Yo estuve en la Gran Final del Falla

Se cumplió con creces uno de mis antiguos sueños. Noche mágica donde las haya. El turbión de las relaciones sociales en todas las nomenclaturas de la amistad. Ningún derecho de pernada: tan sólo el guiño privilegiado de una serie de concatenaciones circunstanciales cuyo disparadero hizo posible la asistencia. Estuve –sí- en la Gran Final del Falla. En uno de los palcos más próximos a las tablas, al escenario, al estallido de papelillos y voces corales del Templo de los Ladrillos Colorados. Nos lo pasamos en grande: la ocasión era única, la ocasión la pintaban calva, la ocasión parecía emergente de la hipnosis de la alegría. Allí saludé a propios y extraños (quienes, a los cinco minutos, ya eran camaradas de risotadas y brazos sobre el hombro). Densidad de periodismo cantado. De reencuentro con el tiempo ido (aunque febrerillo con tomati apresa dócilmente las manillas de todos los relojes y nos extrapola sin miramientos a la avalancha del ayer). El patio de butacas de bote en bote, los palcos a rebosar, el gallinero saltando al unísono, la compenetración inalterable –por confidencial y pública- entre el auditorio y los artistas. Todos, en suma, lo son: los chirigoteros, ah esos contraltos de comparsas como –verbigracia- Ciudadano Zero, los vozarrones (a modo de torrentera de los cielos de Cádiz) del coro Amanecer, la afinación de Los duendes coloraos, la gracia natural de Los puretas del Caribe… Charlamos codo con codo con Manolito Santander, con Manu Sánchez, con Pablo Carbonell, con Modesto Barragán y Enrique Gallego, con Los del Río… Ni puedo ni debo publicar hoy todas las fotografías pues pertenecen a una próxima publicación de La Sacristía (mi sección de crónica social cuasi diaria –de martes a sábado- en el periódico La Voz). Pero sí la constatación de los hechos. Beso con unción admirativa la pantalla de mi BlackBerry Bold 9780. A las prestaciones de sus cámaras de vídeo y fotos de largos alcances debo la captación de innúmeros instantes. Recordar es volver a vivir e incluso a revivir lo no vivido: pues entonces imaginé a mis anchas –tirando del hilo de Penélope de la recreación infusa- cómo transcurrirían aquellas míticas noches de Falla de Paco Alba, Cañamaque, el Tío de la Tiza y compañía. Incluso algunas más recentísimas protagonizadas a pulso por el Peña (o don Mendo con todas sus mendas lerendas), el Masa (y su legendaria boda del siglo) o las sucesivas y sorpresivas comparsas de ambos Antonios (Martín y Martínez Ares). La Gran Final del Falla es Purga de Benito, mano de santo, el caos y el orden, Roma y Grecia, la Pepi y la Pepa, el pim y el pam, la medida de todos los cánones, el canon de todas las medidas, Puerta Tierra allá, el Mentidero acá, Fletilla y María la Hierbabuena (“ole mi Cádiz y lo digo a boca llena”), popurrí y tracatrán. Me susurran que miles de gaditanos, generaciones enteras, murieron sin haber podido ni de lejos disfrutar de la noche los cuchillos (¿largos?), del momento cenital de la fiesta, de la conjunción planetaria de un milagro hecho son y ritmo de estribillo, olor a burgaillos y textura de piedra ostionera. A mí favor dictaminaron esta vez los veredictos de Santa Catalina y San Sebastián. Por esta (ornamental) razón me siento doblemente honrado. Mi agradecimiento, de entrada, a Antonio –enhorabuena, amicus, por tu luminosa paternidad- , a Carlos, a José Luis… Y ya acallo el soniquete de la prosa, ya enmudezco la sintaxis, porque principia a subirse el telón de los recuerdos y una presentación a capela entona himnos de ahora, himnos de siempre, himnos de reivindicación y poesía…

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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