Don Fernando Rueda







Ortodoxo y muy como Dios manda. Don Fernando murió con las botas puestas. Botas de montar la caballería de la vocación intrínseca en el pleno ejercicio de su labor diaria. Puntilloso y exhaustivo. Sacerdote a la antigua usanza en cuanto a la concepción sin ambages ni paliativos ni dubitaciones ni regateos a las oscilaciones ambientales de la modernidad. Ejercía su apostolado destilando una seriedad francamente indestructible. Figura que ahora llamea desde el centro de la escritura. Aparentaba severidad personal cuando a decir verdad su hieratismo sólo formaba parte de la pose necesaria para conservar incólume el mensaje de Cristo. Bien pudiera catalogarse como un aguerrido defensor de la Iglesia. Seguro en sus convicciones doctrinales como legionario de la verdad.
_____Don Fernando silueteaba sobre sí la clasicota estampa del cura de pueblo, siempre avanzando en el bamboleo solemne de una sotana que movía sus faldones como respondiendo al dulce son de las bambalinas del paso del tiempo. Manos cruzadas hacia atrás como prendidas por la sabiduría de la vejez, barrigota hacia delante como hinchada por las tragaderas del tesón y la autodisciplina. Sus andares poseían el ritmo acompasado de quienes pisan sobre la pisada de un costero a costero servicial y Cireneo. En Miguel Puyol Vargas, penúltimo hermano mayor de Loreto y entonces y aún todavía presidente del Consejo Parroquial de San Pedro, encontró don Fernando durante las recientes calendas el garante y la eficacia donde acodarse en cuestiones estrictamente organizativas. También humanas y humanitarias. Hombre de costumbres fijas y ademanes característicos. Gustaba don Fernando de viajar a modo de dueto indisoluble: a menudo don Fernando y don José eran una misma esencia estructurada en dos seres intiquitos. Luego me trasladaba las fotografías oportunas junto a unas notas escritas en su antigua Olivetti “para sacar algo en el periódico”.
_____Don Fernando estaba orgulloso de su época en las Viñas y –a qué negarlo- de su cincuentenario sacerdotal. “Tal día como hoy canté mi primera misa en…”. Don Fernando fue distinto por imprevisible o imprevisible por singular o singular por elegido o elegido por la dedocracia sagrada de Dios o todas las adjetivaciones centrifugadas a mayor limpieza de la gloria de Jesucristo. Testarudo y lacónico a veces y cómplice y bonachón la mayor de las ocasiones. Admiré en él la limpieza de su conciencia. Tenía un pronto que le traicionaba en un santiamén, como atadura a la roca del carácter impulsivo y temperamental. Pero la consecuencia inmediata de la reflexión arrojaba las gratificantes enseñanzas del arrepentimiento: conmovía sobremanera observar cómo su estatura física, su compilación de sabiduría y mansedumbre, solicitaba el perdón del prójimo.
_____Don Fernando estuvo lleno de esas legítimas razones que las mismas entendederas no terminan de soslayar. Peinaba una densa cabellera recortada a la cajeta, sonreía a través de la mirada y hablaba como a golpe de chapurreo. Grandote y ligeramente encorvado hacia el vértigo de sus propios postulados. Pasado de rosca de las mentiras del indiferentismo. Así como de don José Rodríguez Jiménez, el celebérrimo párroco de San Pedro de toda la remembranza del barrio de dicho nombre, así como de don José, decía, aprendí las acepciones del verbo dirimir, de don Fernando extraje la puntualización de la lasitud acoplada al mencionado indiferentismo.
_____Yo veo hoy a don Fernando en la nebulosa de los recuerdos. Y en orden retrospectivo visitando a mi padre adentrada la habitación 709 del Sanatorio San Juan Grande y junto a Teodoro durante la Misa del Gallo en el Santuario de la madrugada de la Nochebuena inédita y polvorones entre mascarillas de oxígeno y goteros de la esperanza. Yo atisbo a don Fernando cuando la luz del Viernes Santo recaía a la altura de Santo Domingo sobre una presidencia penitencial acogida de saludos, nazarenos de insignias repujadas en mano y la tiara y las llaves del cielo bajo el auspicio de una despedida con certidumbre de eternidad. Yo rescato a don Fernando regañando a los hermanos de Loreto en el día grande de su Función Principal de Instituto y releyendo las letras del boletín informativo como introito a los Cabildos Generales de la Cofradía. Yo miro a Don Fernando en la experiencia de sus párpados caídos y en la coherencia de su magisterio evangelizador. En el respeto que precisan las cosas del Altísimo. Yo descubriré mañana a don Fernando al ladito de su hermano José empujando la silla de su mismo apellido. Como el ángel de la guarda del ímpetu de la nostalgia…

...

Artículo publicado en Jerez Información el 24 de mayo de 2005

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL