cultural de la Temporada 2010-2011 del Grupo Romero Caballero ha apostado fortísimamente por la música clásica. A las pruebas nos remitimos. El clímax del metamorfoseado estado de ánimo, el auge del reconocimiento tácito se fundió, al término del acto, con el espontáneo comentario de un espectador de veras agradecido: “Cuanto hemos visto aquí tiene que estar forzosamente canalizado por un determinismo divino”.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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