Necrológicas 2012 (I): Paco Valladares, Quique Camoiras y ‘Marquitos’










La necrológica es un género bifronte e incluso bicéfalo: suele asentarse en la doble simiente del muerto y de su eco social. Constituye una morrada: dos cabezas (la ya exangüe y la alusiva a la muchedumbre) que se chocan y entrechocan  a través de la letra impresa. Por veces en España los periódicos comienzan a leerse al contrario modo: primero las últimas páginas (que son creciente residencia de esquelas y reclamos mortuorios). El año 2012 –esa gañanía repoblada de enterramientos ilustres- ha cuajado un puñadito de obituarios no del todo previsibles. La muerte –como las noches poéticas del libro postrero de Bonald- tampoco tiene paredes. De modo que resulta difícil esquivarla al canto. Nadie procure embravecerse frente a la señora de la Parca: cualquier intentona recaerá sobre los segmentos de la nada. Recordemos a quienes tocaron el cielo con las manos de su existencia y ahora –¡cosas del continuum de la naturaleza!- escalonadamente zapatean los férricos trechos de la eternidad. Son los idos en 2012.
Paco Valladares: Un cómico que se tomó la vida muy en serio. El último rapsoda de la villa y la corte de Gárgoris y Habidis. Se despachó a gusto frente a las cámaras de la televisión porque desplegaba a sus enteras anchas la naturalidad de la improvisación. ¿O la improvisación de la naturalidad? Ajustaba el guión de su papel a la escaleta de conjunto (pero tan sólo con fines escénicos: pronto desamarraba el encorsetamiento de la palabra recitada con los tientos del chascarrillo, del ademán pintoresco, del chiste expresivo). Fue un elegantísimo arlequín de nudo de corbata que bailaba –a saltitos acompasados- por las translúcidas sinfonías de lo cotidiano. Desparramó sin infusiones su gracia natural. Su congénita costumbre de la ocurrencia. Paco Valladares evidenciaba la versatilidad de una capacidad interpretativa de expresión clara y modulada. Su voz ocupa ahora un delgadísimo lugar de privilegio –jamás a remolque de ningún casposo anacronismo- en mi biblioteca personal epilogando en formato CD el libro de Antonio Burgos ‘Rapsodia española, antología de la poesía popular’. En mala hora la enfermedad se cebó con sus gongorismos de pelo rizado.
Quique Camoiras: Ya quedaban pocos exponentes del humorismo histriónico a la española. No ha mucho anduvo por Villamarta imantando los tornadizos gags de lo imprevisible. Otro cómico de rompe y rasga. El anillado de su pelo pertenece al siglo pasado. No así la vigencia de los camaleónicos registros de su comicidad. Siendo racial hombre de teatro, un escenario itinerante por la brava geografía hispana, alcanzó sin embargo el más cenital seguimiento popular allá por los prolegómenos de Tele 5: recuerden, si no, el programa ‘Humor cinco estrellas’ –que presentara dicharacheramente junto a Juanito Navarro-. Quique Camoiras viajaba a ninguna parte para arramblar en todos los caminos. En todos los caminos del arte de las tablas. En todos los caminos de la carcajada ajena a dogmatismos doctrinales. Era la voz alzada del golpe de efecto. Un señor bajito de alta sonrisa.
‘Marquitos’: De chiquillo –cuando me bebía de un solo trago todos los reportajes periodísticos del semanario ‘Don Balón’- nunca entendí del todo cómo dos futbolistas de la misma estirpe –padre e hijo- podían triunfar y enfundarse camisetas y defender a sudor caído –cada cual en su correspondiente calenda- equipos tan antagónicos como el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona. Aludo, naturalmente, a Marcos Alonso –apodado ‘Marquitos’- y Marcos Alonso –estrella de los años ochenta del Atlético de Madrid y F. C. Barcelona-. Mi padre (q.e.p.d.) me narraba –tal cronista deportivo a la antigua usanza- las hazañas deportivas de Marquitos en aquel legendario equipo blanco de los Héctor Rial, Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskás y Paco Gento. Ese antagonismo de equipos enfrentados asumido por dos miembros de una misma sangre –Marquitos y su hijo Marcos- chocaba a mi entonces párvula mentalidad de niño aficionado en ciernes al deporte rey. Constituía como la alegoría infantil de la más pura contradicción. No es menos cierto que tampoco asumía cómo en nuestro suelo patrio existían dos equipos de casi semejante denominación: España y el Español. Posiblemente los rituales vespertinos de mis lecturas periodístico-deportivas comenzaron a una edad demasiado temprana. Marquitos gravita en mi ideario futbolístico como paradigma de lealtad al club de sus amores. No obstante poseía en su haber un palmarés de vértigo -1 Campeón intercontinental (1960), 5 veces campeón de Europa con Real Madrid (1956, 57, 58, 59 y 60),  6 veces campeón de liga con Real Madrid (1954-55, 56-57, 57-58, 60-61, 61-62 y 62-63), 2 veces campeón de la Copa Latina (1955 y 1957) y 1 Copa de España). Falleció el pasado 6 de marzo –fecha efemérides coincidentemente de los 110 años de la constitución del Real Madrid-.

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