Última hora: Pepe Sancho o una necrológica escrita a escape


A pesar de su carácter durísimo, rocoso –ora irascible ora vehemente-, a mí siempre se me antojó uno de los actores más completos y prodigiosos de nuestros plurales escenarios. Una especie de brigand nunca del todo descifrable entre la tunantería y la villanía. Poseía un plus de talentoso don natural instalado en no sabemos qué definidor y fluyente portento profesional: quizá la apenas huidiza soltura interpretativa o ese baqueteado realismo de cada registro actoral capaz de vigorizar los papeles menos sedentes. Pepe Sancho –amén su refriega con Sancho Gracia en liza de protagonismos y otras cuñas de pruritos sonando a rebato- saltó a la fama cuando la España de finales de los setenta sólo registraba a escala social los sobresaltos de las fantasmales historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador. Éramos legos en nuevas tecnologías y acaso la televisión nos implantaba -sin sornas ni menudeos de tres al cuarto- referentes humanos pronto moteados de cierta idolatría popular. Pepe Sancho es un exabrupto iracundo que tronaba en la fronteriza propiedad privada de su a veces demasiado manoseada intimidad. Pero él mismo distanciaba lo interno de lo externo con una brutal acción personal e incluso personalista. En la pantalla –grande del cine o pequeña de la caja tontuela- jamás escatimó en el perfeccionismo de una agradecida –insisto- naturalidad temperamental. Fue cuanto podemos denominar como el formidable actor cuyo estilo hoy difícilmente encontramos entre las generaciones de nuevo cuño. La serie Curro Jiménez dio un puñadito de tales: Álvaro de Luna –enorme y preferencial a mi modesto entender-, Paco Algora –venido a menos en razón de su consabido resentimiento social- y, a menor escala, Sancho Gracia (hoy igualmente desandando los pasos perdidos allá en el inmortal parnaso de los clásicos de la escena). La biografía de Pepe Sancho ha sido rescrita según la sinopsis de un filme todavía no rodado. En su fuero interno –en las alforjas de su galope de serranías antiguas- lleva guardada la munición de una sabiduría popular ya extraviada bajo la ciénaga de lo ignoto. Sólo la picardía de la imaginación podrá siquiera atisbar el legado inconfesable de una existencia muy vivida.

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