“Poco hay que añadir a una cofradía que es una delicia de ver pasar, con su claro cortejo desafiando las sombras del barrio de San Pedro”

Crónica textual del periodista José Vegazo en el periódico La Voz. Pie de foto: “Silencio Blanco. El cortejo de San Francisco, precioso, demostró una vez más su compromiso y serenidad”

Fuente: La Voz. Redacta: José Vegazo. Hacer una crónica de lo que ocurrió el pasado Viernes Santo, si lo analizamos en conjunto, puede resultar más complicado de lo que en principio parece. Porque la jornada comenzó con la noticia más sorprendente de la noche; hermandades clásicas y rigurosas como San Francisco o San Miguel confiaban en la fiabilidad de los partes meteorológicos, y salían a la calle aunque apenas unos minutos antes de la decisión estuviera chispeando en las calles de su feligresía. Y no se mojaron, mientras que hermandades como el Cristo, o la Esperanza de la Yedra tiraron de épica para volver a sus casas, convirtiendo de nuevo a los costaleros en héroes absolutos de la Semana Mayor.

El Viernes Santo fue fiel a lo que ha sido la Semana Santa, y entendamos el Viernes Santo desde que el Jueves Santo dio paso a la Noche de Jesús. Una lluvia sorprendente, formada en muchas ocasiones justo encima de la ciudad, lo que impedía la correcta localización por vientos y radares de la llegada de las precipitaciones a nuestra comarca. Lluvias tormentosas, por tanto, fuertes aguaceros, que dejaban paso minutos después al sol más radiante, el que iluminaba la cara del Cristo cuando salía de la ermita, por citar algún ejemplo concreto.

Esos cambios en la climatología han mantenido en vilo a muchas hermandades durante la semana, aunque el magnífico trabajo de todos los delegados de día del Consejo de hermandades ha facilitado, y de qué manera, la decisión de las hermandades. Decisiones rápidas, en muchos casos, perfectamente coordinadas, y siempre buscando el bien común de las cofradías que hacían su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral. El Viernes Santo no fue una excepción, quizá la jornada más complicada que se presentó en la Semana Santa. En todas las decisiones que tomaron las hermandades, el Consejo de Pedro Pérez estuvo apoyando y respaldando a los dirigentes de las corporaciones. Sin esta colaboración, y sin este apoyo, las cosas hubieran sido muy distintas.

Sin ese apoyo, y sin las predicciones del Consejo. Fiables en un altísimo porcentaje, las hermandades terminaron la Semana Santa con los ojos vendados, confiando plenamente en unas predicciones que en escasas ocasiones habían errado. Y de nuevo, acertaron de pleno. Mantuvieron que la Madrugá estaría clara hasta primera hora de la mañana, cuando un frente nuboso entraría en nuestra zona, complicando las previsiones. Las hermandades, pese a la llovizna que caía en San Miguel a eso de la una y media de la mañana, decidieron salir a la calle, y acertaron. Suerte quizá, pero acertaron, porque la Noche de Jesús fue clara y fría hasta que llegó la mañana de la Esperanza.

La cofradía del Santo Crucifijo lo tuvo claro desde el primer momento, haciendo gala de la seriedad a la que nos tiene acostumbrado. Salió veinte minutos más tarde de su horario previsto, para evitar las últimas gotas que habían caído a la hora prevista de salida, y recortó camino por Tornería, evitando de esa manera que la hermandad de San Francisco pudiera entorpecerle el regreso a casa si aparecían las temidas precipitaciones. No llegaron, y eso nos permitió disfrutar de una cofradía que se lo cree, que sabe cuáles son sus virtudes mejor que nadie. Nazarenos inertes, muertos bajo su túnica pese al frío polar que azotaba la ciudad en ese momento... Un cortejo rotundo, con más de 250 nazarenos que, sin ir especialmente pegados como ahora es criterio de casi todas las cofradías, acertaba en composición y distribución. Y dos pasos que son dos joyas. El Santo Crucifijo, sin potencias y sin corona por primera vez tras muchos años, caminaba con la solemnidad y elegancia que le caracterizan, mientras que Martín Gómez debutaba en el martillo de la Encarnación, consiguiendo que la dolorosa de San Miguel se paseara durante toda la Madrugá.

La Madrugá avanza


La Noche de Jesús iba avanzando sin especiales preocupaciones. La Yedra, que había salido algo más tarde también, recortaba minutos a sus relojes para llegar a tiempo a la presidencia del Arenal, lugar en el que en caso de haber algún retraso el problema sería grave por el tapón que originaría en el resto de cofradías que ya vuelven por Consistorio. Cumplió, con compromiso serio, la hermandad de la Esperanza, y ello permitió que todas las cofradías volvieran por Carpintería Baja, sin duda el enclave perfecto para ver la noche más larga del año. San Francisco hacía su recogía poco después de San Miguel, con Manuel Campos demostrando de nuevo sus dotes de capataz en el Señor de las Llagas, y los hermanos Vega Cabral haciendo lo propio en la Virgen de la Esperanza. Poco hay que añadir a una cofradía que es una delicia de ver pasar, con su claro cortejo desafiando las sombras del barrio de San Pedro. La lluvia, sin embargo, apareció. Y lo hizo justo cuando se la anunció, a primera hora de la mañana. Cuando el reloj marcaba las ocho y media de la mañana, un fuerte aguacero sorprendió a Nazareno, Buena Muerte y Esperanza de regreso a sus sedes canónicas. La épica, la leyenda, de nuevo caminaba agarrando fuerte la mano de la Semana Santa jerezana. La Esperanza llegó en tres chicotás desde la plaza del Arenal hasta la Plazuela, la Buena Muerte se encontraba cerrada la Victoria y tenía que correr hasta llegar a la Basílica de la Merced y el Nazareno hacía lo mismo que la cofradía de la Yedra, y resguardaba a salvo sus pasos en San Juan de Letrán a una velocidad de vértigo. Así terminaba una Madrugá de frío, mucho frío, que nos dejó ver algunos de sus detalles más íntimos, pero que terminó con un sabor de boca amargo.


El Viernes Santo

El Cristo indicó el camino al resto de hermandades, salvo a la Piedad. Pese a que los partes auguraban tiempo inestable toda la jornada, con riesgo alto de precipitaciones cuando cayera la noche, las cofradías decidieron hacer su estación de penitencia sin retraso alguno. La primera en darse cuenta de la gravedad de la situación fue la hermandad de la Soledad, que cuando llegó al palquillo decidió, con un criterio excelente, regresar por la Victoria. Todos aplaudieron la decisión de la cofradía de Alvaro de la Calle, que así garantizaba el patrimonio de la hermandad, y permitía a Jerez enamorarse de nuevo de la Soledad aunque fuera por unas horas. Brillante, rotundo, exquisito el acompañamiento musical de la cofradía, aunque mención especial merece el Nazareno de Rota, absolutamente integrada con la cuadrilla de un paso de palio que vibra con el sentimiento que Martín Gómez le imprime a la tarde del Viernes Santo jerezano.

Cristo y Exaltación tenían claro que la Catedral era su objetivo, y ambos lo lograron. El Cristo, tras analizar su recorrido de vuelta, decidió regresar a casa, y la lluvia le sorprendió cuando el Valle estaba en la Cruz Vieja. En apenas cinco minutos la corporación ya estaba recogida en la ermita, pero el aguacero fue severo con la corporación. Apenas un plástico sobre el manto pudo evitar imágenes inéditas para una hermandad que hasta el Viernes siempre presumió de que el Cristo podía con la lluvia. Lo hizo durante unas horas, pero no fue suficiente. El aplauso sincero de los presentes en la recogía marcaba por un lado el agradecimiento a una junta de gobierno valiente, que se la jugó y perdió en esta ocasión, y a una hermandad que reaccionó con solvencia a una tromba de agua incontrolable.

Loreto fue la gran beneficiada de la tarde. Pudo realizar sin mayores complicaciones su estación de penitencia, y mantuvo en todo momento ese aire clásico y romántico que la nueva túnico ha grabado en el corazón de sus nazarenos. La corporación recibió una leve llovizna cuando ya la cofradía estaba en San Pedro, y fue una prueba más de que a la hora de decidir si salir o no, tienen mucho que ver factores como recorridos e itinerarios, amén de las propias previsiones meteorológicas. Éxito rotundo de una hermandad que hasta hace poco no era valorada en Jerez, y que ahora es un dulce exquisito de la tarde del Viernes Santo.

Queda el plato final, porque las Viñas venía exultante por su barrio en la tarde del Viernes Santo, y así está previsto que regrese hoy desde la Catedral hasta las Viñas. Quienes garantizaban que en la Catedral no se quedaba nadie o mentían, o estaban equivocados, porque la hermandad de Juan de Dios Domouso encontró todas las facilidades en el primer templo jerezano. Que así sea siempre, por el bien de todos.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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