Vísteme despacio que llevo prisa

Vísteme despacio que llevo prisa. Precisamente por semejante vaivén, por el frenesí diario, por el didascálico ritmo cotidiano, uno deja en el tintero de las carpetas de archivo algún que otro discurso esbozado en pro de ponentes, contertulios o conferenciantes nada corrientes ni molientes. ¿Debemos publicar todo cuanto escribimos? Para mí tengo que sí (siquiera sea atendiendo a la máxima periodística que otorga inexistencia sobre aquello que no se conoce). Máxime cuando el espacio cibernético deja carpa libre, campo ancho y carta blanca para los tecleos y otros escarceos. Os dejo en esta siempre titubeante mañana de sábado las palabras de introito que emborroné a modo de presentación del camarada José Luis Jiménez durante cualquier recentísima charla al amparo del barril de amontillado de Allan Poe. Dice así:
...
Si el número de palabras brotara directamente proporcional a las cuñas de afectos que este presentador siente y a menudo presiente por nuestro invitado de hoy, entonces no habría lugar ni a la brevedad, ni a la parquedad ni tampoco a la poquedad descriptiva. Es decir: me extendería en demasía y aun así siempre pecando por defecto. Lo que dice mucho a favor del ponente sentado ahora a mi costadillo derecho y muy poco de mi indolente capacidad de síntesis. Por consiguiente no me subiré a los ramales ni a los ramajes de las glosas arborescentes ni bajaré –de súbito- por el tobogán de la precipitación.
Un introductor debe ser –cuanto menos y por encima de cualquier otra tendencia- breve, conciso, lacónico y sucinto.

Aunque las sinrazones de la amistad manejan argumentaciones que a veces la objetividad ni templa ni contempla, o quizá precisamente por semejante paradoja, hoy me topo de bruces con ese ejemplo de presentaciones cuya exégesis no puede desasirse ni desligarse de la apología con perfiles de aparente panegírico. O de la loa difusa y confusa según los vítores, los quiebros y los requiebros de los afectos personales y no adrede personalizados. Entiéndame: es difícil hablar del amigo que honestamente consideras virtuoso. De ahí que –a riesgo de precipitarme por la cuneta del pronto elogio, de la descripción en apariencia jactanciosa o de la verbosidad con ínfulas de compadreo- me someto ipso facto (como un saltimbanqui presuroso y por veces osado) a saltar sin miramientos por el hilo nunca fallido de la adjetivación. Más vale un ramillete de adjetivos que toda una honra pretendidamente objetiva. Por ende –y saltándome a la torera el rigor de la introducción curricular al uso- permitidme abocetar la envergadura intelectual y cultural de José Luis Jiménez con el sincretismo y hasta con el secretismo de la siguiente hilera de calificaciones. A saber:
- Académico
- Cinéfilo
- Investigador
- Selecto y selectivo
- Lector
- Humano y Humanista
- Alto pero no altivo
- Dialogante
- Reivindicador
- Altruista
- Viajero
- Ortodoxo según qué y heterodoxo según lo contrario
- Polivalente de cuando en vez y ambivalente de vez en cuando
- Localista pero no chovinista
- Escribiente más que escritor
- Compilador, acumulador, condensador de objetos perdidos y de etiquetas jerezanísimas
- Orientado frente a su horizonte vital
- Y desorientado –espacialmente-, muy desorientado y hasta despistado, cuando conduce su persistente coche (sobre el cuatro ruedas, y agarrado al volante, José Luis suele perderse en un metro cuadrado)
- Shakesperiano empedernido = chespiriano
- Nunca da la espalda pese a venir de vuelta de tantas carretas y carretones
- Bibliotecario antaño, visionario hogaño
- Gustador de helados, de doradas a la espalda y de salmorejo en su punto.
- Inglés de adopción.
- Defensor de calles con nombres propios.
- Coleccionista de fotogramas con sabor a Xerez.
- Paciente en su impaciencia.
- Anárquico y au-tárquico
- Compañero, hermano, confidente.

Hoy nos hablará con mano diestra del barril del amontillado y de Allan Poe. En el fondo e inclusive en la forma tratará sobre sí mismo. Porque José Luis subyace en sus vocaciones, en sus ilusiones y en sus aficiones. Nosotros –él y yo- seguimos compartiendo –así truene y así retumbe los estertores del tiempo- una misma vocación, una misma ilusión y una misma afición: aquella que mantiene vivita y coleando la llama de nuestra siempre entera y verdadera amistad. Muchas gracias.

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