“Cuando era camarero del Señor me negaba a atarle las manos”




Homenaje al nazareno más viejo de Sevilla, que hoy nos dejó…   



Hace unos días precisamente, publiqué un blog con mis recuerdos de mi primera estación de penitencia, en donde no tuve más remedio que citar a Juan Sanz, padre de mi amigo Juan Antonio, quien me presentó en la Hermandad. Hoy he recibido la noticia de su fallecimiento. Este Domingo de Ramos no tengo duda que no fallará a su cita en San Juan de la Palma, pero no será como él esperaba, llevando la manigueta trasera de la Virgen.  Hace unos días, estando ya ingresado, mandó a su hijo a recoger la papeleta de sitio, para no perder la manigueta, por si se recuperaba…
En el último boletín de Enero de la Hermandad, Alberto Costas le publicó la que sería su última entrevista y que hoy me permito en transcribiros a modo de homenaje:
“Cuando era camarero del Señor me negaba a atarle las manos”
El Viernes de Dolores de 1937 la hermandad adquirió la bandera blanca. Con las secciones organizadas, no había quién la portara. El mayordomo en aquel momento, José Ortiz, decidió que la llevara un muchacho del barrio. Apenas llevaba un año apuntado, pero la urgencia del momento hizo que Juan fuera la solución a un imprevisto, que lo convertiría, 75 años después, en el nazareno con más edad de la Amargura.
¿Cuál fue su primera experiencia como nazareno?
—Sentí un tremendo orgullo. Porque desde pequeño ayudaba a mi padre en la hermandad a limpiar plata, montar los pasos… Mi madre repasaba los pequeños desperfectos del manto. No se me olvida el Señor en el paso del Cristo de la Salud. Unos días antes acompañé a mi padre para supervisarlo en San Bernardo.
—A partir de ese momento no dejó de vestirse cada año de nazareno…
—En 1974 no pude salir porque me operé de una úlcera de estómago. Me dolió más no salir de nazareno que la úlcera. Como pude, acompañé a la cofradía en casi todo su recorrido. Siempre he ido descalzo hasta que mi mujer, preocupada por mi salud, me amenazó con no verme el Domingo de Ramos si continuaba saliendo descalzo (ríe).
—¿Cuál es el truco para aguantar más de setenta domingos de Ramos?—Tengo tres trucos. El más importante es la ilusión de vestirme de nazareno (se emociona). También llevo caramelos de miel y limón (ofrece) y últimamente voy rezando continuamente: ¡Madre mía, que aguante hasta el final! Y me escucha… (ríe).
—¿Qué siente cuando acaba la estación de penitencia?¿Otro año más?
—Qué va. Lo primero que le digo a mis nietos y mi hijo, que salen también: “¡yo saldría otra vez!”.
—¿Qué le ocurrió en ese momento hace unos años?
—El paso de la Virgen ya estaba colocado en el altar. Cogí una de sus flores y perdí la alianza. Monté mucho revuelo porque algunos costaleros me ayudaron a buscarla. No la encontré y mi nieta me dijo que La Amargura se la había quedado en compensación por la flor que le quité (se ríe).
—Después de tantos años, la manigueta es el mejor sitio donde puede estar en la cofradía ¿no?
—No. Me gusta salir con mi cirio en la última pareja antes del paso de palio. Porque, sin que me viera el diputado, podía ver a la Virgen (se ríe). Pero hace seis años el capirote me dio mucha lata y solicité la manigueta.
Ahora, muchos años después de mi primera salida de nazareno, creo que los diputados son más serios que antes. Hay más seriedad, en general.
—¿Cuál es su punto preferido del recorrido hacia la Catedral?
—En la calle Delgado. Ahí está preciosa la Virgen (se emociona). Siempre recomiendo ese lugar para ver a la cofradía.
—Usted ha sido camarero del Señor en los últimos cuatro años, ¿cómo fue su experiencia?
—Muy bonita. Alguna vez me he llevado su camisa interior, la he lavado en casa y le he repasado los encajes el cuello. Lo peor que llevé, después de vestirlo, era atarle las manos. Me negaba. Desataba al Señor, pero atarlo… no. (Se emociona).
—¿En qué sitio le queda por salir?
—De costalero, pero por mi edad no puedo. Me conformo con terminar cada año la estación de penitencia y en no perder más rosarios. ¡Ya he perdido dos!                          

El nazareno más viejo de la Semana Santa
Juan Sanz Suero vive para la Amargura. En el pasado besamanos de la Virgen participó llevando las ofrendas el día de los veteranos. Luego, subió a limpiarle la mano. Cuando tuvo que marcharse, se plantó delante sin poder aguantarle la mirada, le agarró las dos manos, las besó, y se despidió de Ella emocionado: “me tengo que ir, pero volveré a verte”, le dijo.
Este entrañable hombre nació frente al convento de las Hermanas de la Cruz, hace 89 años. Era el menor de tres hermanos que vivieron en la calle Alberto Lista esquina con Viriato. Juan era conocido como “el niño de Gustavo”. Su padre, muy implicado en la hermandad, era representante de zapaterías, un oficio que Juan heredaría detrás de un mostrador en la calle San Pablo. En 1937, se vistió por primera vez con una túnica prestada por la hermandad. Se correspondía con el número 314.
Este año, Dios  mediante, cumplirá 75 años vistiendo la misma túnica en una de las maniguetas del paso de la Santísima Virgen.
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DESCANSE EN PAZ

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