Un poeta de fuste



Fernando de Villena es un poeta de fuste. Subvierte el valor del hastío en pellizcos de tolerancia. Reduce a garlitos de chatarra la hemeroteca del ritmo a cincel, a granel, tan del uso y del abuso de los poetas desprovistos del título de tales. Frente a quienes podan nuestra habla, reduciéndola a la poquedad de la mínima expresión, subsisten obras como la de Fernando de Villena: su platónico matrimonio con los adjetivos, con los conceptos, con la sintaxis.

En la pizarra de su verso “Escribir” he podido leer esta susurrante confesión definitiva:

“Con la constancia de este mar antiguo
hacia la rubia orilla,
escribir hasta el fin es mi destino.
No es mejor ni peor que el de vosotros
y me llena de goce,
pues tengo la ilusión
-aunque sea engañosa-
de retener el halo de los días,
un poco del dolor o la belleza
que conforman el mundo,
su tragedia y su grande maravilla.

Escribir hasta el fin…
No sé hacer nada más”.

(En la imagen aparezco junto al citado Fernando de Villena y los poetas Dolors Alberola y Domingo F. Faílde)

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